Unos pocos días después, Judea dejó a los niños a cargo de su hijo Hebrón y bajó al pueblo llevando sólo al bebé atado a su pecho. Iba con cuidado, tratando de no llamar la atención, caminando entre callejones para no ser descubierta por los hombres, su intención era encontrar a alguna mujer que le diera ropa para lavar y así conseguir algunos centavos.
Cuando llegó a la casa de la mujer que iba a buscar, esta la recibió con muy malas noticias.
— ¡Judea, regrésate inmediatamente! No es bueno que te vean en el pueblo.
— ¿Por qué? — Preguntó preocupada.
— Porque el cantinero está muy enojado con el muchacho de Las Palomas. Además de que le ganó a Galilea, ya se enteró que los está ayudando a ustedes y anda alborotando a los hombres para ir allá. Anda, corre. ¡Vete y cuida que no te vean!
La pobre Judea huyó como alma que lleva el diablo. No paró hasta llegar a Las Palomas y se dirigió directamente a la casa del dueño. Al llegar no dudó un instante en llamar a la puerta. Se sorprendió cuando Samaria le abrió. Ella, y su marido Jericó, eran parias igual que Judea. Vivían acampando donde podían y nadie en el pueblo les echaba una mano.
— Samaria buenos días. — Dijo con premura. — ¿Está Gali?
— No puede atenderte, Judea, buenos días. — Respondió la interpelada. — ¿Te puedo ayudar en algo?
— Quería platicar con ella de lo que está pasando en el pueblo. No sabía que tú estabas aquí también.
— El señor contrató a Jericó como su capataz y a mí para atender la casa y ayudarlo a cuidar a Gali. ¿Para qué la necesitas?
De pronto, la puerta se volvió a abrir y el dueño del rancho salió.
— Buenos días Judea.
— Señor buenos días. — Dijo Judea, con alivio, cuando lo vio. — Quería conversar con Gali. Pero me alegra encontrarlo a usted. Vine a advertirles que tengan cuidado.
— ¿Cuidado por qué o de qué? — Preguntó Adrián frunciendo el ceño.
— Porque nos está ayudando. — Dijo la mujer señalando con un gesto a Samaria. — Y porque no maltrató a Gali.
— ¿Y eso por qué es malo? — Preguntó el hombre con extrañeza.
— Porque el cantinero dio órdenes que nadie me ayudara. — Intervino Samaria. — Porque se le cebó la compra conmigo y no acabé de puta en su cantina. Y porque está tratando bien a Gali… Y nadie trata bien a las mujeres en ese maldito pueblo.
— Y porque le está dando leche a mis hijos. Yo perdí mi casa cuando murió mi marido porque el cantinero dijo que él le debía mucho dinero. Y pues, se la quedó a la mala. — Asintió Judea. — Peor ahora que las mujeres se empiezan a rebelar. Escucharon a Gali decir que usted no la violó y que no la maltrata, porque ninguna mujer se merece algo así. Y los hombres se están enojando por eso.
Luego de meditar un momento, el hombre habló.
— Judea, ve a levantar tu campamento y trae a tus niños. De momento te voy a poner en el establo, discúlpame no tengo otro lugar. Pero, como pintan las cosas, más vale que no estés sola en el monte.
La mujer sintió que el alma le volvía al cuerpo. ¡Había sentido tanto miedo por lo que le habían dicho en el pueblo! No tanto por ella, sino por sus hijos. Así que sonrió agradecida.
— Cualquier lugar es bueno con tal que mis hijos no sigan durmiendo a la intemperie.
Adrián asintió.
— Ya se nos ocurrirá algo para instalarte mejor. — Dijo y se dio la vuelta. — Voy con Gali, ya la dejé sola mucho rato.
— ¿Está enferma? — Preguntó Judea preocupada.
— Algo así… — Dijo Adrián sin detenerse.
Judea levantó las cejas hacia Samaria en gesto de interrogación. Ella puso un dedo sobre sus labios. — Luego te cuento. — Murmuró. — Ve por tus hijos.
Sin pensarlo dos veces, Judea corrió hacia su campamento. Cuando llegó se alegró de ver que los niños estaban bien, jugando frente a la choza.
— ¡Recojan sus cosas! — Les dijo empezando ella a juntar lo más que podía. — Nos vamos de aquí.
— ¿Otra vez? — Preguntó Hebrón con decepción.
— Es para bien, mi niño. — Ella se detuvo y acarició la cabeza del chiquillo. — Es para bien, ahora vamos a tener quien nos cuide.
Se inclinó para seguir juntando cosas
— ¡Apúrense! — Los urgió. — Dicen que el cantinero está enojado y aquí corremos peligro.
Esa tarde, ya se habían instalado en un rincón del establo. Improvisaron camas con paja y algunas divisiones con sábanas y trapos viejos. No era un palacio, definitivamente, pero era un techo firme que no se iba a desbaratar a la primera lluvia.
Samaria, Judea y Jericó estaban sentados sobre unas pacas de heno, conversando, mientras los niños estaban afuera, a la sombra de los árboles.
— ¿Qué es lo que le pasó a Galilea? — Les preguntó preocupada mientras amamantaba a su bebé.
— No lo sabemos. — Respondió Samaria encogiéndose de hombros. — Jericó la vio un día y estaba bien, habló con ella. Y justo al otro día, cuando empezó la cosecha, ya estaba así, como ida. A mí me contrató el patrón para ayudar a cuidarla.
#1141 en Novela romántica
#449 en Chick lit
#324 en Novela contemporánea
familia y lealtad, drama dolor traicion amor, mentiras dolor secretos
Editado: 05.12.2020