Yara
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Me despierto de golpe, apenas y tengo tiempo de tomar el balde y vómito. Cuando abro más los ojos descubro que está lleno casi a la mitad.
Odio beber.
Dejo el balde en el suelo y veo el reloj que hay en mi escritorio, marca las cinco de la mañana, debo de levantarme y darme una ducha antes de intentar no morir en la oficina.
La puerta se abre y hago una mueca al ver que mamá trae consigo otro vaso de ese horrible remedio para la resaca.
—No quiero —objeto mientras me pongo de pie—. Sabe horrible.
—Eso lo hubieras pensado antes de embriagarte —dice en tono de regaño—. Eres una omega, no puedes andar por la calle en ese estado.
Tomo el vaso y le doy un sorbo, de inmediato hago una mueca debido al horrible sabor.
—Lo bueno es que Víctor te trajo a casa, es un buen alfa.
Escupo la bebida y observo a mi mamá con horror, ella sonríe triunfante.
—¿Así que quieres un bebé de Víctor? —pregunta en tono burlón.
Dejo escapar un gruñido y corro al baño, no entiendo cómo el estúpido de Víctor tuvo la gentileza de llevarme a casa, él ni siquiera estaba invitado a la celebración de mi merecido ascenso.
Lo peor de todo es que le mencioné mi deseo. Quiero un bebé, sí, pero repudio la idea de tener a un compañero y no soy una zorra como para acostarme con el primer alfa que se me cruce.
Salgo de la ducha y me visto lo más rápido que puedo, quiero llegar temprano a la oficina, así fue como conseguí el ascenso, trabajando más. Estoy segura de que en la oficina corren rumores despectivos de mi persona, rumores que dicen que me acosté con alguno de los superiores pero si supieran que durante el último año he estado llegando temprano para adelantar y tener más trabajo para que vieran mi efectividad, seguro que ni lo creen.
Mamá prepara nuestros almuerzos, tomo el mío y ambas salimos de casa. Ella va en dirección contraria a la mía, así que nos despedimos en la avenida y cada quien toma un rumbo distinto.
En el trayecto le envío un mensaje a Benjamín, desde que lo conocí en la universidad se ha convertido en mi mejor amigo. Él me ha ayudado mucho y más cuando se trata de mi celo. Me ayuda a que no sea tan doloroso al dejarme alguna de sus bufandas, tener el olor de un alfa siempre es mejor.
Charlamos un poco, pero cuando llego a la oficina me despido. Me alegra ver que soy la primera. Cambio mis cosas de mi antiguo cubículo a mi nueva oficina y las acomodo, reviso algunos documentos de mis nuevas labores y sonrío. Sin duda este es el inicio de mi exitosa vida en el mundo laboral.
Mis pensamientos se esfuman cuando Víctor llega a la oficina y cruzamos miradas. Su semblante es diferente, no me mira con el desprecio habitual, al contrario, hace un ademán sincero de querer saludarme.
Siento mi rostro enrojecer y de inmediato me cubro la nariz.
¿Acaso puedo sentir las feromonas de Víctor?
¿Las puedo sentir a través del vidrio que nos separa?
Él también parece sentir mi aroma, puedo ver cómo cierra los puños y se aferra a su escritorio, lucha contra su alfa. Por suerte, más trabajadores llegan a la oficina y nuestros aromas se dispersan.
Eso fue peligroso.
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Cerca de la hora de salida recibo la llamada de mi médico de cabecera, al parecer ya tiene los resultados del examen para saber si soy apta para la inseminación artificial. Me alegro tanto, de ser así lo que faltaría sería encontrar un buen donador de esperma, trabajar con ello y después tendré a mi lindo bebé.
Llego al consultorio del Dr. Smith tan rápido que incluso él se sorprende al verme en la sala de espera, me hace pasar y me invita a tomar asiento.
Estoy ansiosa por saber los resultados, esta es mi única posibilidad de tener un bebé sin la necesidad de conseguir pareja o pasar por el tortuoso procedimiento de adopción.
—Veo que está muy entusiasmada, Sra. Silva.
Asiento mientras observo cómo abre el sobre con los resultados, los lee y al llegar a la última hoja sonríe.
—Felicidades, eres apta para la inseminación artificial.
—¡Si! —exclamo a la par que me pongo de pie.
—Pero, tenemos un inconveniente, se puede resolver. De hecho, se debe resolver para que podamos iniciar con el proceso.
Borro la sonrisa de mi rostro y tomo asiento de nueva cuenta, tengo miedo de tener alguna enfermedad rara hereditaria, no quiero dañar la genética mi bebé.
—La ley nos prohíbe inseminar a omegas vírgenes.
Hago una mueca ante tal barbaridad.
—No entiendo por qué a los betas se les puede inseminar sin importar que sean vírgenes o no, mientras que los omegas nos ponen estas trabas —digo, intentando controlar mi furia.
—La restricción de inseminar a omegas vírgenes se debe a que, por lo menos en este país, el número de alfas es superior al número de omegas. —Creo que sé por dónde va esto—. El gobierno no se puede permitir desperdiciar producto para alfas, la inseminación en estos casos debe ser una alternativa sólo cuando el alfa no sea fértil, pero no puede restringir la libertad así que pone como único requisito que el omega no sea virgen.