Becky observaba dentro del horno de la estufa; el tictac del reloj era lo único que se escuchaba a su alrededor hasta que, el sonido de los zapatos de su madre la hizo ver a través del cristal.
—¿Qué haces? —preguntó entre divertida y extrañada.
—Preparé unos pastelillos…
—¿Tú hiciste qué?
—Pastelillos —repitió, un tanto molesta. El timbre de la estufa sonó y rápido tomó los guantes y los sacó.
Su madre se acercó para contemplar lo que su hija había hecho y el resultado fueron unos pastelillos crudos y sin color.
—¡Pero…! —exclamó asombrada—. ¡Seguí la receta, al pie de la letra!
Greta sonrió y llevó su mano al hombro de su decepcionada hija.
—Casi lo logras.
La joven bufó y lanzó la bandeja a la mesa.
—Casi… —repitió.
—¿Y por qué hiciste los pastelillos? —preguntó, mientras contemplaba con gracia las masas que se habían hecho.
—Para celebrar mi cumpleaños —reveló, su madre le miró y notó la cara de decepción que había en su rostro.
—Pero, tu cumpleaños es pasado mañana.
—Lo sé, es solo que… —se detuvo y dejó escapar una bocanada de aire— Quería celebrarlo con unos amigos y me había animado a preparar los pastelillos de la abuela.
Greta dejó escapar un suspiro y se acercó a su hija para tomarla de la barbilla y ambas mirarse.
—Supongo que gastaste todo en comprar el material, así que, puedo darte dinero para que compres unos.
—¿En serio?
—Si —en ello, Greta apreció su herida en el frente y la tocó suavemente con el pulgar—. ¿Aun te duele?
—No, ya casi no —dijo con una boba sonrisa.
—Aun no entiendo como fue que te caíste.
Becky dejó a relucir una sonrisa nerviosa, pero trató de disfrazarla para no hacer que su madre sospechara donde realmente se había accidentado.
—Ya sabes, mami, tu hija que es muy distraída —mencionó, sacó la lengua y una sonrisa tonta se posó en su rostro.
Greta le observó con una ceja arqueada, nada convencida con la explicación que había dado el día que la vio con la gasa en la frente. Rebecca se mantuvo sonriente hasta que ella soltó su barbilla y fue en busca de su monedero.
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Becky caminaba rumbo a la calle Bleecker, consigo llevaba una caja de pastelillos que recién compro en una pastelería cercana. Llegó al 177A, subió los escalones a tocar la puerta y unos momentos después Wong atendió a su llamado.
—¡Hola! —exclamó con una enorme sonrisa.
—Señorita Becky —saludó cortésmente—, un gusto verle. Por favor, pasé.
Ella se adentró al 177A y Wong cerró la puerta.
—¿Cómo está, Wong?
—Bien. No me quejo.
—¿Y el Doctor Strange? —preguntó con cierta preocupación.
—Ya está más estable, sin embargo, debe reposar.
—Cosa, que estoy segura, no hace —Wong cabeceó y Becky suspiró—. Es muy terco el Doctor… pero bueno, con que se recupere.
—Así es, señorita Becky.
Ella cabeceó cuando recordó que llevaba consigo la caja de panes.
—¡Oh, casi lo olvido! Miré Wong —dijo acercándose a él mientras abría la caja—, compré unos pastelillos. Son de varios sabores; intenté hacer unos, pero al fin entendí que la cocina no es lo mío —dijo con una enorme sonrisa—, no sé cuáles les gusté, tomé uno.
Wong observó a la caja y apreció los pastelillos, se veían deliciosos así que opto por uno de naranja.
—Gracias, señorita. ¿Celebramos algo? —cuestionó curioso. Ella cabeceó muy alegre.
—Pasado mañana es mi cumpleaños —dijo sonriente—. Dieciséis años.
—Felicidades, señorita Becky.
Ante la felicitación de Wong, ella se lanzó a darle un gran abrazo. Wong observó a la chica con una ceja alzada y con su mano libre le dio unas leves palmaditas en el hombro.
—Gracias Wong —dijo al terminar el abrazo—. ¿Cree que podría ver al Doctor Strange? —preguntó sin negar una enorme curiosidad.
—Es probable —contestó con gesto dubitativo—. Creo que está en su habitación. Sube lo escalones, toma el primer pasillo y la segunda puerta a la derecha.
Becky hizo un gesto de gratitud, se dio la media vuelta y siguió las instrucciones de Wong.
Stephen Strange sé encontraba reposando en cama. Su cuerpo aún sentía el dolor físico, pero sabía que podía tolerarlo, en cambio, muy en el fondo de su alma habitaba un dolor emocional el cual aún le hacía sentir una terrible impotencia y la amargura de la traición. Odiaba reconocerlo, pero los actos de Morgana habían roto los gratos recuerdos y una parte de su corazón. Entre cada pensamiento, distinguió como tocaban a la puerta abierta de su habitación.
—¿Wong? —cuestionó dudoso.
Rebecca asomó su cabeza y mostró una enorme sonrisa.
—Nop. Becky.
Strange dejó escapar un suspiró algo tedioso, pero ya era algo usual al ver la presencia de la joven.
—¿Puedo pasar, Doctor?
—Ya estás aquí.
Ella lo tomó como un sí y se adentró a la enorme habitación de Strange. Trató de ocultar su curiosidad, pero era inevitable, Strange arqueó su ceja y aclaró su garganta logrando que Becky volteara a mirarle algo nerviosa.
—¿Cómo sigue, Doctor Strange? —preguntó con su mejor sonrisa.
—Algo adolorido, cosa que es normal, pero ya más estable —ella le sonrió—. Gracias por tu preocupación.
—Me alegro de que esté mejor. ¡Mire! Traje pastelillos —dijo abriendo la caja y mostrándole los panes, como si de una niña pequeña se tratase—. Ya le di uno a Wong, le toca uno a usted. ¿Qué le gusta más? ¿Chocolate, vainilla, fresa, coco...?
—Son demasiados —interrumpió.
—¡Oh bueno! Es que pasado mañana es mi cumpleaños —mencionó con esa enorme sonrisa.
— ¿Tú cumpleaños? —cuestionó sorprendido.
—Así es, solo que quería festejarlo por adelantado… —se detuvo y se acercó un poco más a la cama— Intenté hacerlos yo, pero, como le dije a Wong, la cocina no es lo mío.