Mis ojos brillaron. Era justo lo que necesitaba.—Súbete —ordené al ver a un auto azul mediterráneo con la puerta abierta y las llaves puestas.
—¿Sabes conducir? —preguntó mi amigo sentándose en el asiento del copiloto.
—Lo averiguaremos —pronuncié pisando el acelerador con todas mis fuerzas. Yo había visto que las personas hacían esto en la películas. ¿Qué tan difícil podría hacer?
A lo lejos unos gritos comenzaron a sonar. ¿Coger un auto sin permiso me convertía en ladrona? Ojala que no. Ojala que el tipo que gritaba sin cesar este de acuerdo conmigo.
Mis manos apretaban fuerte le volante y mi pie derecho no daba descanso al acelerador. Mi mirada no se separaba del frente. Daba gracias que hayamos terminado en una carretera de línea recta. No tenía la más remota idea de como hacer girar esta cosa. Algunos llamarían a esto una misión suicida. Yo lo llamaba desesperación. Si lo pensábamos bien, los accidentes de transito no eran muy comunes. Al menos yo no estaba al tanto de muchos, claro que yo rara vez veía las noticias, pero ese no era el punto. A estas alturas el único punto en el que podía concentrarme era en escapar. Teníamos que escapar. Tenía que hacerlo.
—No tan rápido Lía —bramó mi amigo aferrándose al borde del asiento con la mano izquierda y con la otra envuelta en el cinturón de seguridad—. Nos mataras. Baja la velocidad.
Talvez era demasiado. Si Giorgi pedía que paré era mejor hacerlo. Él solía tener mejor resistencia a las cosas de riesgo que yo y si él ya estaba con temor imagínense a mí.
Bueno. Giorgi no tenía que saber que me estaba muriendo de miedo. Giorgi no tenía que saber que un auto negro nos venía siguiendo. Y principalmente, Giorgi no tenía que saber que yo no sabía como diablos detener esta cosa.
—¿Qué pasa Giorgi? —pregunté dejando de lado a mi terror interno y a mi instinto de supervivencia—. ¿Tienes miedo? —mi voz salió bromista, justo como quería. De seguro él creería se debía a que tenía todo bajo control, mejor que él creyera eso. Mejor que yo tratará de creer eso.
Mi amigo negó rápidamente, pero su mirada lo decía todo. Su rostro estaba comprimido y parecía como si tratará de fundirse con el asiento, como si quisiera evitar salir volando del auto. Para ser honesta su temor no distaba mucho del mío.
—Amalia Detente —exigió esta vez con más insistencia.
El zumbido en mi oído era tan fuerte que a las justas lo llegué a escuchar. No. No era un zumbido. Eran el ruido que hacían las llantas de un camión a algunos metros de distancia de donde estábamos. Mierda.
—Amalia Detente —volví a escuchar esta vez más fuerte.
Me aferre más al timón como si eso me salvará de una muerte inminente. Demonios. Tenía que hacer alguna cosa. Cualquier cosa. Todo saldría bien. Todo saldría bien. Repetía mi mente como si eso bastará. Nada estaba saliendo bien. Mierda. Tenía que pensar en algo. Tenía que pensar en algo ya.
—Abre la puerta —ordené con el medio incesante en mi voz.
—¿Qué dices? —se exasperó pálido al ver al camión.
Lo sé. Era absurdo, pero era la única cosa que se me venía en mente para no morir. Él tenía que obedecerme. Debía hacerlo.
—¡Abre la puerta! —chillé con un duro nudo en el estomago. Me rehusaba creer a que mi vida terminaría así. Me rehusaba a creer que ambos terminaríamos así—. Abre la puerta o nos estrellaremos! ¡Confía en mí!
—Pero Amalia...
—Confía en mí —pedí en un tono suplicante mientras separé mi mano izquierda del volante, comenzó a temblar, como pude logré colocarla sobre la puerta del auto—. Confía en mí —volvía a pedir implorando con la mirada. Si no salía en este instante sería tarde.
Saltó. Salto a través del auto en movimiento. No tuve tiempo para ver si había aterrizado cuando también salte del auto con los ojos cerrados en el ultimo segundo.
No se cuanto tiempo pasó. Pero aquel humo saliendo de la explosión debió haberme despertado. Mi garganta picaba. No había dejado de toser durante todo este tiempo. Todo el aire estaba abarrotado de humo. Me levanté torpemente. Mis rodillas sangraban. Se dejaban ver a través de la tela. No importaba. Si con esto no lograba escapar no sabría con que. Giorgi debía estar en mejor estado. Esperaba que sí.
Traté de alejarme de las llamas. No eran tantas como en el núcleo del accidente. Ni siquiera se porque explotó. Yo creí que sería un simple choque y con el revuelo podría pasar desapercibida. Escabullirme sin problema. Eso había previsto unos minutos después que un auto empezará a seguirnos. Y más un auto negro con la insignia de aquella penitenciaría.
Daba pasos torpes. Al menos el humo se iba disipando. Pasaría un poco antes que la gente llegará a abarrotar el...
—¿A donde crees que vas? —preguntó una voz gruesa y fea tras sujetarme del hombro.
***
Si alguien me hubiera dicho que mi intento de escape terminaría así. Le hubiera dado una cachetada para que dejara de decir tontearías.
Pero en fin, estar en la oficina de la rectora no parecía del todo malo. Después de un día completo de persecución mis piernas necesitaban un respiro y esa silla era realmente cómoda. Mi único consuelo es que logré traer las joyas de mi madre conmigo. Al menos no tendría que venderlas después de todo. Un respiró ahogado salió de mí mientras miraba a por aquella reluciente la ventana. ¿Dónde estaría Giorgi? Ojala haya logrado escapar.
Bueno, si había algo que podía agradecer era el hecho que no haya llamado a mi padre. Sin duda con él aquí... solo digamos que no quería ver esos desdeñosos ojos llenos de cólera y decepción.
—¿Usted cree que esta aquí de vacaciones, señorita White? —preguntó la rectora al entrar por la puerta y situarse en la silla tras el gran escritorio—. Siéntese bien, señorita White —ordenó con rudeza tras verme desparramada en mi silla.
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Editado: 14.03.2024