Emma
La mañana siguiente subí las escaleras de uno de los pasillos del instituto y me dirigí a la sala de proyección. Tenía la almohada pegada a la cara y a mi alma la había abandonado en mi cama en el momento en que sonó la alarma y mamá tiró de mis pies para que saliera de mi lugar de descanso.
Era martes y ya sentía las ganas de que fuese fin de semana para dormir todo lo que yo quisiese.
—¿Se murió alguien? —elevó las cejas cuando llegué a su lado.
—Estoy cansada, Kendall. No me molestes.
Rodó los ojos y me senté junto a ella.
—Recién pasó la directora y nos avisó que la profesora no vendrá.
—¿Ah, no? —pregunté contenta.
—Creo que dijo que se enfermó o no sé qué, no presté mucha atención.
Bueno, no quería decir que me alegraba de que la profesora Scott se enfermara, pero sí me ponía contenta de que no viniese porque eso significaba que tenía una hora libre. Me gustaba la materia, pero no cuando teníamos que ver vídeos sobre el tema. Me aburría bastante, la mayoría de las veces intentaba no quedarme dormida. El tercer año nos habíamos pasado prácticamente todas las clases viendo vídeos y era tedioso saber que probablemente el cuarto año iba a ser exactamente igual.
—¿Y por qué estás aquí en vez de estar fuera como siempre que tenemos tiempo libre?
—Dijeron que no podemos salir.
—¿Por?
Se encogió de hombros.
—Qué sé yo, Emma —guardó su teléfono y me miró con cara de santa. Me iba a pedir algo, de eso estaba segura—. ¿Serías tan amable de prestarme tu teléfono? —entrelazó sus manos.
—¿Para...?
—Hablar con Chad. Es que me quedé sin crédito
—¿Y el abono?
—No está funcionando bien, no sé qué le pasa a esta porquería.
—¿Y yo qué voy a hacer si tú tienes mi teléfono?
—Te lo devolveré enseguida, lo prometo —aseveró con convicción.
Suspiré y se lo entregué después de sacarlo de mi bolsillo. Me sonrió en modo de agradecimiento y desbloqueó la pantalla sin problema alguno. Aproveché el momento y coloqué mis brazos en forma de almohada para recostar mi cabeza en ellos y cerrar los párpados un ratito.
—Avísame cuando termines.
—Ajá.
El sonido de las teclas siendo presionadas me molestaron un poco, pero luego dejé de hacer hincapié en ellos. Sentía que mi alrededor no existía, pues parecía porque casi nadie emitía algún ruido, y eso era bueno para la Emma cansada.
—Emmita... —me sacudieron el brazo—. Emmita... —canturreó otra vez y me quejé por lo bajó, aún sin moverme—. Emmita, querida, mi amor, mi vida, mi cielo, tienes que despertarte... —me volvió a empujar.
—No quiero, Kendall, déjame tranquila —le respondí con la voz cargada de pereza.
—Te voy a pegar si no te reincorporas.
—No lo harías.
—Sabes que sí.
—No —bostecé, y sentí un manotazo en mi cabeza que me obligó a enderezarme y a frotarme los ojos. El ardor empezó a molestarme en la parte golpeada y miré mal a mi prima.
—Pero, ¿qué haces? —me sobé la parte afectada e hice una mueca de dolor breve.
Me sonrió como si no hubiese hecho nada, como si no me hubiese pegado en la cabeza un golpe que seguramente, si me pelaba, iba a verse su mano como tatuaje en mi cuero cabelludo.
—El timbre sonó, y la mayoría de los chicos ya tienen vídeos tuyos en los que se te escucha roncando —comentó y achiné los ojos.
—¿Estás bromeando? —me levanté de la silla y ella hizo lo mismo.
—Para nada.
—¿Tienen vídeos en los que estoy roncando?
Se encogió de hombros. Si me estaba hablando en serio, entonces esos vídeos correrían por toda la escuela y sería motivo de burla. Joder... eso no puede pasarme otra vez...
—¿Para qué roncas?
—Ni siquiera estaba dormida.
—Sí que lo estabas.
Me agarré el puente de la nariz. ¿Estaba dormida? ¿En qué momento?
—Y si es verdad... ¿por qué no le has dicho a los que me filmaban que dejaran de hacerlo?
—Lo hice; hasta incluso intenté despertarte, pero me rendí dos minutos después.
—¡Kendall!
—La escuela no es para dormir —replicó riendo. Pasó por mi lado y la seguí, preocupada porque me molestaran por aquello.
Bajé las escales y recordé a Aiden; tenía que avisarle que mis padres —más mamá que papá— me habían dado la autorización de que fuera a la casa a estudiar conmigo, pero no lo encontré por ninguno de los pasillos que llevaba recorriendo con Kend.
—¿Por qué la cara larga, Emmita?
La observé.