El ciclo escolar estaba en su punto final, era mi primer año en la preparatoria y para ese momento ya tenía una rutina bien definida.
Salía de mi casa a las 7:20 A.M. y caminaba a la parada del autobús con los audífonos puestos. Diez minutos después el transporte llegaba y siempre, sin excepción, me sentaba en el tercer asiento de la tercera fila.
Un día un chico de cabello castaño y rizado rompió mi rutina.
Para cuando el autobús llegó a mi parada mi asiento favorito ya estaba ocupado por ese chico que no había visto antes. En fin, ese día lo dejé pasar.
Este mismo acontecimiento se repitió por una semana, luego dos...
En ese tiempo me dediqué a observarlo, tratar de descubrir quién era el chico que había usurpado mi lugar.
Lo primero que descubrí fue que eras un año mayor, extremadamente lindo y que tu risa era un poco desvergonzada.
Pasaron las semanas y sentía una fascinación extraña por ti, un sentimiento aterrador que me hizo hacer una de las estupideces más grandes de mi vida.
Fue ahí donde descubrí que te habías convertido en algo más que el chico que se robó mi lugar en el autobús.