La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXIII: EL ÚLTIMO RECURSO - CAPÍTULO 113

—Esto es inútil —dijo Polansky—. Tenemos que aceptar que Lug está…

—¡No! —lo cortó Juliana con vehemencia. No iba a dejar que Polansky lo declarara muerto, aún cuando no habían logrado hacerlo respirar en cuarenta y cinco minutos, aún cuando los débiles latidos de su corazón se habían apagado del todo.

—Juliana… —la tomó Polansky suavemente del hombro mientras ella seguía tercamente insuflando aire en los pulmones de Lug—. Basta, está muerto.

Juliana detuvo la respiración artificial y se llevó las manos al rostro, dando un grito de impotencia.

—No… —gimió Dana—. No es posible… no es posible que Lyanna lo haya matado…

—¡Maldita sea con todos ustedes! —les gritó Liam, exasperado—. ¿Saben cuál es su problema? ¡Se rinden muy fácilmente!

—¿Qué quieres que hagamos, Liam? ¡Está muerto! —le espetó Augusto con furia, aunque su enojo estaba más dirigido a sí mismo que a su amigo.

—Sí, eso pensaron también de mí —respondió el otro.

—¿De qué estás hablando? —lo cuestionó Augusto.

—¡Piensen! —los conminó Liam sin responder a la pregunta de Augusto—. Tenemos que descubrir qué fue exactamente lo que Lyanna le hizo.

—No lo sabemos —respondió Dana, quien tampoco estaba segura de querer saberlo.

—Tenemos que intentar comprender lo que pasó —levantó las manos Liam, tratando de hacer un llamado a la razón—. ¿Qué fue exactamente lo que Lyanna hizo antes de que Lug se desplomara?

—Lug estaba de espaldas, no pudimos ver mucho —dijo Polansky.

—Lyanna se acercó al oído derecho de Lug y Marga al izquierdo —dijo Juliana—. Le dijeron algo.

Juliana revisó los oídos de Lug:

—¿Crees que lo envenenaron a través de los oídos? —le preguntó a Liam—. No veo nada fuera de lo normal —meneó la cabeza.

—No parece paralizado, sus músculos no están tensos —dijo Polansky.

—Le tocó el pecho —dijo Augusto de pronto—. Yo estaba del otro lado y lo vi de frente. Lyanna le tocó el pecho, dibujó algo con su dedo.

—¿Qué dijiste? —lo urgió Liam—. ¿Qué fue lo que dibujó?

—No estoy seguro, pero creo que fue una cruz.

—¡Una cruz! —exclamó Liam con los ojos abiertos como platos.

Los recuerdos azotaron a Liam como una bofetada. Recuerdos de la última vez que había visto a Lug desplomarse ante sus ojos, con la vida escurriéndose de su cuerpo, en el oscuro sótano de una vieja casona en Praga. Lug había estado al borde de la muerte por su mano, por un ritual cuyo poder había subestimado.

Juliana desató el cordón que cerraba la túnica de Lug en su cuello y corrió la tela, descubriendo su pecho.

—No hay marcas en su pecho —meneó la cabeza Juliana—. El veneno no entró por aquí.

—No es veneno —declaró Liam con total convicción.

—¿Qué es entonces? —inquirió Juliana.

—Polansky —lo llamó Liam, ignorando la pregunta de Juliana—. Escanea sus centros de energía —le pidió.

—No puedo, no tengo mi computadora conmigo —protestó Polansky.

—¡Por todos los cielos, Eduardo! —exclamó Augusto—. ¿Cuántas veces te ha dicho Lug que no necesitas tus aparatos para percibir la energía? ¡Solo hazlo! —lo apremió.

Juliana se apartó del cuerpo de Lug y le dio lugar al reluctante Polansky para que hiciera su magia. Polansky extendió su mano sobre la frente de Lug, meneando la cabeza en protesta. A pesar de sus objeciones personales, cerró sus ojos y se concentró para hacer lo que le pedían. Para su sorpresa, comenzó a sentir un hormigueo familiar en su mano y su mente no tuvo inconvenientes en interpretar las señales como si las estuviera viendo en la pantalla de su computadora.

Liam notó enseguida el asombro en el rostro de Polansky:

—Sientes algo, ¿no es así? —preguntó, esperanzado.

El otro asintió. Movió su mano colocándola a distintas alturas hasta que encontró la calibración justa:

—El centro energético de su cabeza está activo —explicó—, pero eso no significa nada, el aura energética de una persona persiste hasta tres días después de su muerte.

—¿Puedes percibir algo más? ¿Algo más específico? —lo urgió Dana.

Polansky cerró los ojos de nuevo y se concentró con más ahínco:

—Sensaciones… Tranquilidad… Desapego…

—Entonces siente algo, está vivo —aventuró Juliana, casi exultante.

—No necesariamente —negó con la cabeza Polansky—. He encontrado estas trazas de emociones en otras personas recién muertas, son solo los signos de pasaje a otro estado menos enfocado que el físico.




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