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Nos llamaron dementes, incluso hipócritas y desalmados por seguir al Héroe aun después de que acabara con la vida de Diane.
Siento sus miradas, juzgando mi decisión. Siento su desaprobación e incluso su odio.
De Sangre y Ceniza: prólogo.
Xeli soñaba que combatía en la mayor guerra que jamás existió. Sabía, de algún modo, que debían mantener posición mientras el Héroe y la diosa Diane sellaban el paso entre reinos.
En el campo de batalla, los soldados eran hombrecillos asustadizos. Seres insignificantes vestidos de rojo o de negro que luchaban contra demonios de increíble poder. Los valientes y honorables Caballeros Dragón estaban a la vanguardia del enfrentamiento, soportando oleada tras oleada de las huestes enemigas.
Era una lucha desenfrenada y caótica; los soldados morían, arrasados y devorados por los demonios y los Caballeros Dragón estaban ante las cuerdas. Xeli no sabía qué hacía allí, era un soldado como cualquier otro. Inútil ante lo que sucedía, incapaz de frenar a los demonios. Incapaz de protegerse a sí misma.
Hombres tras de ella le suplicaban que los protegiera. Hombres vestidos de negro o de rojo, heridos y moribundos le pedían con sollozos que salvara sus vidas. Y Xeli se sentía inútil. Intentaba combatir, pero nunca había sostenido una espada antes. Intentaba luchar y proteger, pero cada uno de sus esfuerzos resultaba inútil. Personas y amigos, murieron frente a sus ojos sin que pudiera hacer nada.
Ella tan solo tenía diecisiete años. ¿Qué se suponía que hiciera?
Uno de sus compañeros de pelotón cayó a su lado cuando un demonio cuadrúpedo le desgarró le peto y le cercenó la piel. Xeli no pudo hacer nada por él y tuvo que huir de ahí en cuanto el pelotón se hubo deshizo.
En la distancia hubo explosiones de sangre. Xeli entrevió a los Caballeros Dragón; veía como se acumulaba la sangre vaporizada en el ambiente, como todo el lugar era algo energúmeno. Y los veía combatir con gráciles movimientos, como si danzaran en el campo de batalla, acompañados de una frenética melodía que les impedía el descanso, como si les exigiera seguir en combate.
Y era hermoso.
¿Cómo algo tan cruel y repugnante como la muerte podía ser tan hermoso?
Xeli siempre se había preguntado cómo sería portar el poder de la sangre, como sería ser un Hacedor de Sangre. ¿Era así como se sentiría?
Entonces todo se silenció.
Y el campo de batalla explotó de luz.
Xeli volteó a sus espaldas haciéndose visera con la mano. Intentando ver algo entre el cegar repentino. La luz remitió, dejando una silueta vestida de negro cargando con alguien en los brazos. Los demonios huyeron despavoridos ante la mera presencia de la divinidad. El Héroe había llegado y todos los hombres vitorearon de alegría.
«¡El paso entre reinos esta sellado!», comprendió Xeli con excitación.
De repente, todos enmudecieron. Xeli se dio cuenta de que en los brazos del Héroe no estaba otra que la Deidad Inmortal, la campeona: Diane, la diosa dragón, en su forma de doncella.
Y estaba muerta.
Los soldados y los Caballeros Dragón se llevaron las manos a la boca, ocultando sus sollozos. Xeli trato de cubrirse los ojos, horrorizada ante lo que estaba viendo: gente derrumbada, soldados enfadados, Caballeros Dragón paralizados.
Diane tenía un corte en el pecho, un corte que solo podía ocasionar una sola espada en todo Edjhra. La espada del Héroe.
Los murmullos se le clavaron en la piel, como pequeñas púas de acero. Los insultos llegaron uno tras otro en repetidas ocasiones, como múltiples apuñaladas, una tras otra y sin descanso. Cuando Xeli trato de hablar, más y más personas prorrumpieron en gritos y sollozos. Cuanto más se debatía Xeli por intentar alzar su voz ante la de todos, más sentía que se hundía entre los alaridos de dolor.
Y mientras, el Héroe parecía tener una mirada perdida, una expresión ausente. O distante. Incluso podría decirse que despreocupada.
—Tuve que hacerlo—murmuró el Héroe—. Ella me lo pidió. Era la única manera de sellar el paso.
Xeli supo que decía la verdad. No sabía cómo, pero confiaba en aquel hombre. Y, sin embargo, los insultos de todos los seguidores de Diane seguían resonando en sus oídos cuando sintió una presencia asfixiarla. La Devastación se aproximaba, corrompiendo y destruyendo todo a su paso, como una maldición, como una peste que se cernía sobre Edjhra.
Y, de repente, Xeli despertó. Durante un instante, todo le pareció una pesadilla; la joven señora gritó y proclamó que el Héroe era inocente, que decía la verdad.
Su rostro adquirió lágrimas, y se hizo un ovillo envuelta entre las sabanas de su lecho. Queriendo ocultarse de la vista de todos, queriendo desaparecer. No se dio cuenta en que momento habían entrado a su recamara. Pero cuando escuchó los pasos y visualizó una sombra cruzar sobre ella, Xeli empezó a temblar.