Capítulo 7
Aurora Flecher
Respiré profundo y estrujé el papel.
Lo único que he tenido durante estos años ha sido paz y no pretendía dejar que nadie, absolutamente nadie me la quitara. Pasé por mucho hace tiempo y no quiero ni deseo volver a pasar por lo mismo y mucho menos por algo parecido. No puedo decir que miedo no hay en mi interior, pero el mismo cada segundo se convierte en la gasolina que me hace correr para vivir.
Hace unos años todo lo que hacía era para sobrevivir, ahora necesito y quiero vivir.
Tomé el ramo de rosas oscuras y las llevé al zafacón.
—¿Tiene remitente? — preguntó Harris.
— No — niego — No tiene ningún nombre ni nada parecido.
—Es extraño — susurró el hombre.
Poco a poco y sin querer, mi cerebro empieza a inventar una conexión entre lo de anoche y lo de hoy.
—Lo que sucedió anoche no es común, no es normal — dije — No se me puede notificar por correo un traslado de tal magnitud y menos que a la chica se le haya olvidado ponerme al tanto del asunto — por mi cabeza pasan muchas cosas — solo espero que hoy me den detalles y explicaciones profundas de todo esto.
Alexander Walton
Entro despacio al avión, me encuentro con la azafata y un par de escoltas. Pienso dar los buenos días, pero el pensamiento se va tan rápido como llega. Miro a la azafata, esta me sonríe esperando que yo le devuelva el gesto, pero se queda esperándolo. Me siento en uno de los sillones.
—¿Llegó Olivia? — pregunto.
—No, señor — responde uno de los hombres vestidos de negro a mi izquierda.
¿Qué habrá sucedido?
Me lamo los labios.
Siempre ha sido muy puntual — pienso.
La mujer de piel morena y cabello negro se acerca a mí y me pregunta — ¿Desea algo de tomar? — me mira extraño y mueve de forma exagerada sus pestañas.
¿Qué le pasa a su ojo derecho?
Alzo las cejas y luego las pongo en su lugar habitual — Un jugo de naranja — le digo sin más.
La maestra me dice que los modales son muy importantes, por eso no olvido el "por favor y gracias" Las palabras que mi hijo me dijo hace unos meses llegan a mí como parte de una canción.
Veo que la azafata está a punto de irse, así que antes de que lo haga le digo — Por favor — la chica mira hacia atrás, sonríe y luego asiente.
—Buenos días — escucho una aguda voz.
—Buenos días — contesto.
Me levanto del sillón y me encamino a recibir el abrazo de la mujer frente a mí.
—¿Cómo amaneciste, Azul? — sonríe.
—Bien — le digo. Me siento y ella hace lo mismo.
—Sabes que no me gusta esa palabra — me mira — "Bien" no es la respuesta a mi pregunta, Alex.
Le sostengo la mirada — Amanecí estupendo, no me puedo quejar.
—Me alegra escuchar eso — ella ríe.
—¿Desayunaste? — pregunto.
—Sí — observo la sonrisa en sus labios.
—¿No deseas nada? — inquiero nuevamente.
—Un jugo de naranja — me responde mientras saca un libro de su bolso.
Llamo a la azafata y minutos después la misma trae dos vasos de cristal con jugo de naranja.
—¿Dos vasos? — pregunta Olivia.
—Sí, yo también pedí jugo — respondí con la vista en la pantalla del celular.
Levanto la vista y me encuentro con otra sonrisa en la cara de Olivia.
—¿Qué sucede señorita sonriente? — frunzo el ceño.
—Pedimos el mismo sabor de jugo, como aquella vez en el restaurante y en casa de mi padre — me dice.
Hago me memoria y me doy cuenta de que tiene razón.
Ruedo los ojos — Casualidad — digo
—Tú no crees en las casualidades — la miro.
—Así es — tomo el vaso con jugo de naranja que la azafata dejó en una mesilla.
-—¿Entonces?
—¿Entonces qué Olivia? — pregunto — Hablas demasiado.
Ella ríe escandalosamente — Es que no hablas mucho y a mí me encanta hablar, conversar y demás — explica — Estoy ansiosa por llegar a Alemania.
Al escuchar la última palabra me doy cuenta de que el avión ya había despegado y ni cuenta me había dado.
—¿No habías ido a Alemania anteriormente?
—Sí — afirma — pero en cada viaje me emociono como la primera vez. Es inevitable.
Olivia hojea un par de páginas del libro en sus manos, hasta que al fin llega a la página a la cual supongo que se ha quedado anteriormente.
Leo el título del libro y medio sonrío.
«100 razones por la que me enamoré de ti»
Vienen a mi mente recuerdos que creía olvidados, pero ellos llegan diciéndome: estamos aquí y no pensamos irnos.
—¿Alguna vez te has enamorado tanto de alguien que has pensado que no eres los suficientemente bueno para ella? — pregunta.
La chica deja el libro a un lado y me mira esperando una respuesta que no sé si le daré.
Mi silencio hace acto de presencia y me debato entre responder lo que ya sé o responder lo que quiero creer.
Olivia parece entender mi silencio y sigue con su lectura.
A la joven de cabello marrón, ojos claros y lentes oscuros la conocí hace tres años. Recién me asociaba con un hombre con quien estaba seguro de que se formarían grandes y buenos negocios.
Una noche después de firmar un contrato millonario, el señor me invitó a su casa, ahí conversamos durante horas, hasta que llegó su hija a visitarlo, la misma recién llegaba de Italia. Su padre nos presentó, nos agradamos y con el tiempo nos convertimos en lo que hoy somos; grandes amigos.
Nuestra relación es de aquellas en las que recibir mensajes después de la media noche, es completamente normal. Llamar a medio día para cuadrar un almuerzo no tan elaborado, confesar sentimientos y quedar a la mitad de la explicación de estos.
Las miradas, los susurros sin acabar y las palabras con un doble sentido no maligno, yacen en medio de nosotros, pero aún ninguno de los dos ha decido darle nombre a lo que parece suceder.