La tumba del otoño

6

 

     Nehemias y Neeve se quedaron apretujados contra las gruesas raíces, tratando de contener sus respiraciones y escuchando el son de sus corazones. Emory Crowley se paseaba a escasos centímetros, cualquier error o un movimiento bastaba para delatarse. 
     Neeve escuchaba el sonido de los cascos golpeando la fría tierra, unos pasos lentos, pero seguros. El tiempo parecía haber dejado de fluir al igual que todo el sonido mientras Emory se aproximaba. Neeve podía sentir el latir de su corazón en su cabeza, un sonido palpitante y firme y por un momento creyó que iba a morir. ¿Qué más le daba a Emory la muerte de su hermana? Neeve suponía un gran peligro a su reputación y a su gran secreto, podía meterlo en problemas sino se deshacía de ella.
     Nehemias estaba muy cerca de ella, pero a diferencia, él estaba sereno con la respiración casi nula. Para él, estar tranquilo era como respirar, estaba en su naturaleza y no le tenía ni una pizza de miedo a Emory.
     El caballo pareció alejarse lentamente hacia el otro lado, Neeve no se atrevió a verlo, pero sabía que estaban fuera de su rango. En unos minutos, que parecieron eternidades, ya nada se escuchaba salvo sus respiraciones. El primero en moverse fue Nehemias que estiró los pies como quien acaba de levantarse de una siesta incomoda. Se arrastró entre las raíces y salió a inspeccionar el bosque, al cabo de un rato dijo:
     —Estamos solos, puedes salir.
     Una temeraria y no muy convencida Neeve salió del escondite llena de tierra hasta las orejas, tenía un enorme raspón en la parte izquierda de la cara que había ignorado por la adrenalina y la piel tan pálida como la cera. Nehemias tenía un aspecto similar, pero no parecía importarle. 
     —¿A dónde han ido los demás? —Se preguntó Neeve mirando a todas partes.
     A su alrededor había maraña de troncos secos, tierra y sombras. Nehemias tenía razón; estaban solos.
     —Creo que han corrido hasta Leonid —dijo Nehemias divertido, cosa que no simpatizó a Neeve—. Laodamia sabrá cuidarlos muy bien.
     Lo que menos le preocupaba a Neeve era Laodamia, incluso sin conocer a los demás, se preocupaba por el estado de Marcelina y Everard. También sentía que estaba parada en medio de un bosque, en un pueblo mágico donde sus habitantes —y su hermano, el asesino de la señora Norton— la perseguían para darle muerte y donde ellos de por sí ya estaban condenados. ¿Qué seguía ahora? ¿Qué iba a hacer? ¿Cavar un túnel hasta Minos? Dryden y Minos estaban separados por una inmensa brecha que antes había estado unida por un puente, debajo seguramente había un río rápido, pero estaría tan abajo que el sonido de sus corrientes era inexistente.
     —Nehemias, ¿sabes si se puede salir de Dryden?
     El chico la miró con curiosidad, pero negó con vehemencia.
     —Nadie ha cruzado por una buena razón: los humanos nos ahorcan.
     —Y ustedes nos cortan la cabeza —contestó Neeve entre dientes.
     —Entonces sí eres humana —dijo Nehemias sin ninguna sorpresa.
     Neeve se maldijo internamente, pero trató de no ponerse nerviosa. 
     —En parte —dijo tratando de recordar lo que le había dicho su hermano—. Vivía del otro lado, en Minos, no sabía que era vin... No sabía lo que era hasta que llegué aquí. 
     —Eres vindi. Se dice que antes de la gran tormenta varias familias vindicus se quedaron del lado de los humanos con el fin de protegerlos... Lo que resulta inútil porque los humanos matan y destruyen todo lo que desconocen.
     —Me alegra que no seas uno de los que quieran matarme por venir de Minos.
     —Ya te lo dije, no soy un asesino. Además, encuentro fascinante que vengas del lado humano, debes saber todo sobre ellos.
     —¿Te resulto fascinante? —preguntó Neeve pasmada.
     —Sí, nunca había conocido a alguien que desconciera casi todo lo que ve. Tu cara demuestra lo confundida que estás en este lugar, pero con el tiempo aprenderás sobre nosotros y te sentirás en familia... —admitió Nehemias, pero su rostro se volvió triste—. Aunque nos estemos muriendo y la mayoría se comporte como gallinas sin cabeza.
     ¿Gallinas sin cabeza? Neeve no entendió esa expresión y evitó imaginarse la escena.
     —Iré a Coeli, mi padre debe estar preocupado por mí —dijo Nehemias al tiempo que se ponía en marcha—. ¿Vienes? 
     Neeve se quedó atrás pensando qué era lo mejor, debía averiguar si Emory era un asesino o no, después de eso decidiría si regresaba a su casa. Después de pensárselo siguió a Nehemias por el extenso bosque sin saber que le esperaba una larga caminata.

Coeli era el pueblo que había visto en la colina con casas llenas de ventanas y el molino rezagado. En aquel lugar las personas no volteaban a verla tan descaradamente, estaban tan entusiasmadas con el nuevo Sol que Neeve había pasado momentáneamente al olvido. Neeve siguió a Nehemias muy de cerca, tratando de no mirar las excentricidades del pueblo, pero era muy difícil cuando de las casas salían polluelos rosáceos y serpientes multicolores subiendo por los muros. Un señor que caminaba delante de ellos traía en su regazo a lo que parecía ser un mono, pero con tres ojos... Neeve no pudo con aquella imagen y se quedó estaferma al ver que el animal parpadeaba a la par que la veía. Parecía el rostro de una araña atrapado en el cuerpo de un mono.
     El señor la miró con mala cara, ¡como si la chica nunca hubiese visto a un arachmú!
     —Neeve, deja de saltar a cada rato —susurró Nehemias—. Nos van a descubrir.
     ¿Cómo no iba a saltar del susto después de ver a un mono con tres ojos? Neeve había visto algo así en un periódico de su padre que hablaba sobre aberraciones, las páginas incluían fotografías de animales comunes con miembros de más. “Significa el fin —decía su padre con aires de superioridad—. Mientras más cerca estemos del apocalipsis, más cosas como estas aparecerán y vendrán peores”, había dicho el señor Crowley en el desayuno, sin dejar de exhibir las atroces fotografías a sus hijas, como una lección. Neeve sintió su piel de gallina y supo que jamás olvidaría esa imagen.
     —Tiene tres ojos —murmuró.
     —¡Por supuesto que tiene tres ojos! —dijo Nehemias levantando ligeramente la voz—. ¿De qué otra manera podría ver a los neima?
     —¿Qué es eso?
     —Espíritus ancestrales de brujas —dijo Nehemias—. ¿Qué no los hay en Minos? —preguntó y Neeve negó aún confundida—. Son seres que habitan los bosques de las islas cercanas de Ferre, dicen que son malévolos y que se llevan a los más despistados que entran a sus tierras. Los ojos de los arachmú son los únicos capaces de distinguirlos y también los únicos que se alimentan de ellos.
     —Pues te aseguro que en Minos no hay espíritus malvados del bosque o mamíferos con tres ojos a menos de que tengan una mutación.
     Ambos siguieron caminando bajo la luz del nuevo sol. Había bastante gente en las calles hablando y disfrutando la nueva ola de calor, los niños reían y jugaban correteando animales que parecían ser enormes erizos. Nehemias caminaba a paso apresurado hacia una explanada más privada, a lo lejos se veía una gran granja hecha de madera clara, unas cuantas gallinas despistadas caminaban entre la paja y un caballo —que estaba vivo y no tenía piedras en los ojos— saciaba su sed con un balde lleno de agua. Nehemias se detuvo ante un alambrado enano que Neeve no advirtió y pasó por encima de él.
     Una vez del otro lado, Neeve pudo ver a dos personas altas y delgadas esperando en el porche con grandes sombreros de tela brillante anaranjada, vestían de una manera singular y parecida a los granjeros comunes salvo los retazos de tela psicodélica cosidos en sus trajes.
     —Son mis tíos —dijo Nehemias saludando a lo lejos, estos dos regresaron el saludo con una enorme sonrisa—. Por favor no les digas tu apellido o recordarán a mamá. Los traumatiza.
              
      




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