Había pasado más de dos cuarto de hora desde que ambos habíamos dejado la tranquilidad de casa y los regaños de Esmeralda para llegar al agitado clima de la ciudad, de momento nos encontrábamos dentro del moderno coche de Jean. Mientras él buscaba sintonizar algo de su gusto musical en el equipo de sonido incorporado al coche, yo observaba al gentío pendiente de sus dispositivos móviles o sus respectivos vasos desechables de café a través del cristal.
—¿Quieres que espere por ti? —inquirió Jean.
Aún continuaba presionando el índice contra la diminuta pantalla en busca de algún ruido pesado que sus oídos pudieran gozar de camino al trabajo. No obstante, sus oscuros ojos analizaban mi rostro con curiosidad.
Negué con un movimiento suave. Aunque deseaba que se quedara a brindarme su apoyo luego de otra inevitable derrota, no podía retenerlo, sabía que no siempre podía obligarlo a permanecer conmigo cuando tenía prioridades mucho más grandes que reconfortarme.
—¿Estás bien? —asentí bajando la mirada a mis manos. Temblaba, nerviosa… presentía lo que pasaría mucho antes de estar pasando y me aterraba la idea de atravesar la salida con otra derrota llenando mis manos— Eres una mentirosa de lo peor —acusó a través de una sonrisa que no llegó a su mirada preocupada—. Todo saldrá bien. Mack, quizá esta sea tu oportunidad.
Moví la cabeza, negándome a crearme falsas ilusiones.
No estaba del todo segura, al menos no después de haber recibido once negaciones durante dos años consecutivos y no, a pesar de recibir incontables negativas eso no significaba que tuviera la esperanza rota. Pero luego de haber obtenido una variante de falsas justificaciones para no brindarte un espacio laboral lo único que una persona común puede hacer es resignarse, mentalizarse para que el golpe del rechazo sea más llevadero, menos letal a la motivación.
—Has dicho eso las últimas tres veces y en serio quiero creerte, pero fueron demasiados rechazos. Uno más sería…
—Un rechazo es la oportunidad de seguir buscando —negué. Ya no quería verlo de ese modo—. No hagas esto, nena. Por favor, no lo hagas ahora —deslizó su pulgar por mi barbilla.
El ruego brilló en sus orbes. Fue como un destello rápido que le dio ligero acceso a la ternura y al cariño en su rostro.
—Pero…
—Pero eres mucho más de lo que esos idiotas pueden ver, eres mucho más capaz de lo que piensas. Mack, no flaquees nunca. Ve y hazles saber que los reportes periodísticos no muestran en lo más mínimo lo que realmente eres —pronunció, reconfortándome a través de un suave apretón en el muslo.
Dude. En un comienzo por la inseguridad que me generaba llamarme como me llamaban en los periódicos y los noticiarios que tenían la manía de conmemorar la fecha nombrando la injusticia de mi libertad, la libertad de una asesina. Luego, la indecisión acrecentó porque me sentía incapaz de sentarme y fingir ser alguien que en realidad no era ni podría ser. Pero Jean tenía razón. Nada de lo que se decía contaba la verdad, ningún reportaje me calificaba correctamente como ser humano.
—Está bien —sonreí. Si él era fuerte yo también podía serlo… Podía enfrentar lo que fuera siempre que él estuviera a mi lado—. Si me rechazan tendrás que consentirme toda la noche, sin excusas —advertí señalándolo con un dedo en alto.
—¿Te refieres a…?
—A mis comidas favoritas —irrumpí antes de oír una palabra que pudiera elevar nuestras temperaturas. Por más que la idea me encantase no era conveniente, ni para mí ni para la perspectiva del hombre sentado en la cima del edificio—. Te conviene recordarlas o tendrás serios problemas.
—¿Cómo las olvidaría si completan todo un menú? —preguntó con tono jocoso.
—Voy a darte el beneficio de la duda porque se hace tarde —exhale posando mis ojos en la edificación al otro lado de la calle—. Son demasiados pisos, verlo me da miedo.
Y no le mentí, había gestionado cada palabra mientras intentaba descubrir más allá de lo que el cristal del coche me permitía ver. Y era realmente poco, desde un punto tan bajo apenas lograba visualizar el sexto de veintitrés pisos.
—Mack —pronunció bajo—, no pienses en la altura ni en lo que podría llegar a suceder. Enfócate en deslumbrarlos con tu ingenio, ¿bien?
Asentí, a pesar de que un mal presentimiento me tenía sujeta de mente y brazos, de nada me ayudaría decir que sus palabras no me tranquilizaron.
—Bien —cerré los ojos e inhalé profundamente—. Iré y daré lo mejor. Soy buena, soy buena… ¿Soy buena? —volteé a verlo— Mierda no. No puedo, Jean. Vámonos de aquí. Que se metan el puesto en…
Su mano cubrió mi boca con rapidez.
Por un segundo solo pude oír el sonido de mi corazón martillando contra mi pecho, pero luego mis oídos fueron llenados por una suave y contagiosa risa: Jean reía y a pesar de estar su mano por debajo de mi nariz no me importó que él sintiera el odioso calor de mi respiración. No si yo tenía la posibilidad de contemplar las líneas que se surcaban en las comisuras de sus ojos y la sonrisa que dejaba al descubierto sus perfectos dientes blancos.
—Quiero que tu tía deje de señalarme cada vez que dices groserías, pero tu boquita de princesa sigue y sigue despotricando cuanto se le viene en gana —reprendió sin deshacer la gracia en su mirada—. ¿No terminarás la oración, cierto? —negué pronunciando una maldición intangible— Mackenna Alejandra —advirtió alzando una ceja.
Quité su mano de mi boca de un manotazo. Detestaba que me llamasen así.
—No me llames Alejandra, Osvaldo. Como vuelvas a hacerlo dormirás con el perro —señalé, enojada.
—No tenemos perro —se mofó puliendo una nueva sonrisa.
Tonto irresistible.
—Adoptaremos uno y te haré dormir con él.
—Al menos él no me echaría de la cama todas las noches —se cruzó de brazos.
—Nunca te pateo para que te vayas. Si lo hago es para que me abraces, zvir.
—¿Qué? —elevó su ceja izquierda, sorprendido ante la confesión que acababa de liberar— Mack, ¿qué has dicho? —cuestionó, la exigencia resaltó en su tono de voz.