La tumba del otoño

2

 

     Debajo de ella debía estar un esqueleto, una parte de Nehemias si así quería verlo, consumido por la tierra y los bichos, y estaba ahí gracias a Emory. Una sensación de repulsión la invadió, no sólo por el hecho de que estaba sobre los restos de una persona sino porque Neeve tenía una imaginación hiperactiva y paranoica que le hacía imaginar cosas horroríficas; ¿cómo habría muerto Jan Norton? ¿Sus huesos tendrían cicatrices pasmadas que desvelaban el misterio de su muerte? Quiso disipar esas preguntas y visiones grotescas sobre el cadáver que en paz reposaba, pero fue casi inútil, ninguna imagen creada por ella de tal magnitud era borrada hasta que algo llegaba de improvisto y capturaba su atención. 
     Una brisa fría golpeó sus mejillas abiertas al rojo vivo. Le ardían las mejillas y el cuello. Se dio cuenta de que si se hubiera cortado unos centímetros más podría haberse roto alguna vena importante. La quemazón fue la que la despistó. 
     De lo lejos llegó un sonido metálico y chocante. Neeve no estaba sola. Ella miró en busca del origen del sonido agudizando sus sentidos y entonces más arriba encontró a un hombre que cavaba sin prisa. Aquel hombre atlético con ropa oscura y ceñida era Emory. Él sujetaba la pala con fuerza, la hundía en la tierra y le daba una patada para enterrarla bien; lucía tan concentrado en sus pensamientos y sereno que no parecía venir del pueblo. ¿Cómo era posible que su hermano estuviera cavando cuando andaba por el pueblo buscándola? A menos que estuviera cavando para ocultar algo. Ocultar un cadáver. Los Norton. Tal como a Jan Norton. La idea que tuvo en el desayuno sobre los cuerpos regados sobre la sala de los Norton volvió a su mente y le provocó un escalofrío; de inmediato comenzó a entretejer una historia sanguinolenta. Imaginó que Emory había descubierto, de alguna manera, que los Norton habían estado escondiendo a su hermana y por tal motivo sus vidas fueron arrancadas en un soplo. 
     Neeve empezó a retroceder, dispuesta a irse en dirección contraria lo más sigilosamente posible. Sólo bastó un paso para delatarse; una rama gruesa se quebró debajo de sus pies irrumpiendo el silencio. Emory se detuvo a mitad de la excavación, levantó su rostro repleto de tierra y miró a su hermana. Por unos momentos los hermanos parecían haberse quedado petrificados para hacer un cuadro para nada pintoresco con los débiles rayos del sol golpeando las cenizas. Neeve sintió que su sangre volvía a calentarse, el ardor de los cortes se había ido y sus músculos se volvieron de piedra, pero dispuestos a correr. Debía prepararse para correr. 
     Emory dejó caer la pala con pesadez y se lanzó hacia ella como una cobra a un ratón. Neeve retrocedió casi segura de que él iba a atacarla. No había sido rápida y las manos, frías y llenas de tierra, de su hermano se cerraron sobre sus hombros, muy cercanas a su cuello.
     —¡No me toques! —Fue lo único que pudo articular tras sentir los hombros como si acabaran de recibir un latigazo, pero su hermano no la soltó.
     —No vuelvas a irte de casa sin mi permiso —dijo Emory con firmeza, su respiración era irregular y sus ojos grises parecían estar encendidos en llamas por la ira. En su rostro pálido se reflejaba la preocupación como si fuese un padre que encontrara a su hija después de haberla perdido por un largo rato, a excepción de que Emory era su hermano y de que el padre de Neeve, el señor Crowley, sólo se preocuparía si ella estuviese aun viva—. ¡¿No entiendes lo peligroso que es afuera, Neeve?! ¡Pensé en tu cabeza clavada en una estaca!
     —¡Mentiroso! —Neeve apartó a su hermano de un empujón, no era fuerte y sin embargo, había podido retirar a su hermano unos cuantos pasos. Sintió que una rabia incondicional la cegaba, tenía ganas de confrontarlo, de gritarle, quería descargar toda su adrenalina en él; Emory la había perseguido, las personas preparaban el lugar de su ejecución para quemarla como salchicha en un asadero, el cadáver de un ser inocente yacía bajo la tierra gracias a él—. ¡Tú andabas como loco buscándome con un arco y un caballo! ¡Revisaste las casas buscándome! ¡Ibas a permitir que me quemaran como basura! ¡¿QUERÍAS MATARME, EMORY?! ¡PUES AQUÍ ESTOY!
     Sus gritos se escucharon amplificados por el resto del bosque. Neeve nunca había gritado tan fuerte en su vida, sentía que se había dejado la garganta en ello y sus oídos pagaban la factura; escuchaba un zumbido después de haber gritado con tanta fuerza. Emory estaba exaltado, sorprendido por aquella reacción y no se atrevió a dar un paso adelante. Neeve sintió cómo su ira se desvanecía poco a poco como agua entre las manos. ¿A quién le había gritado de esa manera? A nadie, ni siquiera a sus compañeros en los malos sueños durante su estadía en el orfanato —solía soñar con discusiones entre sus compañeros y ella, Neeve era atacada con acusaciones falsas y ella les gritaba con fuerza que se callaran y al despertar tenía la garganta seca como evidencia de que había elevado su voz— se atrevía a hablar tan fuerte como para sentir que sus cuerdas vocales se desgarraban. 
     —Guarda silencio, niña —dijo Emory sin gracia al cabo de unos segundos, su rostro parecía recuperar toda seriedad—. Yo no salí a buscarte. Pensé que andabas por el sótano o husmeando mi jardín.
     Neeve se había levantado para encontrar la casa vacía, demasiada soledad hizo que se preocupara y saliera a investigar al pueblo y Emory le siguió la pista. Viéndolo un día después sonaba descabellado, lo más razonable era quedarse a esperar, pero el mal presagio la había engañado e impulsado a lo desconocido. 
     —Tú te habías ido y yo salí a buscarte —balbuceó; sus gritos habían consumido su fuerza—. Salí a buscarte... Querías matarme junto a un pueblo entero... Revisaste las casas... 
     —Yo estuve todo el tiempo en mi habitación y Tiger fue al pueblo a hacer unas compras muy temprano, cuando bajé a desayunar nunca llegaste —interrumpió con seriedad—. ¡Yo no fui a buscarte para matarte! ¡Reacciona! Eres mi hermana y eres como yo; ¡no voy a matarte!
     —Pero tú... Yo te vi sobre ese caballo... Y en la casa —decía Neeve sin aliento obligada a interrumpirse en la última frase. Si por error llegaba a delatar su visita por la casa de los Norton los metería en problemas y si por unos momentos confiaba en su hermano, entonces, ¿quién la estaba cazando?
     Su hermano negó rotundamente alarmado. 
     —Yo no hice eso.
     —¡No estoy alucinando, yo te vi! ¡No trates de tomarme el pelo! 
     No era posible de que existieran dos Emory iguales en Dryden, ni siquiera gemelos ya que sólo eran tres hermanos; dos mujeres y un varón. Emory parecía tener una idea, unía un plan en su mente, sus ojos se movían alrededor del cementerio en busca de algo. 
     —Una ilusión —dijo Emory. 
     Neeve se enfadó aún más de lo que ya estaba. Su hermano le decía que había estado delirando. ¡Neeve está loca! Ya no era necesario que le cortaran la cabeza porque ya la había perdido.
     Era absurdo. 
     —¿Una ilusión? ¡Hubo más de dos personas que te vieron! ¡Un pueblo entero estaba contigo! No me salgas con cuentos... 
     —Exacto —interrumpió Emory pensativo—. Una ilusión colectiva...
     —No seas...
     —Tenemos que irnos —Volvió a interrumpir, esta vez más apresurado, sus ojos volvían a escudriñar el bosque y el cementerio, como si ambos estuvieran al acecho— y no te estoy preguntando.
     —No...
     A Emory no me importaban las protestas de su hermana, la abrazó al igual que la primera vez que ella estuvo en Dryden. Neeve vio que todo a su alrededor se desvanecía como vapor y pronto la oscuridad abrazó sus cuerpos. Sólo duró unos momentos antes de que aparecieran dentro del recibidor de la casa. En todo momento ella no dejó de retorcerse debajo se sus brazos hasta que él la soltó.
     —¡No estoy loca! —exclamó enfadada.
     —Nadie dijo que lo estabas, escucha bien lo que dices.
     Emory se acercó a su rostro y analizó las heridas de su hermana. Su rostro y cuello estaban marcados con heridas profundas con los bordes negruzcos. Estaban infectadas con veneno potente. Emory pareció asustarse demasiado y sin perder tiempo condujo a Neeve a la primera planta y ambos entraron a una habitación que Neeve jamás había visto. Ahí adentro había estanterías llenas de libros tan extraños como llamativos, frascos con animales moviéndose en formol y en peceras, en el centro había una mesa de madera vieja y encima de ella había una rejilla para tubos con polvo púrpura regado sin cuidado. Emory revolvió entre los frascos que contenían seres vivos y de detrás de ellos sacó una bolsa de tela negra bastante liviana. La llevó a la mesa y la abrió mostrando su contenido: hojas rojas como la sangre.
     Neeve no perdía de vista a su hermano, él se movía con rapidez y agilidad de un lado a otro trayendo frascos y mezclando ingredientes peculiares. Emory no perdía ni por un momento la concentración, parecía saber muy bien lo que hacía. Neeve vio, con bastante asco, cómo su hermano vertía las hojas en un mortero para machacarlas al tiempo que agregaba una sustancia verde y viscosa que desprendía un hedor insoportable. Parecía que Emory preparaba una mezcla de huevos podridos y agua rezagada. Neeve sintió que su nariz se impregnaba de ese olor nauseabundo y su estómago comenzó a sacudirse incómodo, una ola de calor se instaló en su cuerpo indicando que si no salía pronto regresaría el desayuno que alguna vez fue delicioso.
     —Vas a limpiar si ensucias mi estudio —dijo Emory mirando a su hermana sin dejar de mezclar con el pistilo. 
     Neeve no soportaba más, sentía que su estómago era como una bestia necia que quería salir. Su hermano, con más agilidad que la de un gato, tomó algo de la mesa y lo introdujo en la boca de su hermana. Neeve sintió que iba a regresar su estómago en la mano de su hermano, pero en su lugar percibió un olor bastante agradable que eliminó el hedor de la mezcla, era un olor semejante a la menta, demasiado intenso como para relajarse.
     —Eres de los desafortunados de estómago sensible —dijo Emory regresando a su mezcla parduzca casi terminada—. Te voy a poner esto en las heridas y por nada te moverás. Te hiciste esas heridas con el rosal de Noypapilre, de no encontrarte estarías muerta.
     Neeve no sabía qué era un rosal de Noypapilre, pero no quiso preguntar por miedo a estropear el efecto de la hoja que tenía en la boca. Su hermano dejó de mezclar y Neeve vio una mezcla gelatinosa con el color del combustible, afortunadamente ya no olía a huevos podridos. Sin inmutarse, Emory tomó un poco de la mezcla con sus dedos y la puso sobre las heridas de Neeve. Era la sensación más horrible que la chica había experimentado. Sentía como si se colocara una gelatina caliente que le quemaba la piel. No se movió en ningún momento tal como su hermano le había dicho y contuvo sus lágrimas a duras penas.
     —Los rosales de Noypapilre pueden ser tan amigables como peligrosos —dijo Emory para distraer el sufrimiento de su hermana—. Son plantas estúpidas que confunden sentimientos muy a menudo. Cuando se sienten amenazadas liberan una toxina altamente dañina para los vindicus, altamente mortal para los humanos. Tienen la apariencia de una simple zarza y solo muestran sus rosas cuando están completamente tranquilas, los pétalos de esas rosas poseen la contraparte de las toxinas que emite. Si se prepara bien no sólo puede curar las heridas infectadas con su toxina sino que también ayuda a cicatrizar... En un abrir..., y cerrar de ojos.
                




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