«¡Lo sabe! ¡Me reconoció! ―concluyó Amanda con un miedo intenso―. ¡Dios mío, lo sabe! ―sintió el impulso de seguirlo y obligarlo a callar, no obstante, no había nada que pudiera hacer, no iba a matarlo en frente de medio mundo, ¿verdad?― ¡Lo sabe! Y pronto lo sabrán sus amigos y sus padres, estos llamarán a la policía y luego irán por mí.»
Pero, ¿no es cierto que siempre habían ido tras ella? «No ―se contradijo―. Han ido tras la Zorra, una persona que no existe, escurridiza y miembro de una temida banda criminal». Ahora irían tras Amanda Solomon, una pobre chica sin familia, que en la adolescencia se pasaba las noches en bares y cantinas, que incluso había vendido su cuerpo cuando la necesidad había apremiado.
La Zorra era una figura temida y hasta reverenciada. Era una quimera sin rostro, sin hogar, sin amigos, ¿cómo hallar a alguien así? Pero a Amanda Solomon la conocía mucha gente. Las ramificaciones de que supieran de que ella era la temida Zorra, integrante de los Cazadores, eran demasiadas para abarcarlas en un solo hilo de pensamiento. Eso sí, ninguna de esas ramificaciones era buena.
Desde luego, ya no volvería a esa casa, pero sabía que no era la solución. Había gente que sabía que ella cuidaba la casa de un tipo que vivía en la ciudad capital, un tipo que nunca venía a Aguasnieblas. Seguro alguien había visto entrar en más de una ocasión al resto de la banda. ¡Las conclusiones a las que podían llegar!
Tenía miedo. Por todos los cielos, estaba realmente asustada. ¿Era por eso que se había sentido tan inquieta los últimos días?
Mientras los demás hacían locuras asesinando gente inocente, ella se había mantenido ociosa. Pasaba la mayoría del tiempo en la Guarida, convenciéndose cada vez más de que lo mejor que podía hacer era tomar todo su dinero e irse, dejar la banda y empezar en algún otro lado, donde no supieran que había llegado a vender su cuerpo ni nada sobre ella.
En un par de ocasiones tomó la firme decisión de irse. Metió el dinero y algo de ropa en una maleta (la cual esperaba en su habitación de la Guarida), pero cuando iba a irse, su decisión flaqueaba, se veía asaltada por una apatía en la que le daba igual irse o quedarse y terminaba posponiendo la marcha un día más. Le pasó por la mente la idea de que se quedaba porque algo iba a ocurrir.
«¡Imbécil! ¿Era esto lo que esperabas que sucediera?».
Ahora sí, había llegado el momento de irse, y tenía que marcharse ese mismo día, antes de que la policía llamara a su puerta para encarcelarla de por vida. Sí, eso era lo que tenía que hacer, tomar sus cosas y largarse a otro departamento. Quetzaltenango quizá; siempre había querido ir a Xelajú, así por fin se libraría del intenso calor y la humedad de Aguasnieblas. Izabal tampoco era mala opción; mar, playa, mariscos, tenía mucho dinero para empezar un negocio o concluir sus estudios. Quién sabe, quizá hasta conociera un chico que valiera la pena.
Pero primero debía matar al chico.
Lo mataría con todo y su madre de ser necesario. No estaría tranquila en ningún lugar del país si al final se sabía que María Solomon y la Zorra eran la misma persona. No podía arriesgarse a que giraran una orden de captura en su contra.
Eliminar al chico antes de que soltara la sopa era su única opción. Porque la More sabía de algún modo que el chico la había descubierto en el momento que sus miradas se cruzaron. De haberlo sabido antes, al abrir la puerta, habría sido la policía quien la esperara a la salida.
«Tengo que hacérselo saber a los muchachos —decidió—. Es un asunto que nos compete a todos. Ahora que el pelirrojo lo sabe, nadie estará a salvo si continúa con vida.»
Buscó su celular para escribirles, pero se topó con que Jaime recién enviaba un whats.
Junta urgente. A la guarida ahora mismo. —Casi se podía percibir la alarma en el texto.
Ya voy ―tecleó Amanda.
«Qué ha pasado», se preguntó, mientras el miedo le oprimía el pecho con fuerza. Por todos los cielos, tenía la ominosa sensación de que era el principio del fin.
¿El fin de quién?