Neeve abrió la boca indignada. Por supuesto que no los había matado, pero esa acusación era muy seria. Nadie, ni siquiera los vecinos sabían cómo pudieron morir los señores Crowley, no se escucharon gritos, pero sí un gran derrumbe y los cuerpos terminaron debajo de tablas y grandes bloques de hormigón. Naturalmente pensarían que murieron por aplastamiento aunque las pruebas forenses dijeron que había sido en extrañas circunstancias. En seguida Neeve fue sospechosa y todos en el pueblo la miraban con horror. Según en su declaración, ella al salir del sótano se encontró con el pasillo intacto, pero el resto de la casa en ruinas. Al no ver señales de sus padres y su hermana, Neeve corrió como una loca hasta la iglesia que estaba al otro lado del pueblo en medio de una tormenta eléctrica. Cuando llegó era de noche y parecía no haber nadie en la iglesia, pero el pastor —el mismo que había embarazado a su hermana y negado a su hijo— estaba ahí y cuando vio a Neeve se sobresaltó. Neeve pidió a gritos ayuda y el pastor llamó a los miembros de la iglesia para rescatar a los señores Crowley. Más gente se les unió en el camino y juntos levantaron los restos de la casa hasta encontrar los cadáveres que llevaban cuatro días en descomposición. El pastor interrogó a Neeve, ¿cómo era posible que la niña estuviera callada cuatro largos días? Pero le terminó creyendo cuando la niña le dijo que la habían encerrado en el sótano por no terminar de leer la biblia.
Nadie quiso enterrar los cadáveres, ni siquiera el pastor, pero el municipio llegó y lo obligó a dar un sermón antes de llevar los cuerpos a la fosa. Fue también el municipio quien cobró la casa de los Crowley al no encontrar ningún otro familiar interesado y también el mismo que llevó a Neeve al orfanato del pueblo.
Neeve se acostumbró a ser señalada como sospechosa, más tarde era una asesina. No imaginó que su hermano —que se supone que había sido sacrificado por una secta— también estuviera en el grupo de los que culpasen a Neeve.
—Así que un derrumbe, eh —suspiró Emory al terminar de escuchar la historia—. Interesante.
—¡¿Cómo puede ser eso interesante?! —bramó Neeve irritada—. ¡Están muertos! ¡Y la gente me culpa a cada rato!
Emory solo volvió a sonreír y se sentó en un sillón individual recargando su codo en el reposabrazos.
—Los únicos que sabemos eso somos nosotros, ¿quedó claro? —preguntó Emory borrando todo rastro de burla en su rostro, Neeve asintió ligeramente, ahora su hermano hablaba con seriedad—. Yo no podía ni puedo decir que mis padres eran humanos, aunque sospecho que nuestra madre era vindi natural; si decimos que tenemos sangre humana nos cortarán la cabeza y quemarán el resto en una hoguera mientras la gente baila. Si preguntan quiénes fueron nuestros padres diles que eran cazadores de dragones y murieron combatiendo dragones...
—¡¿Combatiendo dragones?! ¡Los dragones no existen!
—Sí existen —dijo Emory—. Son tan reales como tú y yo.
Neeve pensaba que su hermano se estaba burlando de ella. Los dragones no existían, ninguno de esos animales mágicos que otros pueblos veían con cariño. Sólo existían las bestias de la biblia —el dragón significaba el demonio—, pero había ocurrido hace tanto tiempo que ya estaban muertas. Ya no existían tales cosas.
—Neeve, sé que esto no es fácil de digerir, pero viniendo de Minos es de esperarse, Dryden es un pueblo de vindicus magos y puros. Existía una antigua rivalidad entre los humanos y los vindicus en esta zona, pero se terminó resolviendo cuando los magos vindicus invocaron una gran tormenta que les permitió huir a Dryden y los demás pensaron que habían sido exterminados. Ningún ojo humano puede ver lo que hay detrás de la neblina del puente, ningún humano podría haber caminado por las montañas de Dryden sin ver una infinita niebla, a eso se le llama visión borrosa. Tú la tenías porque eres mitad humano como yo, también tenías la mente muy cerrada para la magia, pero te la he quitado.
Neeve no había entendido mucho de lo que su hermano le había dicho por más sencillo que resultara, lo único que pudo captar era que era mitad humana mitad otra cosa.
—¿Mitad humana? —preguntó con un hilo de voz.
Neeve que toda su vida había vivido creyendo que los humanos eran el único ser vivo en toda la galaxia sentía repulsión al saber que supuestamente no era humana al cien por ciento. ¿Qué cosa podía ser? ¿Mitad reptil?
—Los vindicus magos tienen una particularidad que nos vuelve únicos de todo el espectro vindicus normal —dijo Emory jugando con sus dedos, su mirada estaba en la nada y decía cada palabra con cuidado, hizo una pausa y continuó:—. Tenemos el don mágico, capaces desarrollar todas las habilidades de la rama de la magia común, la que predomina en Dryden es magia natural. Estamos en sintonía con la naturaleza, nos comunicamos con ella y nuestros encantamientos y hechizos implican un elemento natural de por medio —Emory estaba absorto en sus palabras, como un pastor que ha ensayado su discurso o un maestro que se sabe la lección diaria—. Por desgracia, y a diferencia de los demás espectros, toda naturaleza muere y como nosotros somos parte de ella, nos acabamos como los humanos. La enfermedad del envejecimiento.
—¿Quieres decir que somos magos y brujas? —preguntó Neeve sorprendida al recordar el máximo exponente de herejía y las millones de personas que ardían en el infierno por practicar tales actos—. ¿Que usamos varitas y pronunciamos hechizos?
—Las varitas son obsoletas y no, no somos como tal brujas o magos, ellos pueden obtener la magia si la practican bien, pero la mayoría de ellos murió así que solo quedan farsantes y supersticiosos —dijo Emory divertido, como si la pregunta de Neeve fuera ridícula—. Tenemos la magia natural, la magia más despreciada e ignorada, incluso los nativos de Dryden no saben usarla. Los vindicus originales que llegaron a esta Tierra eran de apariencia humana, pero inmortales y fuertes, sin embargo sus habilidades estaban destinadas a crear y mejorar sus cuerpos. Esas habilidades se perdieron por la falta de práctica y fuimos contagiados en algún punto por la vejez.
—No entiendo...
—¡Podemos crear cosas, Neeve! —exclamó Emory sin paciencia—. Los que viven en Dryden pueden crear naturaleza y seres vivos pequeños. Listo, es todo.
—Pero...
Emory se puso de pie.
—Tú y yo somos mestizos y que no se te ocurra decirle a alguien o sino nos van a quemar y yo no quiero perder mi cabeza.
Emory la apartó y comenzó a caminar hacia las escaleras, Neeve lo siguió detrás apresurada con muchas más preguntas. Quería detener a su hermano para que le terminara de dar respuestas.
—Leí tus apuntes —dijo y Emory se detuvo en seco, se volvió y la miró con el ceño fruncido—. Ese cuento de las tres razas; la que crea, la que destruye y la que lucha, ¿era real?
Neeve debía referirse a los apuntes que Emory hacía mientras lo encerraban en el sótano a leer. Todos eran escondidos detrás de un agujero de pared lleno de ladrillos sueltos. A Emory le molestaba que leyeran sus escritos para tener que dar explicaciones, una de las cuales era que servirían para futuras obras de teatro para la iglesia y que terminaba con una entrada de Dios castigándolos con el infierno, su padre le creía porque así lo quería y su madre no le creía porque lo odiaba.
Emory le echó un vistazo a su reloj de mano, eran las tres de la mañana y ese día tendría que levantarse temprano.
—Es muy tarde, te daré una habitación para que duermas y cuando haya salido el sol de la tarde de contaré más cosas.
Emory empezó a subir las escaleras con su hermana detrás. Subieron a la primera planta donde había varias puertas a su alrededor y un estrecho pasillo oscuro a su izquierda. Emory de dirigió a ese pasillo, lleno de telaraña y polvo. Neeve se preguntó cuándo fue la última vez que fue limpiado o transitado, ni siquiera funcionaban los focos en esa sección. Emory abrió una puerta que Neeve no distinguió en la oscuridad y vio una habitación pequeña con una ventana triple al fondo, pegada a la pared había una cama grande con colchas gruesas y postes de madera que llegaban al techo.
—El baño está en frente y el ático está prohibido.
Neeve se volvió para preguntarle más cosas, pero su hermano ya no estaba en el pasillo. Neeve se asomó afuera de la puerta y tampoco estaba en los alrededores. Cerró la puerta convencida de que había hastiado a su hermano con sus preguntas, fuera quien fuera y del tema más sencillo, Neeve preguntaba a cada rato cómo funcionaba cada cosa y para qué era. También estaba acostumbrada a quitarles la paciencia a las personas que conocía.
A lado de ella había un apagador y al accionarlo las lámparas parpadearon, pero se quedaron encendidas dando una luz amarillenta y vieja. El papel del cuarto era morado con detalles blancos de flores y la colcha también era morada y tenía bordado un unicornio con hilos plateados. Neeve sonrió recordando su repulsión hacia los unicornios, pero la sonrisa no le duró mucho al ver que toda la decoración, incluyendo las cortinas, eran para chica. Neeve se preguntó si había o hubo alguien más viviendo con Emory.
Dejó las preguntas para mañana y se sentó en la cama. Toda la habitación estaba limpia así que alguien debía hacer la limpieza con regularidad porque no creía que Emory limpiara toda la mansión él solo.
Se dejó caer en la cama exhausta y pensó que era demasiado bueno para ser verdad, ella aún dormía en la dura cama del orfanato y cuando despertara recordaría esto como el mejor sueño de su vida.
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Editado: 16.05.2019