Layan
Estamos en el comedor, desayunando. Mi castigo va para largo. Sigo incomunicada. Sigo presa en mi propia casa. Nadie aquí me entiende. Si digo algo, les parece mal. Si no digo nada, también.
Al principio creí que el castigo sería por unos días, una advertencia fuerte y ya... pero papá se lo ha tomado en serio. Muy en serio.
La pelea con Alison se quedó ahí. No le conté a papá lo ocurrido. Estos días los he pasado mal. No he visto a Andrés. Según investigué con sus compañeros, la universidad y el trabajo lo están absorbiendo demasiado.
Le llamé desde el celular de Emma, pero no me contestó, y eso me preocupó. También le dejé mensajes en redes sociales... misma respuesta: nada. Silencio.
La única oportunidad que tengo para verlo y hablar con él es en la fiesta de la que todos en el colegio hablan. Pero estoy castigada... a menos que...
—¿Cuándo regresas, amor? —pregunta mamá mientras revuelve su café.
Papá la mira a los ojos mientras mastica.
—El lunes por la mañana. Si no se presenta ningún contratiempo, estaré de vuelta para el almuerzo.
Mi atención capta cada palabra.
—¿Vas a pasar todo el fin de semana allá? —pregunta Hallie mirando a papá con tristeza.
—Sí, mi amor. Y los voy a extrañar mucho. Espero que en mi ausencia se porten bien —me dedica una mirada—, y no haya novedades.
—Así lo será, mi amor —habla mamá, tomándole la mano por encima de la mesa.
Ruedo los ojos. No digo nada.
La fiesta de Erika es el viernes por la noche. Papá se va en la mañana... Esa frase se repite en mi cabeza una y otra vez.
*****
Y el viernes llegó.
Papá se despide de nosotros, no sin antes aconsejarnos hasta el cansancio que nos portemos bien y colaboremos con mamá.
—No quiero novedades, Layan —dice, poniéndome las manos sobre los hombros, mirándome fijo a los ojos.
—¿Me puedes devolver mi celular? Por favor, papi —se lo pido perdiendo la vergüenza.
—Hasta donde recuerdo, no te he levantado el castigo.
—Papi… —suplico, juntando las manos.
Pero no me responde. Solo me da un beso en la frente, agarra su maleta y se marcha al parqueadero.
Hugo nos lleva al colegio.
Todos hablan del mismo tema: la fiesta. De lo que se van a poner, con quiénes irán, dónde se verán. Me siento fuera de lugar. Rechazada.
Porque mi papá no es como los papás de mis compañeros. Ellos hasta les prestan la casa para hacer fiestas. Estoy segura de que si le pido a papá hacer una, se negaría de inmediato.
Antes de salir al recreo, ingresa el director acompañado del chico que estaba con Alison el otro día. No lo puedo creer. ¡Está uniformado!
La autoridad nos informa que será nuestro compañero y le da la bienvenida. Con disimulo miro a Alison, la más emocionada del salón.
El chico de nombre Matías pasa por mi lado y se sienta justo detrás de mí.
Si es amigo de ella, desde ya el mío no será.
Matías llama la atención de todas. A él se le nota discreto, callado. Los maestros también le dan la bienvenida. El día pasa sin mayores novedades. Pienso en papá, que ya debe estar muy lejos.
Al llegar la hora del receso una compañera tras salir el maestro cierra la puerta para que nadie salga.
—¡Chicos, pónganme atención! —grita Erika desde una silla, captando todas las miradas—. Los espero esta noche en mi casa, dispuestos a divertirse sanamente —dice con sarcasmo—, y de paso le damos la bienvenida a nuestro nuevo compañero, que ya confirmó su asistencia.
Me quedo mirando cómo se entusiasma hablando de su fiesta. De pronto, siento que me tocan el hombro derecho. Primero pienso que fue por error, pero el toque se repite. Me volteo.
—Hola, ¿tú irás a la fiesta? —pregunta bajito, y luego esboza una mueca.
—No lo sé todavía.
—Aaah —dice, mirándome a los ojos. Su mirada me inquieta un poco.
—Supongo que tú irás con tu amiga —desvío la vista.
—¿Amiga?
—Sí, Alison.
—No. Iré a la fiesta por el revuelo que ha causado en redes. Me da curiosidad saber cómo se divierten aquí. Soy de Barcelona. Pero no asistiré con ella. No es mi amiga.
—¿No? —pregunto sorprendida.
—El día que me viste por primera vez estuve con ella porque el director —mi tío— le pidió que me enseñara el colegio, nada más. Yo no podría ser amigo de una chica presumida, superficial y vacía como ella.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. No me gustó cómo les habló a ti y a tu amiga. Después de eso me aparté, y como ves, no la tengo encima.
Automáticamente, y sin intención, sonrío. Oírlo decir eso habla bien de él. Podemos ser amigos.
—Qué inteligente —se me ocurre decir.
—Layan —pronuncia mi nombre. Me sorprende. ¿Cómo lo sabe?
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Sé varias cosas de ti. No me mires así. Eres hija de un reconocido arquitecto, has salido en revistas de moda y también promocionando productos para el cabello que por cierto lo tienes muy lindo. Te he visto en redes.
Mis cejas se alzan en automático.
—Vaya… es la primera vez que alguien me conoce por lo que hago.
—Eres conocida. Para mí es un gusto tenerte como compañera. Ojalá te animes a ir a la fiesta.
«Si supieras…»
Llego a casa. Las ganas y la curiosidad por ir a esa fiesta me están ganando.
Estoy encerrada en mi habitación con la laptop encendida. Fingí que me dolía la cabeza, ya que mamá quiere estar encima de mí todo el tiempo. Solo así deja de molestar.
Me recuesto boca arriba, ojos cerrados, pensando… ideando un plan.
—Papá no está. A Sabik la puedo engañar. Diré que estoy cansada y que voy a dormir. Bajo a cenar, todo tiene que estar normal para que no haya sospechas. Y cuando todos estén en sus habitaciones me voy.
Me doy vuelta, quedando boca abajo, repasando cada paso: la hora, el transporte, la ropa, la coartada. No puedo salir de casa vestida con ropa de fiesta. Si algo sale mal, será más fácil defenderme si llevo ropa normal.