Un par de días después, Judea envió a su hijo Hebrón por la leche que le regalaba el dueño del rancho. Luego de un rato, el chiquillo regresó emocionado.
— ¡Mira mamá! — Dijo mostrándole un paquete que traía junto con el cubo de leche. — ¡Me lo dieron para ti!
— ¿Quién? — Preguntó Judea con extrañeza, percibiendo el dulce olor que salía del pequeño bulto.
— Una muchacha de ahí del rancho. — Explicó el niño. — Salió cuando yo agarraba la leche, me preguntó si tú eras mi mamá y me dijo que te lo trajera.
Los demás niños se habían acercado y miraban con curiosidad mientras Judea quitaba el papel. Sorprendidos, vieron una tarta de fresas.
— ¡Qué rico! — Exclamaron los niños.
Judea les sonrió y empezó a cortar pedazos y a repartírselos. Aunque, en realidad, estaba muy preocupada. ¿La mujer en el rancho sería Galilea?
Una vez que sus hijos comieron, se ató al bebé al pecho con su rebozo, le encargó a su hijo Hebrón que vigilara a sus hermanos y salió corriendo al rancho. Se acercó con cuidado a la puerta y, luego de dudar un momento, se animó y llamó.
— ¿Muchacha?
Un instante después salió Galilea.
— ¡Hola Judea!
— ¡Ay Gali eres tú! ¡No me digas que ya te vendieron!
Galilea respondió soltando una pequeña risa.
— Si, ya. Me tocó aquí.
— ¿Te trata bien? — Preguntó Judea con preocupación.
— Si, me trata muy bien. — Asintió la joven.
Judea la observó con cuidado. Gali no se veía golpeada, ni triste, al contrario, parecía contenta.
— Me alegra. — Dijo sinceramente. — ¿No te vas a meter en problemas por el pan que mandaste?
— No, no te preocupes, él sabe.
— Es buen hombre. — Dijo Judea. — Si no es por la leche que nos regala, hay días en que mis hijos no tendrían nada en el estómago. ¡Hace rato se volvieron locos con tanto dulce! Gracias. Nunca habían comido algo así.
— Mañana, si puedo, te mando unos buñuelitos, sólo que te voy a quitar un poquito de leche para hacerlos.
— Gracias Gali. Cuídate mucho.
— Tú también Judea.
— Oye… — Dijo la mujer luego de una pausa. — ¿No tendrás un plástico que te sobre o una lámina? No tardan en venirse las lluvias y me da miedo que se me mojen mis niños, sobre todo el bebé.
— No, no tengo. — Dijo Galilea suspirando. — Voy a buscar algo que te sirva pero, si se adelantan las aguas, vente corriendo al establo con los niños. No creo que el señor se enoje si se meten ahí y le decimos que viven en el monte.
— No quiero meterte en problemas.
— No te preocupes, yo me hago responsable. Pero no quiero que los niños se te enfermen.
— Gracias Gali. Siempre has sido muy buena.
Mucho más tranquila, dejó a Galilea y regresó a su campamento.
Esa tarde, Meguido volvió a visitarla.
— ¿Viste a mi muchacha, Judea? — Le preguntó con angustia. — ¿Cómo está?
— ¡Está muy bien! — Le respondió la mujer con una sonrisa. — Les mandó una tarta a mis niños. El hombre la trata bien. Quédate tranquilo, se ve contenta y no está golpeada ni nada.
— Es lo que escuché en el pueblo y me costó trabajo creerlo. — Dijo el hombre soltando el aire con alivio. — ¡La respetó! Andan diciendo que mi Gali fue al pueblo con ese hombre, que le compró ropa e hilos para bordar. Y que ella dijo que no la ha tocado. ¡Bendito Dios Judea! ¡Está respetando a mi muchachita!
— La vi contenta. — Dijo Judea frunciendo el ceño. — Pero no me atreví a preguntarle nada sobre eso. ¿En serio no la ha tocado?
— Escuché que mi Gali les explicó a las mujeres que él le dijo que no es un violador, que le prometió que no la va a forzar nada porque ninguna mujer merece ser tratada así ¿Puedes creerlo Judea? ¡No la va a tocar si ella no quiere!
— Me alegro mucho por ti y por tu hija. — Dijo la mujer con una sonrisa genuina. — Esto pareciera un milagro ¿Verdad?
— Lo es, Judea, lo es… — Dijo el hombre, y luego de un momento añadió con tristeza. — Yo me voy a ir del pueblo Judea. Ya no tengo nada qué hacer aquí. Mi hija está bien y el muchacho me prohibió acercarme a ellos. Además… temo que el maldito cantinero busque vengarse porque no se la di a él.
— ¿Cuándo te vas? — Preguntó Judea.
— Hoy mismo si es posible. Ya nada tengo que hacer aquí. — Dijo el hombre. — Por favor Judea. Cuida a mi muchachita. Te la encomiendo mucho.
— Ella está en buenas manos. — Asintió la mujer. — Ese hombre se ve que es derecho. No como los de aquí. Tu vete tranquilo. Yo le voy a estar dando sus vueltas.
— Gracias Judea. Cuídate tú también. Las mujeres en el pueblo están hablando de mi niña, de cómo la respetaron, se empiezan a rebelar contra los hombres exigiendo lo mismo. No vayan ellos a querer vengarse y vengan aquí a meterse con ese muchacho, y de paso contigo.
#1139 en Novela romántica
#450 en Chick lit
#323 en Novela contemporánea
familia y lealtad, drama dolor traicion amor, mentiras dolor secretos
Editado: 05.12.2020