Una semana atrás, Gibran acababa de dar inicio al bachillerato, y había hecho un pequeño círculo de amigos varones. El hecho de que fueran hombres y que, hasta el momento, no hubiera pasado por ningún tipo de insulto o insinuación hacia su persona (excepto Alejandro) le parecía una fantasía, un sueño del que sentía que despertaría tarde o temprano.
Pensó que el patrón de ser acogido por un grupo de chicas se repetiría, pero no sabía cómo sentirse al ver que aquel año estaba siendo la excepción.
Una semana después del inicio de clases comenzaron las inconformidades.
Gibran tenía mala memoria para la mayoría de las cosas. Era la persona ideal para contar cualquier tipo de chisme, ya que tarde o temprano el recuerdo sobre lo que le habían confiado se desvanecería con el tiempo hasta recordar las cosas a medias u olvidarlas completamente. Pero lo que estaba seguro de no haber olvidado es que el profesor de matemáticas aplicaría un examen al culminar cada tema.
Cuando el profesor ingresó al aula una sonrisa traviesa cruzaba sus labios y se quedó de pie frente al grupo.
— Tienen examen — soltó sin más, sin antes saludar.
Las voces se comenzaron a alzar en el aula, formando un coro mixto de opiniones divididas. Estaban los que no estaban de acuerdo con eso, pero que no tenían derecho a reclamar porque las reglas no las ponían ellos, si no el profesor que tenían al frente. Por otro lado, estaban los que no sabían ni en qué día estaban. Y por último, el grupo de los resignados que comenzaron a manifestar que les fuera bien en el examen.
En teoría, el tema debería de estar fresco, pues lo habían terminado dos días atrás, pero no está de más avisar con tiempo para hacer un repaso y practicar un poco.
Más si es un examen de matemáticas.
Las voces fueron remplazadas por el sonido de hojas siendo arrancadas y el plumón al deslizarse en el pizarrón. El profesor anotaba una serie de ejercicios que tendrían que resolver. Cuando terminó de anotar el último, Gibran contó la serie: cinco ejercicios que, a simple vista, se veían inofensivos, pero que no sabría lo que escondía cada uno hasta que no intentara resolverlos.
Su cerebro empezó a trabajar desde que el profesor se hizo a un lado, buscando la solución a cada uno de los ejercicios, recordando el procedimiento para terminar pronto con eso.
No había límite de tiempo: el examen se terminaría hasta que el último alumno terminara su examen.
Con los ejercicios anotados en su hoja, se dio cuenta que requeriría de una hoja más: había dejado un espacio de media página cada uno. Alejandro estaba al pendiente de los movimientos de Gibran, pues los repitió como un espejo.
Mientras resolvía los ejercicios, vagos recuerdos de las clases de matemáticas acudieron a su mente, probablemente atraídos por el constante pensamiento de ayuda que tenía cada vez que se atoraba en el procedimiento.
Con la raíz del ojo notó movimiento en alguna parte de la primera fila, la que quedaba de frente al escritorio del profesor. La curiosidad lo obligó a alzar la vista de su hoja y observar a la primera valiente en entregar el examen: se trataba de Lizeth, la recién nombrada jefa de grupo por elección popular.
No sabía cómo es que se había ganado tan pronto el cariño de todos. Estaba por encima de Mairim, que había recibido una muy pequeña cantidad de votos a su favor en comparación con el primer lugar. Como subjefe de grupo se quedó un chico de cabello lacio y un poco largo llamado Jesús. A Gibran le parecía un poco guapo, pero nada más.
No consideraba que nadie en ese grupo estuviera al nivel de Iván.
Más compañeros entregaron sus exámenes hasta que Gibran decidió hacerlo también. Cuando regresaba a su asiento realizó un análisis rápido del aula: aproximadamente la mitad aún seguía concentrada y a un ejercicio más del colapso, entre ellos Alejandro, que tenía la mano en el cabello, como si la respuesta estuviera en alguna parte de sus rizos.
Los resultados del examen los dieron la clase siguiente: cuando vio el montón de hojas de cuaderno el estómago se le revolvió. No pensó que les fueran a dar resultados tan rápido.
No quería enterarse tan pronto de que le había ido mal en su primera evaluación.
El profesor tomó el primer examen del montón y leyó el nombre de la persona a la que le pertenecían esas hojas:
— Fernanda Garduño — una chica de cabello castaño claro y rizado, de piel apiñonada y lentes de armazón redondos se levantó de la última fila. Avanzó con paso firme, segura de sí misma. Tomó las hojas y no las vio hasta que estuvo en su lugar. Estaba seguro de que logró escuchar un “no mames” cuando lo hizo.
Siguió mencionando nombres, y más sonidos de decepción empezaron a llenar el silencio del aula.
— Emilio Aguayo — su amigo se levantó, sin muchas esperanzas. Cuando nuevamente estuvo en su lugar, la decepción también cruzó su rostro.
Que no tuviera tantas esperanzas no significaba que esperara una mala nota. El resultado de su examen había sido un 4.
— Miguel Ángel Serrano — Ángel se levantó, haciéndose a la idea de también haber reprobado el examen.
Alejandro se había encargado de preguntar a los que podía el resultado del examen, y hasta el momento todas las calificaciones eran reprobatorias. Ya nadie tenía esperanzas.