Layan: "Primer amor, primer caos"

28. Molesta y celos.

Layan

Estos días en Londres han sido geniales. En realidad, pensé que la pasaría mal, pero no. Todos los días hemos hecho algo diferente. Y aunque extraño Nueva York, la verdad es que esta ciudad me encanta y confirmo por qué quiero estudiar aquí.

Papá me devolvió mi celular y, gracias a eso, he podido tomar fotografías, hacer videos de cada lugar al que hemos ido y comunicarme con mis amigos, en especial con Emma. Ella también salió de viaje; se encuentra con su familia en Noruega. Nos hemos comunicado todo el tiempo.

De quien no he sabido nada es de Andrés, y eso me duele. Sin embargo, voy comprendiendo que él no quiere nada conmigo.

Ojalá fuera como Romeo, que, a pesar de todo lo que le separaba de Julieta, se la jugó por ella. Un suspiro se me escapa. Pero a mi Romeo, por lo visto, le faltan agallas.

Y se ha escondido de mi mirada, porque no sé nada de él. Es como si la tierra se lo hubiese tragado. Desapareció sin un adiós.

Camino hacia la ventana de esta habitación. La habitación que fue un día de mi papá. Me gustó porque tiene vista a un enorme jardín. En realidad, más que jardín, parece un bosque.

No fue fácil volver aquí. Recuerdo que aquí me maltrataron a mí y a mi perro Mechas, que en paz descanse en el cielo de los perritos.

—¿Puedo pasar? —Volteo hacia la puerta. Es papá.

—Claro, sigue.

—¿Qué miras? —dice mientras viene hasta donde estoy. Señalo con la mano hacia el jardín.

—Cuando tú estabas en el hospital, Mechas y yo sabíamos jugar en esa parte del jardín.

—Oh. El buen Mechas... —Esboza una media sonrisa, y nos quedamos callados por unos segundos, seguramente pensando en mi perro.

—Venía a decirte que ya recojas todo. Mañana volvemos a casa.

—Se acabaron las vacaciones —manifiesto con pesar.

—Las vacaciones no son eternas, mi amor —me acaricia la espalda y me da un beso en la frente—. ¿Qué fue lo que más te gustó del viaje?

No es difícil contestar así que de inmediato respondo.

—El paseo por el río Támesis. Los fuegos artificiales de fin de año —respondo feliz—. Pero sabes qué, también me pareció genial poderlo grabar en mis redes sociales. Ya viste que te volviste viral. Hacer ese trend bailando me dio muchos seguidores.

—Me divertí mucho. Ahora tu hermana quiere hacerme partícipe de sus videos.

Sonrío.

—¿Lo vas a hacer?

—No siempre —suelta un suspiro—. ¿Y lo que no te gustó?

—Bueno...

—Dime, mi amor, sin miedo —busca mi mirada. Me acerco a la cama y me siento en el filo, dejando claro que está en lo cierto: sí hay algo que me molestó, pero no sé si deba decirlo, porque el problema no es con los demás, sino conmigo misma. —Layan... —Se sienta a mi lado y me toma de las manos—. Dime.

—Papi, es que... —Me armo de valor antes de pronunciar las palabras—. No me siento bien cuando Grace adula a todos sus nietos. No sé, siento feo, y sé que no puedo pedirle, o más bien pedirles, que no demuestren sus afectos hacia su sangre solo por mí. Pero se siente feo saber que no pertenezco a esta familia.

Los ojos se me llenan. Papá me mira fijamente.

—Esta es tu familia, mi amor, y lo sabes.

—De palabra, papi, pero cuando se trata de buscar rasgos parentescos, no.

—Ey, princesa, no te confundas. Quizá físicamente no te parezcas a mi familia, pero de mis hijos tú te pareces más a mí: en carácter, en gustos... A los dos nos gustan las mismas cosas.

—Pero no es suficiente, entiéndeme, papi. No es en contra de ustedes, el problema es conmigo.

—¿Problema? —repite, frunciendo la frente.

—Tú nunca me vas a entender porque siempre creciste sabiendo que estabas con tu papá y tu mamá. Con tu gente.

—Layan, ¿qué me quieres decir? —cambia su tono de voz.

—Que quiero saber más de mi familia.

—Esta es tu familia.

—Sí... y no —se me corta la voz.

—¿Qué sucede? —Ingresa Sabik y nos mira a los dos. Dos lágrimas saltan y rápidamente borro su rastro con el dorso de la mano. —Está todo bien, mi amor —pregunta mirándome.

No respondo.

—Está todo bien —habla papá.

—Sabik...

—Dime, mi niña —se aproxima hasta la cama y se detiene en los pies de esta, con la mirada en mí. Lo que voy a decir lo he venido pensando. No es un arranque.

—¿Sabes si mis abuelos paternos viven?

Los ojos de papá se vuelven redondos y poco a poco los va achicando, pero no se trata de él sino de mí. Sabik se pone nerviosa, luego mira a papá. Se lame los labios.

—Sí... ellos viven.

Cuando la oigo decir eso, mi corazón salta.

—¿Qué estás pensando, Layan? —pregunta papá, poniéndose de pie.

—¿Dónde viven? —indago, ignorando lo que él acaba de preguntar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.