A Strange Tale 3 - Capítulo VI

Deambulando por las oscuras y frías calles de Nepal, Clea decidió reposar de su largo viaje. Tomó asiento en ese congelado suelo y se rodeó con el abrigo que alguna vez perteneció al noble hechicero Bentley. En sus recuerdos emergieron los últimos momentos de vida de aquel hombre, unas pocas lágrimas escaparon y las removió con sus pulgares. Clea colocó su barbilla en sus rodillas y cada vez que el viento soplaba más se acurrucaba, aferrándose al abrigo. Un pequeño y peludo perro se presentó; desde que ella llegó a la tierra admiró a las criaturas que lo habitaban y en especial a los caninos, quienes llamaron su atención por la fidelidad que tenían con los humanos.

—Hola —saludó—. Ven.

El perrito se acercó y la olfateo en lo que ella le acariciaba y esbozaba una sonrisa. Ese amigo creó confianza hacia la mujer y se acomodó a su lado preparándose a dormir con tranquilidad. Dando cabezadas, Clea luchó por mantenerse enfocada y dar con el templo de Kamar-Taj, aunque sin imaginárselo el cansancio la dominó y se vio envuelta en los brazos del sueño.

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Contemplando el cielo nocturno, Rebecca se alejó de su ventana y sostuvo la vela a fin de ponerla encima de la mesa. Vislumbró su cama y movió las almohadas hasta sacar uno de sus libros de estudio. Cerró sus ojos y respiró profundo con la intención de iniciar su meditación, y al poco tiempo vio a su alrededor y descubrió su cuerpo físico. Había logrado la proyección astral por cuenta propia y la felicidad no cabía en su ser.

Levitó y se situó frente a su forma tangible, dejando a flote una inmensa alegría. Pasó su mano sobre su cara, aun sin creer su acto, y se percató del libro y lo tomó, atrayéndolo al plano astral. Impresionada, ella volvió a leer y flotó hasta alejarse de la cama, y a su mente resonó el importante consejo que el Doctor Strange le otorgó días atrás. Cerró el ejemplar y lo colocó en su pecho, mientras que esa felicidad se desvanecía y las palabras de él se repetían cuál disco rayado.

—Le juro que no estoy actuando igual que usted, Doctor...

Becky volvió a su lectura nocturna al mismo tiempo que su cuerpo se relajaba para los entrenamientos matutinos. 

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Los ejercicios concluyeron y Rebecca agradeció a su compañero por formar parte de las prácticas de hoy. El aprendiz se despidió y Becky se quitó sus muñequeras, dispuesta a iniciar su rutina en la cocina cuando sintió que era observada. Por encima de su hombro, la joven distinguió a algunos compañeros que al notar su acción apartaron sus curiosos ojos y siguieron con lo suyo, logrando que la chica resoplara furiosa.

Se hizo conocido que la joven fue reprendida por el hechicero supremo, provocando ciertos cotilleos entre los jóvenes novatos, así como forjar el miedo por desobedecer a sus maestros. Becky lanzó las muñequeras y decidida a marcharse, miró a Karuna aproximarse a ella.

—Buen avance —felicitó, dándole una ligera palmada.

—Gracias —respondió un tanto desanimada.

—¿Todo bien?

—Sí, sí... es solo que... —pausó y esperó a sus compañeros de túnicas blancas dejar el campo— Karuna, ¿puedo preguntarte algo?

—¡Claro, adelante!

—¿Cuándo empezaste tu trayectoria en las artes místicas?

—Oh... eso fue hace un par de años.

—¿No fue como a mi edad?

—Me temo que no, Becky —dijo apenada. Ella asintió segura de que su próxima cuestión sería en vano—. ¿Por qué?

—Era una simple curiosidad —contestó sonriente, y ya a retirarse, el maestro Hamir las sorprendió.

—Yo comencé mi sendero a los dieciséis. —Ambas voltearon—. Un año menos que tú —continuó, acercándose a la dos.

—Vaya... —mencionó asombrada— muy joven.

—Así es. Fue un extenso y duro recorrido, pero lleno de aprendizajes. El tuyo no será diferente.

El maestro continuó con su andar y las dos le siguieron con la mirada hasta que abandono el campo.

—Creo que es la primera vez que le escuchó hablar desde que llegué aquí.

—Cuando el maestro Hamir abre su boca, es porque tiene razón —mencionó Karuna—. No debes sentirte presionada por ser la menor del grupo, Becky, recuerda lo que el Doctor Strange te mencionó. —Ella cabeceó. La joven había generado una gran confianza hacía su maestra, tanto para platicarle lo sucedido—. ¿Ves? Es más, se comentaba que nuestra antigua hechicera suprema; Ancestral, empezó su camino a los trece.

—¡¿A los trece?!

—Sí, aun así, era un decir. Yo nunca supe su edad ni su inicio por las artes místicas, si bien, lo que sí sé es que ella dedicó su vida entera a servir a la magia y proteger a la tierra. Ahora, tú estás aquí con el propósito de ser una hechicera y pender a una buena causa. Y una vez ese día arribé, me sentiré orgullosa de ti.

Becky le sonrió y Karuna finalizó con unas palmadas, retirándose a dar inicio con sus deberes. Una vez sola en ese campo, la joven dio un vistazo a su alrededor y dejó escapar un suspiro. Profundizó en las palabras de su mentora, al igual que en las del Doctor y pensó: «¿Estaré haciendo lo correcto? Sé que este es el camino que quiero seguir, pero ¿de verdad estoy lista?» Resopló y se retiró con el fin de poner en marcha el resto de sus actividades. 

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Tan pronto puso un pie en ese lugar, el cocinero le solicitó surtir la despensa y ella aguardó por sus indicaciones. Andando por las calles, y ya a sabiendas de a qué locales visitaría, recordó a aquel hombre que conoció días atrás. Casi había olvidado ese peculiar encuentro y surgió la idea de conversar con él, como si de un viejo amigo fuese. Después de algunas compras, la joven exploró en cada rincón, sin éxito, y desanimada, prosiguió con lo suyo cuando a la lejanía notó esa capucha negra y aceleró sus pasos.

—¡Karl! —exclamó. Él dio la media vuelta y la miró—. ¡Hola!