Layan: "Primer amor, primer caos"

25. El chico nuevo.

Layan

La tensión se siente en el aire. Estamos fuera de la dirección del colegio. Papá está de pie, con las manos en los bolsillos, viendo la información en una cartelera. Yo estoy sentada en una de las sillas de la sala de espera.

Durante el camino, nadie dijo nada. Eso sí que es extraño, ya que por lo general Dorian va peleando con Hallie. En el desayuno fue la misma tensión, y lo peor es que fue evidente que Sabik y papá están enojados; no se despidieron con un beso como siempre lo hacen.

En realidad, no creí que todo esto fuera a pasar por mi culpa. Me siento culpable.

Cuando veo que el director sale, me pongo de pie y lo saludo. Papá se acerca, estrechan las manos, y por lo que entiendo, él ya sabe por qué estamos aquí. Me piden que los espere afuera, ya que primero hablarán ellos. Tan solo asiento.

Me quedo esperando. Apenas la puerta se cierra, cuidando que no me vea la secretaria, me acerco para intentar escuchar, pero es inútil: no se oye nada.

Mientras el tiempo pasa, pienso en Tyler. Conociendo a papá, él se debió llevar la peor parte. Me gustaría hablar con él y pedirle disculpas.

Espero, y a cada rato veo el reloj en la pared. El tiempo se me hace eterno. Tomo asiento y me pongo a pensar en cómo le voy a hacer para ver a Andrés.

Escucho que la puerta se abre y mis ojos van hacia ella.

—Layan, ven —ordena papá, quedándose bajo el umbral.

Entro con vergüenza. La mirada del director es inquisitiva. Me indica que tome asiento. Papá retira mi silla, me acomodo, y él se sienta a mi lado.

—Señorita Collins, he tratado con su padre lo ocurrido y, primero, déjeme decirle que estoy muy decepcionado. Usted siempre ha destacado por ser una excelente estudiante, destacada en todos los aspectos. Que haya recurrido a algo tan reprochable y delicado me sorprende.

—Señor Davis realmente estoy muy apenada con lo que sucedió y estoy dispuesta a aceptar cualquier castigo que usted crea conveniente.

—Me parece bien de su parte que esté clara en que su accionar merece un castigo.

—Su falta amerita expulsión definitiva del colegio —comenta con seriedad.

De inmediato volteo a ver a mi papá. Siento como si me hubiesen arrojado un balde de agua fría. Si me expulsan, no sé qué voy a hacer. Se me forma un nudo en la garganta y el miedo hace de las suyas. Pienso en Emma. Miro a papá. Él no me mira. Conociéndolo, estoy segura de que, con tal de darme una lección, acepta esta expulsión.

—No me pueden expulsar. Llevo estudiando aquí toda mi vida. Sé que actué mal y les doy mi palabra de que no se va a volver a repetir —me trago el llanto y miro al director a los ojos, intentando convencerlo.

—Como decía, su falta amerita una expulsión. Pero como aquí se cometieron faltas no solo suyas, sino también por parte del personal médico y del coordinador, y después de llegar a un acuerdo con su padre, pensando en sentar un precedente, tomé la decisión de quitarle dos puntos a su promedio general.

—¿Qué? —musito, entendiendo la gravedad del asunto—. Pero necesito tener un buen promedio para ingresar a la universidad que quiero.

—Debió haberlo pensado antes.

Agacho la mirada y me quedo callada, aceptando todo. No puedo creer que mi papá haya estado de acuerdo con eso. Él, más que nadie, sabe que me quiero ir a estudiar a otro país. Creí que quizá me iban a suspender unos días o a hacer labor social. Pero no… tenían que darme donde más me iba a doler.

Papá se pone de pie, se acomoda el traje y se despide del director. Yo hago lo mismo.

Abandonamos el área administrativa en completo silencio. Me acompaña hasta mi salón.

—No quiero novedades. Aquí ya saben, les quedó claro que nada es más importante que mis hijos, que si estoy en una reunión importante, si se trata de ustedes, siempre voy a atender. Y sobre todo: las únicas personas con quienes ustedes pueden salir de aquí son tu mamá, Hugo o yo. Con nadie más.

Asiento.

—Ahora ve a clases, que de aquí en adelante tus calificaciones deben ser perfectas para que alcances un buen promedio. —No digo nada. Se acerca, me da un beso en la frente y espera a que ingrese al salón.

Entro y ocupo mi lugar. Emma, de inmediato, entre susurros, me pregunta qué me pasó. Le digo que luego le cuento.

Me limpio las lágrimas y trato de enfocarme en lo que la maestra de ciencias empieza a explicar.

Cuando llega el receso, descubro que Alison no está. Emma se ubica a mi lado. No salimos del salón, no tengo ganas.

—¿Qué pasó? Anoche te escribí, te llamé, pero no me respondiste —busca mi mirada.

—¿Cómo lo iba a hacer, si mi papá me quitó el celular?

—¿Qué? ¿Por qué hizo eso? —se indigna.

—Descubrió que me fui con mentiras del colegio la semana pasada. Y no sabes cómo se puso.

—Estás bromeando —duda.

—No —respondo, y nos quedamos en silencio. Ella me mira extrañada, buscando explicaciones.

—¿Cómo lo supo? ¿Se lo dijo Alison?




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