—Una vez, una chica me preguntó algo, fue una de esas odiosas trillizas, « ¿Por qué eres malo?», me vi obligado contarles a lo que había sobrevivido. —Narraba un tipo entre las sombras, sentado a una vieja silla de ruedas, en la esquina de un desgastado y obscurecido cuarto, tan añejo y oscuro como su odio—. Siéntate, oh no, ya están sentadas las tres miserables. —Habían tres chicas amordazadas, las retenía con un solo propósito, vengarse de la hermana de las trillizas—, les voy a contar todo, merecen saberlo, y voy a empezar desde el principio porque yo fui primero que ustedes, conocí a la zorra que tenían por madre, era una trepadora camarera, una sirvienta de pacotilla, una insulsa criada que un día se vio al espejo y se sintió fina dama y señora de honores, quiso olvidar los frijoles por los manjares cuando su paladar era menor al de una perra callejera, insulsa, no comprendió que las criadas, aunque en el espejo ilusamente se vean vestidas de señora, no pasan de ser siervas…, y también conocí al putito que tuvieron por padre, sí; era un prostituto, porque teniendo una moribunda mujer se revolcaba con la gata limpia pisos, tiende camas, friega platos; ay, perdón, no quise ofender a su mami. Les diré, sobreviví a un huracán que casi acaba con la nación salvadoreña, sobreviví a la maldad de la hermanita de ustedes, y sobreviví a la maldita pandemia de corona virus (covid19), eso significa que sobreviviré a esto, de aquí el único que saldrá con vida, seré yo. —Carcajeaba vilmente, de esta manera el paralitico evocaba en los origines que ahora lo tuviera apunto de asesinar a las tres Marías.
—En El Sauce, Dpto. La Unión, El Salvador. 1998. Acaecíamos en catastróficos tiempos climáticos, los expertos meteorólogos pronosticaban la generación de onda tropical, era el huracán de la temporada en el atlántico, ese que golpeaba con firmeza en Centro América, México y Estados Unidos, le habían llamado: Huracán Mitch, el gobierno y los expertos habían lanzados tres alertas; verde, amarilla y roja, debido a que los desastres causados por las lluvias provocaban deslaves, muertes. En honduras se dijo que habían muerto 5,647 personas, en Nicaragua 3,045 personas, Guatemala 268 personas y en El Salvador 240 personas; y en Costa Rica, cuatro. A ellos habría que sumar cientos de desaparecidos y los damnificados que perdieron casas, posesiones, cultivos y animales de su propiedad que fueron miles en cada país. Mitch comenzó a gestarse como onda tropical el 8 de octubre en la costa oeste de África, según la NOAA. Pasó por el Caribe para luego conformarse en huracán, el 24 de octubre 1998. Su período de intensificación fue muy rápido. En nuestro El Salvador se dieron lluvias continuas, inundaciones, deslaves y derrumbes. Los daños fueron mayores en las zonas rurales, especialmente en la zona del bajo Lempa y La Unión, en el oriente del país.
—¿No es culpa nuestra los desastres naturales? —Dijo otra de las tres Marías raptadas.
—No, claro que no, déjenme regresar el casete a 1998 —le contestaba el trastornado hombre de la silla de ruedas—. Hace veinticinco años en un pueblo rascuache, llamado; El Sauce, o sea en este mismo fregado lugar, pese a que El Salvador es el país más pequeño de centro América, es admirado por sus numerosos avances tecnológicos y aunque haya considerable pobreza en muchos hogares no hace falta uno que otro lujo de tecnología aunque se llegue a tener con gran sacrificio, como todo me acostado a mí. Ahora eso no es el meollo del asunto, no las traje por mi pobreza, sino por la contingencia, lo cual sucedió en la alta sociedad sauceña, en donde una juguetona y humilde mujer cometió un desliz al caer en las mieles de la tentación ante los encantos de un hombre un poco mayor que ella, quien le prometió amores en los cuales ella se ilusionó de a gratis, porque se le dijo que solo sería un revolcón entre perro y gata, pero la ilusa creyó en el amor de ricos y pobres, sirvientas y patrones, príncipes y plebes; pues sabía que él era ajeno, y los amores comprometidos no tienen destino juntos. —narraba el tipo, como si fuese un especialista en narración, algunas veces solía dejarse ver como parte de esa historia, lo que era real.
25 Años antes. En una de las tantas suntuosas residencias, de esas casonas con dos o tres pisos, con enormes y costosos jardines, fuentes chapadas con imágenes y estatuas de oro, donde hasta en las compuertas de entradas y umbrales había hombres y mujeres custodiando la seguridad, allí vivía la familia Salazar. En esas tantas recámaras que había limpiado también se había acostado con su patrón la camarera más protegida por el mismo Sr. Salazar, la que jugaba con su suerte, porque mientras se acostaba con él, solían cuidarse de no resultar con ilegítimos, pero un día su preservativo falló y ella olvidó tomar el medicamento. Franklin solía divertirse con la camarera a causa de que su mujer nunca estaba en casa, siempre viajando, visitando a su hija en el extranjero, y cada vez lucia más demacrada, pensaba que esas dietas de su mujer, un día lo dejarían viudo. Esta tarde, la empleada había terminado de limpiar el estudio, cuando de pronto entró su patrón la sorprendió abrazándola con gran intemperancia, ella lanzó el plumero sobre el sofá y se aferró a los brazos del fornido hombre, que entre mordiscos sensoriales la hubiera desnudado.
—¿Pero me vas a cumplir si quedo preñada? —Dijo ella, hallándose desnuda encima del escritorio donde cohabitaban en pleno coito.
—Pues…, sí. —Dijo en voz titubeante—, claro que sí. —Era fácil decir sí, sin embargo una cosa se dice en el momento de placer y otra ante la consecuencia. Ambos disfrutaban quemarse en el dulce adulterio, las ilusiones pasajeras que producen la pasión y una relación de amantes.
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Editado: 15.04.2024