Lazos de Sangre

Capítulo 23: Te amo

Amalia

La puerta cerrándose fue la única respuesta por parte del bastardo.

—Bien. Eso lo resuelve —solté agradecida de no tener que ver más su horrendo rostro.

—Al menos podrías controlarte —soltó la morena con una voz que ya estaba empezando a catalogar como irritante, por la expresión de él, al parecer no era la única que lo pensaba—. Sabes lo que él siente por ti

—Él también sabe lo que yo siento por él —avise— y aún así se atreve a entrar. No es mi culpa —avise sentándome en la cama con una pierna cruzada sobre la otra.

—Tenemos que hablar Lía —seriedad, era lo único que detectaba en ese tono.

—Ay por favor Nani —extendí mis brazos harta de esto—. Nunca fuiste tan puritana.

—Esto no tiene nada que ver con sexo Lía.

Sin duda alguien no se daría por vencida con él tema. En definitiva alguien no me iba a dejar follar tranquila. Diego pareció entenderlo. Se acomodo sus pantalones y acercó a mi dejando un casto beso sobre mis labios.

—Nos vemos luego Dieguito —murmuré—. No te atrevas a irte sin mí —susurré en su oído mientras con mi otra mano desordenaba su cabello.

Una sonrisa descarada fue mi respuesta tras salir por la puerta. Un suspiro inconforme salió con pesar. Fue una lastima que Dieguito se fuera. Ahora nada me salvará de esto.

Un serón tras sermón. Lo sé. Sé que debería estar prestando atención a lo que Navani me dijera. Éramos amigas después de todo. Sí y justo por eso es que no le ordenaba que se largara. Yo no era una persona paciente más le valía que no me pudiera aprueba. No aguantaba las cosas que salían de su boca. No paraba de defenderlo. Si así iba ser, más valía que tomáramos distancia o no me responsabilizaría de lo que saliera de mi boca.

—Lía. ¿Me estas escuchando? —preguntó mirando en mi dirección con el dedo índice apuntándome.

—Es inevitable Nani —respondí con agobio—. No sé ni siquiera para que te esfuerzas en algo que no tiene sentido —me levante de la cama—. Según tú él es un ángel con el que yo he estado equivocada todo este tiempo. No es algo nuevo. Toda mi vida me lo dijeron. Tú lo sabías —recordé con desdén—. Yo te dije como...

—Pero yo lo escuché Lía, él te defendió.

—Estaba fingiendo Nani —No sabía como no podía verlo. Era la cosa más obvia del mundo—, no quiso quedar mal contigo, nunca quiere quedar mala con nadie. Todos le creen, hasta tú —refunfuñe dolida.

Se suponía que ella era mi amiga. ¿No se supone que las amigas están para apoyarse? ¿Para confiar la una en la otra?

—Ni siquiera él supo que yo lo escuché —aclaró como si solo por eso yo debía creerle—, él no tendría porque fingir, ni siquiera yo estaba presente, estaba tras la puerta oyendo todo.

—Claro —hable con asombro del excelente trabajo que había echo el bastardo con Nani—. ¿Y solo porque no te vio ya es inocente? No te dejes engañar, él es de lo peor —advertí con determinación y destilando veneno por los ojos.

—¿Cómo alguien que te defiende, que se echa la culpa y que te quiere va a ser de lo peor? —preguntó dando un paso hacia mí.

Yo retrocedía mientras movía la cabeza incrédula de lo que salía de su boca. Si esto seguía así... ni siquiera tenía idea de lo que haría para recuperarla.

—Y otra vez con eso. Él no me quiere, en ningún sentido Nani. Además tú lo viste, esta comprometido —recordé. Eso debía ser la mayor prueba de todo. Una prueba contundente de su mentira.

Por la expresión de la morena parecía no estar convencida. Al menos no con la certeza que yo hablaba.

—¿Ahora con que escusa usó para lavarte la cabeza? Dime. Quiero oírlo —pedí resignada con la mano alrededor de la frente.

—Él no la ama, él te ama a ti.

—Claro —murmuré dándole la espalda. Ni siquiera quería verle el rostro. Nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión. ¿Cómo podía ser tan bueno engañando a la gente? A la gente que quería en especial.

—Lía es en serio, él me lo conto. —menciono como si eso fuera la mayor prueba posible, algo contra lo que nadie podría refutar. ¿Tanto valoraba la palabra de ese soquete?

—Si él te lo dijo debe ser cierto —mi vista no se despegaba de lo cristalino de la ventana—. ¿Por qué alguien tan bueno como él mentiría? ¿Por qué me creerías a mí? ¿No es como si hubiéramos sido amigas por años? ¿No es como si me hubiera jugado el pellejo por ti?

No quería sonar a reproche, pero con tanto pasando alrededor, con tanto en mi mente y los sentimientos encontrados no era capaz de medir mis palabras.

—Lía, no hagas esto, créeme, Santiago me conto que tu padre no quería que tu volvieras. Él tuvo que aceptar el compromiso con esa mujer para que tú pudieras volver.

—Seguro, él es el mártir, él es el hijo abnegado que siempre piensa en los demás y yo solo soy alguien mala que no sabe valorarlo —agregué—. Gracias por decirlo —mencioné burlona y fastidiada.

Ella no dijo nada. En fondo era lo que pensaba. No había términos medios. O estaba de mi lado o estaba del lado del bastardo.

—¿Es lo que piensas o no Nani? —pregunté girando sobre mis talones y volviendo hacia ella.

La morena movió los tratando decir algo, pero no salía nada de su boca. Como si se arrepintiera justo cuando estaba por contestar. Eso lo respondía todo.

Me giré de nuevo con la vista en la ventana. Yo no le diría nada más. No mientras ella siguiera apoyando a aquel impostor. ¿Acaso yo sería la única capaz de ver como era realmente?

—Amalia... —una desdeñosa voz inundo mis oídos. ¿Qué demonios hacía aquí?

—¿Qué quieres? —espeté volteándome al instante para encáralo. Como por arte de magia los ojos de la morena denotaron suplica. Pidiendo que no lo tratará así. Solo faltaba que apareciera para que se ponga de su lado. Traidora. Eso era. Traidora.

—Por favor —se dirigió a la morena—. No me defiendas, Amalia te necesita.




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