Layan
La actitud de papá es extraña. Entiendo que no me quieran dejar ir, pero de ahí a decirme que no me van a recibir, cuando me acaba de decir que por ser una Collins puedo ingresar a cualquier institución, me deja pensando. Y eso me obliga a usar un as bajo la manga.
Estoy segura de que me voy a ir. Ellos lo pensarán mejor y comprenderán que alejarme de aquí es lo mejor.
Me siento frente a mi laptop y empiezo a usar mi as. Mientras escribo un correo pienso en todo lo que me queda pendiente por hacer, y una de ellas es conocer a mis abuelos paternos. Son parte de mi historia, de mi identidad, y no puedo cerrar los ojos y hacer como que no existen cuando sé bien que en algún lugar están.
Según mi mamá no son gente acaudalada, pero eso no me importa.
Al día siguiente, ya en el colegio, mis compañeros me reciben y se mueren por tener detalles de primera mano sobre lo que pasó en esa fiesta. Algunos lo ven como una gran hazaña, otros como una anécdota más; yo, que la viví en carne propia, la considero como la peor experiencia de mi vida.
Los maestros llegan, las clases continúan. Trato de poner atención, sin embargo, mi mente solo divaga.
—¿Cómo es eso de que te quieres ir? —indaga Em con los ojos desorbitados ante mi confesión.
—Sí, Em. Y puede que pienses que estoy traicionando a todos los planes que teníamos juntas, no obstante, los podemos realizar más adelante.
—Layan hemos estado juntas desde el kinder, nunca nos hemos separado. Te considero como mi hermana. No te puedes ir.
—Las hermanas también comprenden y se ayudan, Em —se me corta la voz y le doy la espalda. Las dos empezamos a llorar, dejándonos llevar por el sentimiento.
—No te vayas. ¿Qué va a pasar con Andrés? De verdad no te importa.
—Claro que me importa, es más, por él también necesito tomar distancia.
—¿Ya no vas a luchar por él? ¿No estabas segura de que te quería a ti? Todo lo que hiciste para que se fijara en ti… ¿lo vas a dejar así por así? Te desconozco, Layan.
Suelto un suspiro y me encojo de hombros.
—Sabes… —me siento junto a ella con la mirada puesta en el pasado—. En esa fiesta comprendí que no quiero ser una más del montón o igual a alguien. Yo quiero ser yo, con todo lo que eso implica.
—Layan...
—Y ahora que lo pienso mejor, y he analizado cada palabra de mi papi, quiero o mejor dicho, merezco vivir un amor bonito. Quiero experimentar lo que se siente que te busquen, que te den detalles, y con Andrés es muy difícil eso… —hablo con tristeza recordando el beso descarado que le dio a su noviecita.
—Layan, te entiendo, pero entonces, ¿lo que sentías por él?
—Lo que siento por él es… —suspiro pensando en sus hermosos ojos azules—, es algo muy especial, bonito, pero es imposible. Y la verdad no quiero seguir detrás de él insistiendo. Porque sufro mucho.
Hablo resignada. Emma, por su expresión, me da a entender que lo comprende. Nos damos un abrazo.
Al terminar el recreo volvemos a nuestras clases. Y es que, aunque tengo en mente irme de aquí, no debo perder clases, ya que si se concreta lo que quiero me iré en par de semanas; por lo tanto, debo estar al día con las materias.
Al terminar nuestra jornada, estando en casa, me pongo a hacer tareas que tengo varias acumuladas.
—¿Puedo pasar? —pregunta papá.
—Claro, papi —le sonrío y le pongo atención.
—¿Cómo te fue? Me dijo tu mamá que has estado muy ocupada.
—Sí, papi, tenía mucha tarea, pero ya casi termino.
—Qué bueno, mi amor.
—Oye, ¿y qué haces temprano aquí? —pregunto, ya que por lo general siempre llega para la cena. Solo viene temprano cuando sucede algo.
—Pues tu tío y el resto de los chicos no me permitieron hacer nada y me enviaron a casa, porque tengo una herida.
—Ya me imagino, pero eso es porque te quieren.
—Sí lo sé, pero al parecer a ellos se les olvidó que mi herida es en el tórax, no en el cerebro. Además, ya está cicatrizando. Pero bueno, eso no es lo importante. Tengo esto para ti —dice indicándome unos pasajes de avión.
—¿Qué es eso, papi? —recibo los pasajes y me llevo una gran sorpresa al leer el destino—. Columbus, Ohio.
—Querías ir a conocerlos, ¿no?
Respondo con un movimiento de cabeza.
—Prepárate, porque los vas a conocer.
¿Nos vamos a Ohio? —me quedo con la boca abierta. —¿De verdad? —dudo ante su mirada fija.
—Sí, mi amor. Comprendí que ellos son parte de ti, que estás en búsqueda de tu identidad y no me puedo oponer a eso. Además, sé que eres mía, mi niña, y aunque los conozcas eso no va a cambiar, porque hemos sembrado un amor grande, profundo y verdadero en ti. Estoy convencido de que, aunque la sangre une, el amor ata y este último no es fácil de romper.
Me pongo de pie y lo abrazo fuerte.
—Te amo, eres el mejor, y jamás en la vida voy a dejar de amarte —levanto la mirada hacia él.