Las Chicas de Izan

17

Entre con el desayuno en las manos a la oficina de Marisa, ella apenas salía del sanitario de su oficina y se asustó al verme, la vi un tanto pálida y lo relacione con el bebé, mi error.

 

Por la tarde cancele la cena que tenía con Gala y me quedé a lado de mi novia.

 

Nos conocíamos bien y no tanto por la relación que ahora teníamos, cuando éramos rivales aprendimos a leernos, a no pasar por alto los silencio, leíamos nuestros gestos como un libro en braille, eso nos ayudaba a anticipar cualquier movimiento de nuestra parte, pero me faltó visión para advertir los suyos. Esa tarde solo me dedique a cuidarla, ella no me diría nada a menos que no aguantara más.

 

Jodida Marisa, no dijo nada, solo se le corto el aire cuando le hablé a mi hijo, mi pequeño.

 

Había una canción de Rayden, un loco que hacía buenas rimas, que siempre pase por alto hasta que encontré a quien decírsela, entonces cada que podía me acercaba lo suficiente para susurrar parte de la letra hasta que se me cortaba la voz, esperaba ellos escucharan por que era lo mas sincero que podía decirles. Mis pequeñas estrellas.

 

Nos acostamos y pase toda la tarde hablándole locuras a su pequeño vientre, apenas y comenzaba a notarse la pequeña curvatura, pero a ella jamás la vi mas hermosa. Comenzó a ser una costumbre, todo lo que no podía decir, todos los perdones que me callaba se los decía a ellos, muchas veces sin que ellas me escucharan. Era nuestro secreto.

 

Desde que supe de su existencia comencé a forjar una relación con mis pequeños, creía que ese lazo estaba ahí desde antes que ellos vieran la luz del mundo y yo solo quería hacerlo mas fuerte; no dejaba de pasar mi mano sobre sus pancitas en cada oportunidad, de acostarme junto a ellas y tratar de advertir cualquier movimiento, de besarles, era el refugio perfecto de todos los problemas que se me venían encima.

 

Tal vez me tuve que quedar un rato más ahí, junto a ellos, junto a ellas.

 

Yo no era un hombre de vicios, no fumaba, no bebía, no consumía drogas.
Tampoco tenía afanes; nunca quise ser el más alto, el mejor de la clase o en el trabajo, eso solo lo hacía para fregarle la existencia a mi novia.
No tenía anhelos como una casa más grande, un reloj de diseñador, ni la camioneta del año. 

 

Mis debilidades se hicieron presentes hasta que las conocí a ellas.

Se convirtieron en el único deseo, traté de tenerlas y la ambición me consumió.

 

Me hice esclavo de sus manos, de los amaneceres junto a ellas.
No tenía voluntad alguna si se trataba de sus labios.
No tenía miedos hasta que me enamoré y temí perderles.

 

Quise crear un mundo perfecto a su lado y no siempre lo conseguí, aunque sabía retirarme cuando era necesario, porque como toda relación, teníamos diferencias y no creas que tenía la necesidad de discutir con una para ir con otra. Jamás me maneje así.

 

Yo tenía que estar bien con cada una de ellas para alejarme de su lado. No sé, tal vez fue la partida repentina de mi madre que tras salir a trabajar nunca volvió que me hizo ser un tanto aprensivo. ¿Cómo podía apartarme de su lado estando enojado? ¿Y si la vida me las arrancaba sin previo aviso como antes?

 

Recuerdo una tarde en que la discusión por un simple vaso termino en devastación, Lucía gritó tanto, dijo tantas cosas... yo también lo hice así que la única forma de detenerla, de evitar más daño, fue salir y largarme de ahí, con lo bonito que le quedaban las palabras y lo cruel que podía llegar a ser. 

 

Caminé dos cuadras y me detuve, pensé en ir con Gala, pero de imaginarme entre sus brazos pensando en lo que dijo Lucía me hizo sentir asco de mí.

 

Regrese, ella era un cataclismo en sí misma cuando abrió la puerta, ambos habíamos colapsado y no estábamos ahí para sostenernos, lloré, lloré porque estuve a punto de irme para siempre. 

 

La abrace y deje cientos de besos sobre sus labios, mejillas y frente. La cargué hasta el sillón y le pedí perdón. Por todo, por no dejarla con opción a elegir, por hacerla volver a la que sería su ruina, le pedí perdón por las palabras que ella dijo, por rendirme.

 

Luego de eso hablamos, como la primera vez en el coche, afuera el clima se sentía como aquel día, pero adentro un calor se instaló entre nosotros y siempre nos acompañó hasta que...

 

Espera, necesito contarte antes otros detalles...




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