Amalia
Con cada segundo que pasaba odiaba más ese tonto monologo. Debía haberlo pensado mejor, o debí pensarlo si quiera, no ceder al impuso de venir simplemente con la esperanza que ella accedería solo por un par de gritos.
Pero lo creí. Yo creí que me enfrentaría a la mujer que la que hable en la cafetería. Ella no era tan intimidante o cuando menos soberbia como esta persona. Casi costaba reconocerlas. Costaba saber cual de las dos era una mera máscara.
—Si quieres mi cooperación tendrás que sujetarte a mis términos —anunció dejando el objeto sobre su escritorio colocando su mirada en mí finalmente. Esos ojos zafiros fríos como el hielo.
Negué con la cabeza.
—Ni en tus sueños. Tú debes obedecer. Debes pagar por intentar estafarme.
—¿Pagar? —hablo despertando por primera vez una emoción. Hubiera dado lo que fuera por que se tratará de un ápice de miedo. En cambio, diversión es lo que se aparecía en su tono—. No accederé a cooperar si no es a mi modo —dictaminó antes de levantarse—. Haber señorita White —casi burla y casi desdén en sus palabras—. Somos personas adultas. Quiero creer que todos los que estamos presentes somos personas adultas. No me gustaría perder mi tiempo con niños. O en este caso, con personas con la mentalidad de un niño —remarcó con su mirada sobre mí, como si fuera una advertencia. Como si su tiempo fuera tan preciado para perderlo con niños. Ja. Yo no era una niña. Tampoco diría que era una adulta, pero eso no era algo que ella tuviera que saber—. Así que, supongo que estará enterada que todo tiene un precio. Yo no moveré ni un dedo gratis. Gracias a mí es que tienes ese documento —recordó mientras caminaba a mi alrededor con pasos lentos pero precisos—. Gracias a mí es que puedes hacer algo para luchar por lo que es tuyo. Si es que yo no hubiera abierto la boca, si es que yo, justo como lo dijiste, si yo no hubiera sido una escoria doble cara. Ahora estarías bailando o drogándote en alguna fiesta —Casi quería gritarle por estereotiparme, ella no sabía lo mucho que había sufrido por aquel documento, ni siquiera tenía la certeza de que fuera de ese modo—. No sabrías de este complot a tus espaldas y mucho menos sabrías que puedes hacer algo. Así que como yo lo veo. Si quieres que esto salga a tu favor, se hará a mi modo. Tú dependes de mí. Yo no —su mirada desafiante mientras cruzaba los brazos.
Tuve que morder mi lengua para no chillar y me obligué a sostener mi mano en su lugar para no darle una bofetada. ¿Cómo alguien podía ser tan altanera? ¿Cómo alguien podía ser tan insensible? ¿Cómo puedo camuflarlo también cuando ambas conversamos en aquella cafetería?
Casi quería golpearme por ser tan idiota. Fue una extraña. Una completa extraña. Nada de esto estaría pasando de no ser tan impulsiva y confiada.
Solo necesité hablar. Necesitaba un amigo. Alguien.
—Aquí tienes —hablo cuando me extendió un bolígrafo.
Parpadeé un par de veces solo para darme cuenta que en su escritorio se encontraba un documento. Me acerqué con cautela sin coger el bolígrafo.
Lo tomé en mis manos. Un contrato. Mi ceño se arrugo. ¿Cómo podía tener un contrato listo? Esto es lo que habría estado haciendo mientras la esperaba. En esto habría estado ocupada. No pude aguantar más, yo no era una persona paciente. No era una persona que meditara las cosas y en definitivo no era alguien que pensará antes de actuar.
Así que en un arranque de furia arrugue aquel pedazo de papel solo para romperlo en mil pedazos frente a los ojos de aquella embustera.
De nuevo. Esos ojos fríos y esa mirada parca se apoderaron de ella.
Maldición.
Maldición.
Maldita sea.
¿Qué necesitaba para que perdiera los estribos y me mostrará quien era? Yo no era capaz de permanecer mucho tiempo calmada sin hacer un escandalo. ¿Cómo es que esta mujer si podía? Era tan fastidioso como irritante. Talvez debí hacer que Nani entrará. Entre las dos no había forma que ella pudiera seguir con esa expresión indiferente.
—Aquí tienes otro —me tendió el mismo contrato.
Yo quería gritar. Y lo hubiera hecho de no estar lo suficientemente avergonzada como para pensar que ese contrato era el único que había echo.
¿Qué me pasaba? El plan era ser cauta y desconfiada. ¿Por qué me era tan difícil?
—¿Necesitas el dinero? —salió repentinamente de mi boca.
Era absurdo. Esta tipa parecía podrirse en dinero. ¿Cómo es que alguien así seguía trabajando?
—¿Necesitar? —preguntó la embustera con cierta incredulidad. Quizá si podría hacerla sacar la verdadera versión de sí—. ¿Acaso no ves el lugar en donde estoy? —cuestionó volviendo a su tono rígido y detestable—. Esto es mucho más grande que donde usted reside. No necesito su dinero.
—¿Entonces porque lo quieres? —hablé con reproche.
Si era sincera. Yo podría acceder a dárselo. Si al menos tuviera un buen motivo. Si al menos no fuera una falsa imitación de alguien de piedra y sin corazón. Si al menos mostrará arrepentimiento o cuando menos vergüenza por lo que me hizo. Pero no. Esta persona parecía inmune a lo que era el arrepentimiento. ¿A cuantas personas más las habría estafado? ¿Cómo una persona tan joven podía tener tanto? ¿Era obvio que eran negocios ilícitos? No había de otra.
—No estoy aquí para darle explicaciones señorita White —aviso dejando el documento sobre el escritorio—. Estoy aquí porque alguien muy desequilibrada amenazo con romper la puerta de no dejarla entrar.
—¿Me ayudaras si o no?
—Lo haré —respondió con la voz firme—. Ya sabe mi precio.
Unos pocos pasos más y volvió a su silla. Aunque más que silla parecía una especie de trono de cuero. Ese espantoso abrigo aumentaba las sensación de poder.
Cogí el documento.
El diez por ciento. Respiré hondo para evitar romperlo de nuevo. Es obvio que de destruirlo sacaría otro. Y así seguiría hasta ponerme en ridículo.
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Editado: 14.03.2024