La venganza del millonario

9. ¿Acepto?

Sam.

Con el corazón destrozado me dirijo a trabajar, no puedo dejar de lado mis obligaciones solo porque un hombre me tiene de este modo. Me duele hacer cada cosa, ya que desde que nos mudamos todo lo hemos hecho juntos, desde la ducha, el desayuno, viajar juntos. Considero que me acostumbré demasiado a su presencia en mi vida y ahora que no lo tengo cerca me lastima.

Ayer me pasé todo el día en la cama, ni siquiera me levante porque no había motivo, Alice trato de hablar conmigo, pero la corte diciéndole que estaba bien. Tal vez no me creyó, pero ahora es lo de menos.

Pero hoy no es domingo y tengo responsabilidades, así que, haciendo todo de forma mecánica, llego hasta la oficina sin ánimos de nada.

—Buenos días, necesito el informe que te pedí el viernes a más tardar a medio día. —Enseguida que llego le pido esto a mi asistente, trabajar desde el minuto uno evitara que piense tonterías.

—Si jefa, ya casi está listo —responde apresurada, puede ser que hay notado mi mala cara.

—De acuerdo.

No le doy tantas vueltas y tal como me lo propongo, me dedico a trabajar y trabajar para olvidar que, desde ayer, el hombre con el que vivía decidió marcharse en lugar de arreglar la no discusión que tuvimos. Porque no hablamos, no nos dijimos nada y eso resulta peor porque todo lo que le he querido decir aún lo tengo guardado aquí en el pecho. Me duele y el nudo que se me formo en la garganta no ha querido salir.

Así transcurre este primer día.

A pesar de que soy yo la que debería de esta enojada, pareciera que con sus actos me está haciendo sentir culpable de algo. Esa sensación ya la había experimentado antes, en otros detalles que he dejado y hasta el sol de hoy, no logro descifrar porque me siento de esta manera.

Mi instinto me hace mandarle un mensaje, dejando mi orgullo de lado.

Sam: ¿Cómo estás, Fer? Necesitamos hablar. Y antes de que me respondas cualquier cosa, déjame decirte que, a pesar de todo, te amo.

Dejo el teléfono en la mesa al darme cuenta de que no me va a responder, hace más de una hora que se lo he enviado y nada.

Voy hasta la sala de juntas en donde me espera una reunión de vital importancia, la persona de confianza, que sigue trabajando para nosotros y ahora es mi mano derecha, me tiene muy buenas noticias, parece que por fin nos podemos expandir.

Dentro de la tristeza, llego a un acuerdo y le pido que él se encargue de todos los tramites, incluso lo autorizo a viajar para hacer las negociaciones en persona. De concretarse, le daré una buena sorpresa a Fernando.

Fer: Hola, perdón por la manera en que me fui, es verdad, necesitamos hablar y que me escuches. Vuelvo pronto.

Así, sin más, sin un te amo, de esta forma tan fría ha respondido a mi mensaje, aunque pensándolo bien, es mejor esto a nada.

Sam: Te espero en casa.

No hoy, no mañana, será cuando él decida que está listo para hablar, no lo voy a presionar, pero eso no quiere decir que estoy de acuerdo, cuando lo vea se lo voy a dejar muy claro. Entre más pase el tiempo, menos posibilidad existe de que nuestra relación se mantenga.

Manejo a casa, al llegar a la solitaria casa, decido que hoy no quiero permanecer en un hogar donde no voy a encontrar lo que siempre había. Hablo con Alice y le pido que me dé asilo, ya mañana veré que hago.

Mi hermana de corazón jamás me deja sola, incluso se ofrece a venir por mí, pero no se lo permito. Subo a mi habitación por un poco de ropa y salgo dejando más vacío el hogar ya vacío de por sí.

Esta noche hablamos y hablamos del mismo tema.

—Yo te lo dije desde un principio y no quiero seguir echando más sal a la herida, recuerda que soy tu amiga y te quiero. Donde tú creas que eres feliz, yo te voy a apoyar, lo único que me importa es que ningún imbécil te borre la sonrisa del rostro.

—Gracias, amiga, ¿Qué haría sin ti?

—Llorar sola en tu casa.

En compañía de un buen vino y una película de esas románticas y cursi que hasta te da diabetes de solo verlas, nos quedamos dormidas, como cuando solo éramos ella y yo. Como cuando Fernando aún no existía en nuestras vidas.

Un nuevo día empieza y con ella la misma decisión, continuar y seguir. A todo se acostumbra uno, recuerdo la frase de mi abuela que siempre dice, no nacimos juntas, así que podemos vivir la una sin la otra.

La jornada ocurre sin novedad y al término de esta, debo enfrentarme a un tercer día sin Fernando, esta vez no fui tan valiente y no envié ningún mensaje, es obvio que de él tampoco recibí nada. Por más fuerte que me esté haciendo, esto duele y tendrá que hacer muchísimos méritos para que pueda perdonarlo.

Suena mi teléfono justo antes de que, de la vuelta a la llave, tomo mi teléfono demasiado tarde, no me da tiempo contestar. Hablaré con quién sea ya estando dentro.

Al cruzar el umbral un escalofrío recorre mi cuerpo, la casa me da miedo, sumida en una oscuridad tétrica. Me quedo detenida tras la puerta, recargo mi espalda y me dejo caer hasta el piso.




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