Las abuelas del canuto

Capítulo 3

Capítulo 3

 

 

 

 

Todas para una y una para todas

 

Cuando Sebas y yo dejamos a las hermanas en su casa el día que ingresó Elena en la uci, vi cómo ellas, siempre tan alegres, estaban derrumbadas por lo sucedido, aunque intentaban aguantar el tipo, igual que yo.

Sebas me llevó a mi casa tras dejarlas a ellas. Detuvo su coche frente a mi portal.

—¿Quieres que me quede? —pronunció dubitativo.

—No —le contesté, negando con la cabeza—. Estoy bien.

—Si necesitas lo que sea, llámame —concluyó nuestra despedida como era costumbre.

Asentí con la cabeza, agradecida.

Vi cómo se marchaba el coche desde dentro de mi portal, pensando por un ínfimo momento si tendría que haberle dicho que se quedara. A los segundos deshice esa idea, ya que, fruto de la tristeza, me habría refugiado en él, y eso no era amor. Era solo tristeza.

Recuerdo perfectamente que esa noche no dormí. Vagabundeé por mi casa como si fuera un fantasma, en silencio, tomando infusiones para ayudarme a conciliar el sueño, el cual, sin embargo, no quería venir. Tampoco quise tomarme ninguna pastilla, puesto que quería estar despierta y atenta al día siguiente a todo lo que pudieran decirnos los médicos. Quisiera decir que el alba llegó en un suspiro, pero mentiría. Aunque, por muy larga que fue la noche, al final amaneció.

Éric dormía. Le dejé una nota diciéndole que iba al hospital y que estaría todo el día fuera. Con mi jubilación anticipada, podía permitirme no hacer nada más que estar con Elena. Ni siquiera tomé café. Tenía el estómago revuelto con tanta infusión.

Al bajar, vi que las chicas estaban en el portal, tal y como habíamos acordado el día anterior. No tardamos en subir a mi Micra blanco —que, todo sea dicho, tenía casi veinte años— y poner rumbo al hospital. Las conversaciones que mantuvimos durante el camino se repetían en bucle alrededor de las preguntas: ¿Cómo no lo hemos visto venir? Pero ¿cómo ha pasado? Cada cual asumía su culpa como podía, y con un silencio impertinente que a ratos se hacía con nosotras, le dábamos vueltas a qué íbamos a hacer si le pasaba algo a nuestra querida amiga. Cómo podríamos mirarnos al espejo sin juzgarnos a nosotras mismas, era imposible.

Llegamos al hospital, pasando enseguida a la uci. Gracias a Dios, nos dejaron entrar a las tres, haciendo la misma excepción que el día anterior y comprobando lo que en el fondo ya sabíamos: que Elena era más fuerte de lo que parecía. Menos mal que Quimeta trabajó en ese hospital durante años como administrativa, lo que nos dio un trato de favor a la hora de entrar juntas.

Una vez dentro, nuestra sorpresa fue enorme al verla consciente, sin el oxígeno y con la bandeja de lo que parecía el desayuno. Tenía más color, aunque estaba demacrada visiblemente. Nada más vernos, cerró los ojos con fuerza, apartó la mesa con el desayuno, se tapó el rostro con las manos y empezó a llorar.

Antes de que diera el segundo sollozo, era el centro de nuestro abrazo grupal.

—Lo siento —dijo con voz entrecortada por el llanto—. Lo siento —repitió una y otra vez.

—Somos nosotras las que lo sentimos —pude decir cuando nos apartamos de ella para coger aire. Estábamos las cuatro llorando como bobas—. ¡Qué susto nos has dado!

—No vuelvas a asustarnos así —reiteró Quimeta, enjugándose las lágrimas y repartiendo pañuelos de papel entre nosotras.

—Me sentí atrapada, sola... —expuso Elena algo más tranquila—. No supe qué hacer ni...

—Ya da lo mismo —la interrumpí—, pero no estás atrapada ni sola. —La cogí de la mano—. Que me parta un rayo si esto no lo solucionamos entre todas.

—Es muchísimo dinero —volvió a sollozar.

—Ni todo el dinero del mundo vale tu vida —respondí mientras la miraba—. No vuelvas a hacerme esto, Elena. Buscaremos ayuda psicológica, lo que te haga falta, pero, por Dios, esa no es la solución.

—Lo sé —dijo a duras penas—. Cuando se me apagó la luz, supe que era el mayor error de mi vida, pero no pude volver atrás. No tenía fuerzas. No podía abrir ni los ojos... —relató, ante la atónita mirada del resto—. Me caí al suelo y no podía moverme. Fue angustiante. Quería vomitar lo tragado, pero no podía ni levantarme...

—Vamos a salir de esta —pronunció esta vez Quimeta interrumpiendo el monólogo de Elena, quien parecía torturarse a sí misma.

—Pero ¿cómo? —preguntó, negando con la cabeza, sin mucha confianza en nuestras palabras.

—Aún no lo sé —intervine—. Pero encontraremos la manera, y lo haremos juntas —concluí, cogiendo de la mano tanto a Elena como a Pepi, y esta a Quimeta, y ella a Elena nuevamente, haciendo un corrillo entre nosotras—. Que me muera ahora mismo si no te sacamos de esta. Una para todas...

Todas reímos entre lágrimas.

—Y todas para una. —Musitaron aquello con una sonrisa, recordando lo que en nuestra juventud tanto habíamos dicho.

Y es que, cuando Sebas y yo nos quedamos en paro, mi familia y yo nos alimentamos de la pescadería de Elena y Juan. Nos traían la compra, lo que nos hiciera falta, hasta que levantamos cabeza. Por otro lado, Pepi, cuando colgó los hábitos por ese escándalo que lleva ocultando desde hace años, fue Elena quien fue a buscarla a ese remoto pueblo, ya que, al regentar la pescadería, dijo que no tenía que pedirle permiso a ningún jefe, y aun costándole una discusión con su querido Juan, fue y se la trajo, sin preguntarle nada.

Cuando Quimeta enviudó, Elena la acogió en su casa, pues el piso era de alquiler y no podía con los gastos. Después vino Pepi cuando colgó los hábitos, y al poco tiempo heredaron el piso de sus padres donde vivían ahora. Elena, prudente y callada, era en realidad nuestra heroína entre las sombras, y había llegado el momento de devolvérsela.

 

 

Los días fueron pasando de manera favorable para Elena, ya que no tardó ni tres días en subir a planta. Las chicas y yo íbamos turnándonos para estar con ella, y así no la dejábamos ni un minuto a solas. Según iban transcurriendo las semanas, veíamos que Elena mejoraba a pasos agigantados, y cuando hablábamos en privado, no entendíamos cómo había intentado quitarse la vida. Era algo que no nos entraba en la cabeza.



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En el texto hay: humor, marihuana, drogas y dinero

Editado: 01.12.2022

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