La tumba del otoño

4

 

     Neeve se encogió de hombros al escuchar aquello. No tenía nada en Minos, pero sin duda esperaba volver al mundo real donde no existían plantas que cambian de color y golosinas vivas. ¿Valía la pena quedarse para siempre para obtener unas respuestas? Seguramente sí porque allá en Minos no había esperanza para ella. 
     —¿Cómo me encontraste? —Fue lo primero que se le ocurrió. 
     —Tengo mensajeros de mi lado en todas partes, ellos me informaron del alboroto por la entrada de una humana así que decidí salir al pueblo antes de lo esperado. Escuché cuando dijiste quién eras y vi tu rostro, aunque claro que tú solo veías niebla —contestó e hizo una pausa—. Por años deseé que no fuera el único en la familia, mi esperanza se fue cuando nació Mary, pero regresó cuando supe de ti. Parecías ser humana así que me di por vencido y crucé el puente por última vez para no volver...
     —Y yo lo crucé.
     —Así es y ningún humano puede hacerlo. Los tablones están hechizados para sentir pisadas humanas, cuando las detectan desaparecen para impedir que alguien cruce. Tú pasaste desapercibida por tener sangre vindicu, de otra manera no estarías aquí. 
     Cuando Neeve cruzó el puente no sintió desaparecer ningún tablón y ni siquiera se había dado cuenta cuándo había llegado a tierra firme hasta que escuchó la música. Por otra parte, una de las cosas que más le intrigaban era el tema de las cenizas y la relación de su hermano con ello. Parecía ser un tema delicado, pero ella deseaba saberlo todo sin importar herir sensibilidades, no quería ser cruel, pero tampoco deseaba quedarse en un lugar donde todo se desmorona sin saber el porqué. 
     —¿Y qué me dices de la ceniza y los animales muertos? ¿Por qué te culpan de ello? —preguntó Neeve al recordar a Everard—. Lo que dijo el chico...
     —Lo que dijo el chico es mentira —carraspeó Emory nervioso ante la acusación—. Yo no hice que el mundo se volviera de polvo, lo único que sé es que todo empezó al instante en que llegué para quedarme. Yo nunca salgo de casa así que no hay manera de que haya hecho algún daño.
     Neeve agudizó la vista para ver a su hermano que sudaba ligeramente de la frente, sentía que le estaba mintiendo y lo creía más al no escuchar por ningún lado a Emily. No debía preguntarle porque había prometido no delatar a Tiger y no preguntaría hasta tener más información del carácter de su hermano.
     —¿Y por qué tu jardín está vivo y el de los demás no?
     Esa fue la gota que colmó el vaso. Neeve vio que su hermano enrojecía ligeramente y tensaba la mandíbula con fuerza, pero duró unos segundos porque se relajó y sonrió de lado como solía hacerlo.
     —Porque el terreno de aquí es fértil y con ayuda de la magia natural lo mantengo vivo, es por eso que me acusan a cada rato; por envidia porque nadie más tiene desarrollada la habilidad de la germinación. 
     Emory dejó de sonreír y se quedó satisfecho al ver que Neeve le creía, después de todo eran hermanos, podían confiar plenamente en ellos y Emory sabía que para Neeve era muy importante la confianza.
     —¿Y por decirme esto no podré irme de Dryden?
     Emory soltó una ligera carcajada que nuevamente sonó como un gruñido.
      —No, te mentí. El puente se derrumbó después de que entraste. Ya nadie puede entrar o salir de Dryden. Al fin y al cabo ese puente tenía más de quinientos años.
     Neeve quiso golpear a su hermano, por un momento se había resignado a quedarse en Dryden con su hermano para guardar un secreto que ella imaginó como una maldición. Pero si el puente se había caído entonces se podía construir otro.
     —Vayamos a comer, te contaré más cosas —dijo Emory. 
     No lo recordaba, pero Neeve no había comido nada en todo el día y no hacía falta porque en verdad el apetito se había ido durante toda su estadía.
     Emory se dio vuelta y ambos bajaron las escaleras. Caminaron el pasillo de la habitación que ahora era de Neeve y ella sintió remordimiento. Ahora que sabía la verdad dedujo que esa habitación debió pertenecer a la hija difunta de su hermano, y ahora Neeve dormía ahí como una intrusa. Ella no podía hacer algo así y se convenció de pedirle otra habitación a su hermano, debía haber más en la mansión. Bajaron hasta la planta baja donde Tiger los esperaba al pie de las escaleras, tomó las velas de los dos y las sopló para apagarlas.
     —Ella es Tiger, nuestra criada —dijo Emory presentando a la mujer, Neeve le sonrió nerviosa y Tiger le respondió igual—. Tiger, ella es mi hermana Neeve. Es mi igual así que le cumplirás todo lo que pida. 
     —Sí, señor.
     Neeve jamás había tenido una sirvienta ni nadie que hiciera las cosas por ella así que lo interpretó como un abuso de poder/necesidad y supo, en ese momento, que no le pediría nada a Tiger porque ella misma haría sus cosas.
     —Preparé filete de sirena con salsa de queso —dijo Tiger emocionada.
     —¿Sirena? —preguntó Neeve incrédula y Tiger asintió. Había escuchado sobre lo fabulosas que eran las sirenas, con cuerpos hermosos de mujer y una cola de pescado, mientras a los demás les causaba una ensoñación a Neeve le daba repulsión imaginar a una mujer mitad pescado—. Suena bien...
     «Bien asqueroso», pensó. 
     Llegaron al comedor, pero ya no había cinco sillas en cada lado, en su lugar había una silla en cada extremo con reposabrazos y el respaldo tapizado con tela roja. Emory se sentó en la que estaba más cercana a la puerta del jardín y Neeve se sentó en el otro extremo sintiéndose fuera de lugar; como si esa silla fuera para un cargo importante que ella no tenía. Tiger llegó corriendo a ellos con una bandeja, sirvió a cada uno un cuenco de cerámica cubierto con una tapa con garabatos pintados, un plato de contenido desconocido y una copa llena de un líquido rojo que a Neeve le pareció sangre. Miró los cubiertos los cuales tenían extrañas formas; unas muy filosas y amorfas mientras otras eran redondas o simétricas.
     Cuando Tiger terminó de servir se retiró y ambos permanecieron en silencio. Neeve se moría de hambre, no había comido nada desde que dejó Minos. Su hermano destapó sus platillos y comenzó a comer con ansias, al parecer él tampoco había probado alimento. Si las hermanas del orfanato lo hubiesen visto comer de esa manera le quitarían la comida y las del resto del día.
     Neeve miró su plato y lo destapó con seguridad. Cuando dio el primer sorbo a su sopa sintió lo verdaderamente hambrienta que estaba, pero procuró controlarse. Estaba comiendo con su hermano como hace poco lo hacia con su familia en Minos, aunque faltaba una conversación que le diera cuerda al tiempo. Por unos instantes recordó la última vez que estuvo encerrada en el sótano, había creído que moriría de inanición por más estúpido que sonara, pero no había sido así; tenía su pequeña provisión de comida detrás de la pared de ladrillos mal acomodados junto a los apuntes de Emory que en su mayoría eran cuantos muy extraños. Se le vino a la mente fragmentos del último que leyó y que sin duda cautivó su atención por ser demasiado cruel.
     —¿En qué te inspiraste para hacer el cuento de las tres razas? —preguntó Neeve.
     Emory pasó su bocado y se mostró dispuesto a explicar.
     —En algo prohibido y hereje llamado adivinación —contestó mientras cortaba su filete con los cubiertos—. El cuento de las tres razas significa el límite de la existencia... ¿Recuerdas como era?
     —No mucho.
     —¿Sabías que entonces leíste una profecía? ¿Y cuando tres leen tres se vuelve un seis?
     —¿Leí una profecía? ¿Qué quieres decir con los tres?
     —Dos triadas da el seis perfecto y en nuestra numerología se interpreta como un número profético; algo que se cumple.
     Neeve sintió que el alma se le caía a los pies y deseó que fuera mentira, si no lo era entonces Emory había escrito el destino de los seres vivos y aunque sonaba más bonito que la mayoría de los apocalipsis sin duda era un eterno ciclo a cumplir. Las tres razas estaban destinadas a destruirse mutuamente y volverse a crear hasta la eternidad de las formas más perversas posibles.
     
 
    
    




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