—¿Estás seguro de que es ella?— preguntó Nuada por tercera vez al guerrero Tuatha de Danann que había estado haciendo guardia en la entrada principal del asentamiento de Tu Danacum.
—Sí, señor— respondió el guerrero con paciencia.
—¿En persona?— insistió Nuada.
—Sí, señor. Es ella— le reconfirmó el otro.
—¿Vino sola?
—Con su hijo, Llewelyn.
—¿Y su esposo? ¿No está con ella?
—No, señor. Lug no está con ella.
Cualquier padre normal habría estado exultante de que su hija y su nieto, a quienes no había visto desde hacía mucho tiempo, vinieran a visitarlo de sorpresa, especialmente sin la presencia de su molesto yerno. Pero en cambio, Nuada frunció el ceño con el rostro lleno de preocupación: la presencia de Dana en persona, sin Lug, no auguraba buenas noticias.
—¡Qué estás esperando! ¡Tráelos a mi presencia!— le gritó Nuada al desconcertado guerrero, que no comprendía que la furia inusitada en las palabras de Nuada no se debían a ninguna falta en la que él hubiera incurrido, sino a la inquietud que la visita provocaba en el rey de los Tuatha de Danann.
A pesar del claro desasosiego que lo invadía, Nuada abrazó con cariño a Dana y a Llewelyn cuando entraron a su enorme y fastuosa residencia, construida con exquisita madera pulida y labrada por los mejores artistas de su pueblo.
—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos!— sonrió cálidamente Nuada—. ¿Qué puedo ofrecerles para beber y comer? ¿Qué les apetece, mis queridos?
Nuada trataba desesperadamente de cubrir su nerviosismo con frívolos protocolos.
—Padre, estamos bien— le aseguró Dana—. No queremos nada.
Con sus recursos banales agotados, el rostro de Nuada se ensombreció y se atrevió a preguntar:
—¿A qué debo el honor y el placer de esta inesperada visita?
La respuesta que temía no se hizo esperar:
—Esta no es una mera visita social, padre. Tenemos que hablar seriamente— anunció Dana.
Nuada suspiró y asintió:
—¿Qué pasó? ¿Dónde está Lug?— preguntó con aprensión.
—Lug está bien— le aseguró Dana—. Está en nuestra cabaña en el bosque de los Sueños. Está con Ana, Randall, Cormac… y Marga— agregó el último nombre con recelo.
—Ya veo— apretó los labios Nuada—. ¿Qué hace ella en tu casa? ¿Y por qué la llamaste Marga y no Madeleine?— entrecerró los ojos con suspicacia.
Dana echó una mirada a Llewelyn de soslayo.
—Estaré afuera— dijo Llewelyn, entendiendo la mirada de su madre—. Angus quiere que pruebe unos nuevos arcos largos en los que está trabajando— se excusó.
—Claro— le respondió Nuada, distraído.
Nuada le señaló una silla a Dana con la mano, invitándola a sentarse. Ella aceptó con una inclinación leve de cabeza y se sentó. Nuada hizo lo propio, sentándose en su sitial en la punta de la larga mesa que ocupaba la mayor parte de la sala principal de su residencia. Dana había quedado a su derecha.
—¿De qué se trata esto, hija?— le preguntó el rey con el rostro serio.
—Se trata de mi madre, Nemain— dijo ella, yendo al grano.
La respuesta de ella tomó por sorpresa al rey.
—¿Por qué me preguntas sobre ella? ¿Qué…?— comenzó él, desconcertado.
—Dime la verdad, padre: ¿murió ella en el parto cuando Murna y yo nacimos?
Nuada exhaló un largo suspiro y entrelazó los dedos de las manos, apretándolos con fuerza:
—¿Qué pasó, Dana? ¿Por qué vienes en persona a cuestionarme esto después de tantos años?— entrecerró los ojos él con suspicacia.
—Responde a la pregunta— le exigió ella.
—No sin que antes me digas la razón de esta interpelación— le retrucó él.
—¿Por qué? ¿Para que puedas elaborar otra mentira convincente?
—No, para encontrar la forma de explicártelo sin herirte— le respondió él.
—Tus rodeos solo confirman que me mentiste sobre su muerte. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas.
—¿Ella sigue viva?
—No lo sé, no he vuelto a verla desde que…— Nuada se frenó antes de terminar la frase.
—¿Desde qué?— demandó ella.
Nuada bajó la cabeza y estudió sus manos, como buscando en ellas la respuesta.
—¿Desde qué, padre?— repitió ella.
—Desde que se fue al otro mundo— contestó él al fin con reticencia.
—¿Por qué mentirme? ¿Por qué decirme que estaba muerta?
—Porque si sabías que ella en realidad vivía, tarde o temprano irías a buscarla y no podía permitirlo, no sabiendo lo que Nemain era, lo que quería. Lo hice para protegerlas, a ti y a Murna—. Nuada se agarró la cabeza con las manos, consternado—. Si hubiese tenido las agallas, la habría matado yo mismo para evitar que tuviera contacto con ustedes dos— confesó—, pero ya sabes que no soy un asesino, no pude hacerlo. Así que ideé la forma de separarla de ustedes sin matarla: la envié al otro mundo.
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Editado: 14.10.2019