El capitán Herrera era una de las pocas personas a las que se les puede dar el estatus de leyenda viva. Sobre todo, teniendo en cuenta el papel que desempeñó en la última gran guerra, ya hace casi cien años.
Si bien, la nave que antes tenía a su mando era un Coloso de modelo simple y de rango menor, a lo largo de todo el conflicto, él la dirigió magistralmente, provocando graves daños en las naves de Ndare y ayudando en la recuperación de muchos mundos que habían caído ante la tan poderosa flota del enemigo.
Pero la mayor de sus hazañas fue cuando, con solo su nave, le hizo frente a un grupo de diez Devastadores ndarianos, gigantescas naves acorazadas que solo eran comparables a las gigantescas Colonias acorazadas que ahora vigilaban las fronteras, pero con una capacidad destructiva inimaginablemente mayor. Su Coloso terminó sufriendo un daño estructural de más del 95%, y más de las tres cuartas partes de su tripulación falleció en el combate, pero contuvo al enemigo lo suficiente para permitir la llegada de refuerzos que lograron hacerlos retroceder.
Era por ello por lo que, dentro de la Academia de oficiales y la de cadetes, su historia era contada como la de un héroe que había logrado enfrentarse a lo peor de la guerra y salir victorioso. Y cuando se supo que no tenía planeado retirarse pronto, muchos de los jóvenes desearon ponerse al servicio de tan ilustre hombre, después de graduarse.
Y cuando Roger Keyes fue informado de que sería transferido a la I-245, a cargo del capitán del que tanto había escuchado hablar por parte de sus compañeros, superiores y maestros, el orgullo y la alegría lo invadieron por completo. Estar bajo el mando del capitán Julio Herrera Konrad representaba un honor, y se conduciría de la mejor manera posible.
Recuerda incluso el día en que llegó a la Colonia, hace ya unos 20 años. El capitán en persona lo recibió en una de las diez plataformas de lanzamiento dentro de la nave, para darle la bienvenida. Le estrechó la mano con firmeza y le demostró su deseo de que pudieran trabajar bien juntos. Eso dejaba en claro, para él, la calidad de hombre para el que trabajaría a partir de ese momento.
Desde entonces, había intentado desempeñar su papel como uno de los almirantes de la flota interna tan bien como podía. Fue por ello mismo que el propio capitán lo terminó nombrando almirante general de la flota, dándole el mando absoluto sobre esta, después de él mismo.
Y ahora, en medio de aquella crisis, se había ofrecido a investigar la extraña señal de auxilio que parecía provenir de una flota pirata. Algo que, dentro de su experiencia, jamás se había dado. Eso solo podía significar que aquellos que habían enviado aquel pedido, estaban tan desesperados por ser rescatados, que estuvieron dispuestos a ser detenidos por las fuerzas de la Federación.
Como lo había indicado el capitán, llevaba consigo cinco de las cuarenta fragatas que tenía a su cargo – sin contar las naves más pesadas que dirigía –. Además, antes de partir, había ordenado a su vicealmirante desplegar el resto, tal como se ordenó, para ampliar la zona de vigilancia. Y en ese momento se encontraba sentado en el puente de mando de la fragata I-245-5A, desde donde dirigía al resto de la flotilla.
Aquellas fragatas no eran demasiado grandes, en comparación con los grandes cargueros que normalmente dirigía. Con solo quinientos cincuenta metros de largo y setenta de ancho, parecían diminutos insectos cuando acompañaban a naves de mayor tamaño, incluso frente a las naves mercantes su tamaño no era algo demasiado resaltante. Pero sí se podía declarar que estas se encontraban bien armadas y blindadas.
Aunque estas naves no estaban diseñadas para resistir demasiados golpes directos, sí estaban preparadas para el combate rápido y, sobre todo, para asaltar velozmente al enemigo contra el que se enfrentara. Del mismo modo, poseían armas de gran alcance y que eran capaces de infligir graves daños en el blindaje de, incluso, acorazados.
El diseño alargado y delgado de las fragatas de la federación no permitía colocar demasiadas armas en estas, pero esta escasez era compensada por el poder y la capacidad de estas.
Mientras que existían cuatro cañones láser de menor tamaño en babor y estribor, era en la proa donde se encontraban las armas principales. Un cañón de plasma de gran tamaño del tipo 3 representaba la punta de la nave, acompañado a cada lado por dos cañones del tipo 4. E igualmente, en la popa, dos grandes motores se encargaban de llevarlos a su destino.
El puente de la nave era de los típicos que se ubicaban en la parte superior central de la estructura, en forma trapezoidal y con grandes ventanales que permitían ver al exterior.
Para ese momento ya llevaban un par de horas viajando en dirección al origen de la señal que el capitán Herrera le había ordenado investigar. Y a lo largo de todo el camino recorrido, no habían visto nada que pudiera ser extraño o que pudiera considerarse fuera de lugar – en resumen, nada –.
Roger se encontraba sentado en la silla de mando, mirando al exterior, esperando por ver alguna de las naves que se suponían que se encontraban allá afuera. Del mismo modo, de vez en cuando giraba la cabeza y observaba con mucha atención el radar que se encontraba proyectado a su lado derecho. Pero, sobre todo, fijaba su mirada en la imagen de Nemo, que se proyectaba a su lado izquierdo, igualmente concentrado, observando hacia el exterior de la nave.