La vorágine de Charlotte

Capítulo 4

El viaje duró más de una hora. No fue cómodo viajar atada al lado de un tipo como ese que se dedicó a ignorarme y luego durmió el resto del viaje con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Estoy segura de que en ningún momento su sueño fue profundo, tal como un desconfiado felino estuvo alerta todo el tiempo. Me dio la impresión de que si alguien se hubiera atrevido a atacarlo en ese momento se hubiera arrepentido toda la vida.

—Señor Fave, hemos llegado —habló el chófer antes de descender.

Alejandro abrió los ojos mirando hacia el exterior. Luego, como si recordara que no va, solo me contempló confundido antes de tensar su rostro. Se acercó haciendo que mi cuerpo se empequeñeciera. Hubiera querido retroceder, pero así con mis piernas atadas no puedo ni moverme.

Su ruda mano tocó mi frente y sobó mi golpe con brusquedad causándome escozor. Temblé ante su impávido semblante, sigo sin saber qué es lo pasará conmigo ahora que hemos llegado a su destino.

—Te salió un moretón —dijo en tono serio.

Lo miré con los ojos llenos de lágrimas de la impotencia de no poder decirle sus verdades. ¡Claro que tengo un moretón si me lanzó al auto sin nada de consideración! Pero en estos momentos no sé cuál es mi situación, por lo cual me conviene callar. Solo apreté los labios y guardé silencio. Sus claros ojos penetrantes se quedaron fijos en los míos, sin mostrar expresión alguna, hasta que sin poder seguir sosteniéndole la mirada tuve que desviar la mía.

Me acomodó sobre el asiento del vehículo y me desató de los brazos y las piernas, lo hace con tal calma y confianza que es seguro que sabe que mis fuerzas no se comparan a la suya. Aunque hiciera mi máximo esfuerzo por huir de él, me detendría con facilidad. Es un hombre que debe medir un metro noventa versus mi metro sesenta. Además, su contextura es mucho más que la mía porque con una sola de sus manos es capaz de rodear toda mi muñeca sin problemas. Aunque intentará golpearlo y huir, no lo lograría.

Suspiré masajeando mis brazos al verme libre notando las rojas marcas que dejaron en mi piel las cuerdas, ya pensaba que no los sentía debido a la incómoda posición. Sin embargo, antes de dar un paso me volvió a subir a sus hombros, sin nada de delicadeza, llevándome a través de un extenso jardín rumbo a un enorme edificio de color claro y rodeado de ventanales.

—Bien, es hora de cumplir tu promesa —señaló con ironía.

—¿Mi promesa? —le pregunté confundida.

—Es hora que mi esposa me atienda como debe ser —agregó caminando hacia la casa.

Fue cosa de escuchar eso para que comenzara a patalear, pero bastó dos fuertes nalgadas en mis partes traseras para darme cuenta con el dolor que sentí por sus golpes, que no estoy en posición de poder negarme... Maldita sea. Me arde el trasero luego de esos golpes. Empuñe ambas manos intentando pensar que es lo que debería hacer, si me lleva a la cama y me obliga a tener sexo, no sé qué pasará si me niego.

Contemplé desesperada el interior de la casa, como alguien a punto de ser sacrificado y aun así busca como salir de esto. La expresión de los otros hombres es de total indiferencia, así que pedirle ayuda a uno de sus subordinados está lejos de mis opciones.

Mis ojos se detuvieron en el teléfono fijo en la sala, si puedo distraerlo unos minutos podría llamar a la policía y con ello salvar mi vida. Debo hacerlo, no tengo otra opción y para ello debo usar mis dotes de actriz. Mostrarme sumisa y obediente. Sí.

Pero de repente me bajó de sus hombros ubicándome frente a una cocina americana en esa enorme casa. Hasta ahora no me había dado el tiempo de mirar el lugar con detalle, pero es una casa tan grande como un gimnasio. La sala, los muebles, y todo está tan limpio y reluciente que el piso de madera brilla como si estuviera pulido. Mi pequeño departamento caería más de cien veces dentro de este lugar.

Pestañeé confundida, este no es su habitación, no hay cama ¿Tiene gustos raros para elegir lugares para tener sexo?

—Quiero un estofado de pollo —exclamó y me giré confundida.

—¡¿Qué?! ¿Se refería a atenderlo como esposa haciéndole la comida? —pregunté fuera de mí. ¿En qué manos, de machista loco, he caído? Quise ironizar y mostrar una mueca, pero si lo pienso bien esto es mejor a que me exija otro tipo de tareas matrimoniales.

—No logro cocinar bien, y tengo tantos enemigos que he contratado cocineras que más de una vez intentaron envenenarme —me tomó de la barbilla acercando tanto su rostro que sentí su aliento caliente—. No te atrevas a echarle veneno o drogas a la comida, me daría mucha tristeza tener que cortar esos bonitos y delgados dedos.

Tomó mi mano entre las suyas. Y su mirada penetrante pareció querer leer todas mis intenciones.

—No se preocupe, señor Fave, le prepararé un buen estofado —exclamé sonriendo obediente. Me gustaría cargaré de pimienta a ver si se muere ahogado...

—Bien, te dejaré sola, tengo que preparar unos temas del trabajo, me avisas cuando esté listo —señaló dándome la espalda y alejándose por el pasillo.

Murmuré unas maldiciones hasta que pude darme cuenta de que estoy sola. Avancé con cuidado hacia el teléfono mirando a ambos lados, solo debo marcar a la policía y pedir ayuda antes de que ese tipo vuelva.

Tomé el auricular sintiendo a mi corazón latir de forma violenta.

—Solo podrá comunicarse con los guardias de la entrada —la repentina voz de un hombre me hizo saltar hacia atrás provocando que el teléfono cayera al piso.

El desconocido de cabellos rojizos y expresión seria se agachó a recoger el aparato. Volvió a colocarlo en su lugar y tomó el auricular que sigo sosteniendo en mi mano. Me quedé paralizada sin saber qué hacer o decir, acabo de ser descubierta, y es obvio que este hombre es uno de los que trabajan para Alejandro Fave.

—Si necesitas algo, pídemelo a mí —indicó con cortesía.

—¿Necesitar algo? —balbuceé sin entender qué quiso decir con exactitud ¿Podría ayudarme a huir de este lugar?




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