La sonrisa del Diablo

Capítulo 13: Lo que trama Parker

Lo que trama Parker

 

Parker se encontraba mal sentado en el sillón de la habitación de Bruce. Sus piernas estaban sobre uno de los reposabrazos y su tronco descansaba en el otro. Entre sus manos, un cubo de rubik era manipulado sin cesar. El pelirrojo, por su parte, estaba tomando asiento en la butaca de terciopelo rojo del piano.

—¿Estás seguro de estar bien cómo estás? —preguntó Thomas, sin apartar la vista del objeto con el que estaba jugando

—No entiendo tu pregunta. —Si algo molestaba, era que le preguntaran cómo estaba.

—Bueno, verás primo, te pasas el día diciendo que odias a Spencer y que no te importa en lo más mínimo.

—Así es. ¿Cuál es el problema?

—Pues que estás todo el día pendiente de cada cosa que hace. Me he fijado en que la miras cuando ella no te mira a ti… Y el beso que le distes el otro día.

Bruce alzó la mano para pedir silencio.

—Fue ella quien se abalanzó sobre un enfermo para buscar provecho sexual.

Aquella declaración logró que al moreno se le cayera el objeto de las manos, mientras estallaba su risa.

—A mí no pretendas engañarme, no soy idiota. Y si digo esto es porque me preocupas. Tienen una disputa tu razón y tus sentimientos que te van a llevar por el camino de la poca cordura.

Haciendo hacia atrás los mechones que rozaban su frente, levantó la tapa del piano.

—Gracias por su psicoanálisis, doctor Parker—dijo enarcando las cejas.

—No hay de qué —sonrió el moreno. Permaneció mirando a la nada pensativo durante un largo instante mientras Bruce comenzaba a tocar una suave melodía—. Entonces, no te importa lo que haga ella, ¿no?

—No.

—Tampoco con quien salga, ¿no?

—No.

—A mí me parece una chica interesante, la verdad. Por fin alguien que te pone en su sitio. Entonces, no te importa si la invito a salir, ¿no?

Rimes dio un golpe a varias teclas del piano para que sonara un irritante sonido desafinado y, acto seguido, miró con frialdad a su invitado.

—No —espetó.

—Te tomo la palabra.

 

 

*

Spencer caminaba lentamente por el resplandeciente mármol de los deshabitados pasillos del Richroses. En su mente repetía el suceso acontecido con Rimes días atrás. Cada vez que pensaba en ello se ruborizaba y se llevaba las manos a las puntas de los pelos, cogiendo mechones que cupieran a la perfección para luego tirar con suavidad de ellos. Era su forma torpe de luchar contra los nervios.

Se había encerrado en un compartimento del servicio durante casi una hora, había perdido prácticamente una clase y ahora deambulaba indecisa sobre si entrar, interrumpirla y llevarse por consiguiente una mirada recriminatoria del profesor –y que solo fuera eso y no la castigara-. O, simplemente, seguir actuando como un zombi por los pasillos del centro.

Era una situación inverosímil. Sentía que estaba perdiendo la cabeza por la persona menos indicada para hacerlo −o la más indicada, según se mirara−. Bruce era de una mente compleja: estaba repleta de caprichos, egoísmo, tiranía y narcisismo. Por lo menos era de aquel modo como Spencer lo había visto siempre, aunque había algo que también atisbaba en él desde hacía tiempo y creía empezar a comprender el qué. La conversación que mantuvo con Parker había delatado bastante sobre ello: la madre de Bruce estaba muy enferma. Quizá trataba de esconder todo su dolor en esa personalidad tan fea.

Dejó de darle vueltas al asunto cuando todo a su alrededor se tornó de un negro absoluto. Alguien había tapado sus ojos con las palmas de sus manos, logrando que su corazón frenara del sobresalto.

—¿Quién soy? —preguntó en un murmullo una voz juguetona.

Por suerte, ya se había habituado a aquel tono.

—¿Parker? —Su visión se volvió nítida de nuevo.

—Qué lista —dijo y acto seguido esbozó una sonrisa.

Aquel chico lograba desconcertarla más de lo que pensaba. No tanto como el pelirrojo y su actitud inestable, pero lo hacía.

—Ya. —Fue lo único que respondió.

No tenía muy claro cuando Parker le hacía aquellos comentarios si era para reírse de ella o simplemente eran frases casuales que pretendían ser lo más cordiales posibles.

—¿Estás libre este fin de semana?

Spencer miró a su alrededor, como si aquella pregunta no fuera con ella. Pero era obvio que sí, pues eran los únicos individuos en todo el pasillo. Y aunque no lo fueran, Parker se estaba dirigiendo a ella en todo momento de un modo amigable.

—¿Para?

—No te preocupes. Sabes de sobra que conmigo no hace falta que estés a la defensiva. Solo me preguntaba si querrías venir al Alton Town conmigo. Tengo entradas gratis —explicó, sacándose del bolsillo dos tickets que rezaban el nombre del parque de atracciones.

Ella frunció el ceño.

—No entiendo por qué me lo propones a mí, ¿no te gusta Dalia? Aprovecha y dile que te acompañe.

—Te noto de mal humor —comentó él, sin borrar aquella expresión afable de su rostro. Spencer pensó que la sonrisa de Parker era muy diferente a la de su primo. Si bien era muy enigmática, no encontraba en ella más que una sinceridad absoluta, muy alejada a la maldad que albergaba la del pelirrojo—. Pero sí, es cierto, a mí me gusta Dalia. Sin embargo, llevo un tiempo fijándome en que eres una persona muy interesante. Despiertas una gran curiosidad en mí y pienso que estaría bien conocerte un poco mejor. ¿Qué me dices?

—Me caes bien, Parker, en serio. Pero no me fío de lo que dices.

Él profirió una sonora carcajada.

—Tranquila, puedes confiar en mí. Creí que ir juntos al parque de atracciones nos acercaría como amigos.

Spencer se rascó con su dedo índice la barbilla mientras pensaba que no tenía motivos aparentes para desconfiar en él. Ni los más mínimos. Al contrario, Parker le había demostrado ser una persona de confianza. Algo extraño, sí, pero, al fin y al cabo, ¿quién no tenía alguna excentricidad en alguna parte de él? Thomas simplemente era más sincero en eso.




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