Rebecca y Wong compartían el mismo presentimiento sobre Morgana Blessing. En su pequeña conversación, en aquel café, ella había contado el hecho de los peculiares mensajes de texto que había recibido y alegando que eran por uso de la magia, mas no sabía de quien. Wong se vio pensativo, compartía la idea de la joven sobre una posible advertencia y Becky insistía en que Morgana era una mujer que albergaba un inminente peligro. Uno que Strange no podía ver.
—Está enamorado —soltó Wong.
—Está idiotizado —corrigió y él frunció su ceño—. Para ser alguien que va en camino a ser un hechicero supremo, actúa de manera estúpida.
—En parte, el amor así es. Actuar como un tonto.
Ahora la joven frunció el entrecejo pero Wong tenía razón.
—¿Usted, que también es un hombre de conocimiento, sí sospecha algo sobre esa mujer?
—Tengo mis dudas, no lo niego. Pero si algo me enseño Ancestral, es no juzgar un libro por su portada.
—La portada tiene cara de loca —soltó como si nada.
—También está enamorada, ¿no?
Becky se encogió de hombros.
—El punto es, si esos mensajes me estuvieron llegando fueron por obra de algo o alguien... no lo sé.
—Tus instintos son admirables, debes mantenerlos así.
—¿Por si pasa algo?
—Exactamente.
—¿Y a quién debo recurrí si algo malo sucede?
—A Strange.
La joven entrecerró sus ojos y suspiró pesadamente.
—Dudo que me llegue hacer caso alguno.
—Si es un inminente peligro, lo hará —ella resopló—. Tenle paciencia.
Y Becky rodó sus ojos.
—Lo haré —soltó, nada convencida.
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Al llegar a Yamir's Store, su jefe le observó con una rara mezcla de peculiaridad y confusión.
—¿Qué? —preguntó, casi alterada.
—Tienes mucho que explicar, jovencita.
—¡¿Qué demonios estás pensando, Yamir?!
Él alzó sus brazos con la expresión más confundida que Rebecca le hubiera conocido. Ella resopló, se acomodó su mandil y continuó con sus actividades en la tienda, ignorado cualquier reclamó de su jefe.
Su jornada continuó en ser tediosa y a la hora de salida, Becky hizo odios sordos a todo comentario de su jefe.
—Puedo decirle a tu madre —dijo, haciéndola volver a su realidad.
—Es un conocido —mencionó furiosa.
—¿Conocido de dónde?
—De por ahí. Yamir, por Dios, me conoces. Yo no haría nada malo.
—No, pero es mi deber cuidarte en las horas que trabajes aquí.
—Lo sé y no pasa nada. Si lo pasara, te lo diría —mencionó, con su conciencia martirizándole por Morgana Blessing.
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La audaz reportera miraba a través de la ventana de su hotel y dejó escapar el humo de su cigarro y lo apagó en el cenicero. Se dio la media vuelta y se acercó a su cama para mirar todos sus libros, papeles y fotografías revueltos entre las sabanas. Desistieron sus brazos sobre las colchas y miró a su tediosa y longeva investigación, mordió su labio con ansiedad, había reunido todos los cabos sueltos, solo necesita ese libro. El libro de Cagliostro.
—Morgana... —escuchó.
Aterrorizada la mujer se giró y vio al vacío en su habitación. Su corazón golpeaba su pecho con inmensa fuerza, aquel susurró lo conocía y sabía quién era, pero no esperaba volverlo a oír hasta tener ese libro en sus manos. Al no percibir sonido alguno, Morgana retomó la vista a su cama y con horror observó la gran mayoría de sus documentos convertidos en trizas. Llevó sus manos sobre su rostro y apreció como en medio de los papeles se encontraban algunas copias de viejos libros, escritos en sanscrito antiguo. Tomó algunas hojas y mientras contemplaba los símbolos, y buscaba su más fidedigna traducción, apreció una mano envuelta en un manto oscuro tomar aquellas hojas.
Morgana reprimió su grito, se alejó del lugar y miró con terror a las hojas flotar junto aquella mano, la cual; lentamente, el manto oscuro iba formando la silueta de un hombre. La figura se hizo presente y unos ojos, envueltos en una negrura espectral, aparecieron en el rostro de esa silueta. La reportera dejó caer sus brazos y el observó a los ojos.
—El tiempo se agota, Morgana —escuchó.
—He encontrado el libro de Cagliostro. Solo necesito arrebatarlo del santuario y...
—No hay tiempo —recalcó, y la ira y frialdad de esa voz dejó inmóvil a la mujer—. Harás la invocación en el santuario.
—¿Cómo lo haré? ¡Él siempre está ahí y...!
La silueta soltó las hojas y estas floraron hasta llegar a las manos de Morgana. Miró de reojo al manuscrito y luego él
—Si él es el mayor obstáculo, a la muerte te encomendarás.
La presencia cerró sus ojos y se desvaneció, provocando una ligera corriente en la encerrada habitación. Morgana dio unos cuantos pasos por detrás hasta chocar con una pequeña mesa, un ligero grito surgió de ella y llevó una de sus manos al pecho, buscando consuelo en su agitada respiración. Momentos después de sentir la tranquilidad sobre ella, miró las hojas que aquella entidad le había otorgado y miró a los símbolos y figuras.
—Dormammu... —mencionó al traducir las antiguas escrituras.
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Wong había terminado con la limpieza del santuario y mientras se disponía a guardar los materiales, alzó su mirada y medito el ambiente del lugar. Estaba envuelto en tensión. Se dio la media vuelta y descubrió a un severo Strange, observarle amargamente.
—¿Si?
—No surtiste la despensa —respondió con voz dura.
—¡Oh! —exclamó—. Bueno, al final si habías surtido la despensa.
—Tardaste mucho en volver.
—Quise disfrutar de la vista neoyorquina, ya que nunca había estado en Nueva York.
—Wong... —soltó molesto.
—¿Si?
Strange cerró sus ojos y suspiró terriblemente, dejó caer sus brazos y trató de controlar su enojo.