La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XVIII: PLANES ARRIESGADOS - CAPÍTULO 88

—Explícamelo otra vez— pidió Clarisa a Augusto.

—Nemain posee una gema roja con la cual abre portales a voluntad hacia el Círculo. Con ella podríamos cruzar y buscar al Sanador— re-explicó Augusto con paciencia.

—¿Estás proponiendo robarle la gema a Nemain?— preguntó ella con un tono que dejaba claro que la idea era una total locura.

—Con mi habilidad de abrir cerraduras y la tuya de causar tormentas destructivas, creo que podemos lograrlo— aseguró Augusto con confianza.

—No, no, no, no— meneó la cabeza Clarisa con vehemencia—. Nemain te asesinará ni bien te vea. Es un disparate.

—El elemento sorpresa está de nuestro lado. Nemain nunca adivinará nuestro plan, no estará preparada.

—Nemain no necesita preparación, puede manejar tu mente y hacerte hacer lo que quiera— trató de hacerle entender las cosas Clarisa.

—Pero tú puedes protegerlo de eso— intervino Morgana de pronto—, con el Ojo Azul.

Clarisa resopló, disgustada.

—Suponiendo que consiguiéramos la gema— aventuró no muy convencida—, ¿tienes idea de cómo usarla?

—No, pero vale la pena intentarlo. Podemos estudiarla, descubrir su funcionamiento.

—Los objetos de poder son peligrosos, Augusto— protestó Clarisa.

—Pero más peligroso es dejar que Nemain se salga con la suya— le retrucó él.

—Y si cruzamos al Círculo, ¿después qué? ¿Cómo vamos a hacer para encontrar al Sanador? Ni siquiera sabemos quién es.

—Tú no sabes quién es, pero yo sí— declaró Augusto triunfal.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Según tus palabras, el Sanador es una persona que tiene un lazo afectivo conmigo, que me conoce desde antes. Solo hay una persona que cumple con esas características en el Círculo, mi amigo Rory. Y sucede que sé exactamente en qué lugar del Círculo se encuentra— anunció Augusto.

Clarisa se lo quedó mirando en silencio, tratando de decidir si podía dar lugar a este hilo de esperanza sin que se desmoronara en pedazos.

—No lo sé...— dudó Clarisa.

—¿Qué otra opción tenemos? ¿Quedarnos en esta casucha, escondidos para siempre, vigilando a Morgana y manteniéndola encadenada a una cama?— le cuestionó Augusto.

Clarisa no dijo nada.

—El Alquimista tiene razón— intervino el hada—. Tarde o temprano tendremos que tomar alguna acción, y cuanto más esperemos, más difíciles se pondrán las cosas.

—Pero...— intentó Clarisa.

—¿Tienes un mejor plan de acción?— inquirió Augusto.

—Sabes bien que no— gruñó Clarisa—. Aunque...

—¿Aunque qué?

—Morgana— se volvió Clarisa hacia el hada—, ¿qué hay de Lorcaster? ¿No podemos recurrir a él?

—¡No!— exclamó el hada con vehemencia.

—¿Quién es Lorcaster?— quiso saber Augusto.

—Alguien que no querrá entrometerse en esto— dijo Morgana, terminante.

—¿Por qué?— insistió Augusto.

—No hablaré del asunto— se mantuvo firme Morgana.

—¿Clarisa?— se volvió Augusto hacia ella, esperando una mejor respuesta.

Pero Clarisa se mantuvo muda, sin traicionar los deseos de Morgana de mantener el tema de Lorcaster en secreto.

—Escúchenme las dos— les advirtió Augusto con un dedo en alto—, accedí a ayudarlas, accedí a mantener a Lyanna fuera de esto, pero si no me dicen todo lo que saben sobre…

—Ninguna de vuestras amenazas logrará que hable de Lorcaster, lo siento— lo cortó en seco Morgana con voz autoritaria.

—¡Maldita sea! ¡Estamos del mismo lado!— protestó Augusto con vehemencia.

—Déjame un momento a solas con ella— le pidió Clarisa.

—No, no más secretos— se negó Augusto.

—Por favor…— le rogó Clarisa con voz plañidera.

La angustia en la mirada de Clarisa conmovió a Augusto. El vínculo entre el hada y aquella chica era algo más profundo de lo que Augusto podía imaginar o comprender, pero tuvo el suficiente tino para vislumbrar que si alguien podía convencer al hada de aprovechar la ayuda del tal Lorcaster, quienquiera que fuera, era ella. Así que asintió en silencio y salió de la casa.

Clarisa acercó una silla y se sentó junto a la cama. Suspiró largamente y se mantuvo en silencio por un largo momento, con la mirada clavada en el piso.

—¿Podréis perdonarme algún día?— le preguntó suavemente Morgana.

—¿Por qué?— le retrucó Clarisa sin mirarla.

—Avalon.

—No fue tu culpa— dijo Clarisa con tono tenso, levantando la vista hacia el hada.

—Y sin embargo, vuestra mirada me acusa sin piedad.




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