— Parece que la noticia de Alejandro no te sentó muy bien.
La voz de Xanath llegó desde atrás. Tomó asiento en el lugar de Giselle. Sus amigas habían ido juntas a recoger sus pedidos en la cafetería. Gibran se había quedado porque estaba muy entretenido jugando con una hoja de algún árbol que había ido a parar a su mesa.
— Parece que Laila te cambió por Mauricio —. Llevaba tiempo viendo a Xanath solo con Emilio. Laila tendía a pasar más tiempo con su nuevo mejor amigo, incluso llegaban a faltar a clases. ¿A dónde iban? Nadie lo sabía, menos Gibran. Esa información ya no era de su interés y no le importaba a donde fuera o no.
— Que observador —. Había olvidado el sarcasmo que usaba en cada palabra que pronunciaba. Mismo tono que usaba cada vez que iba a soltar algún comentario innecesario —. Llevan siendo novios, no sé, ¿dos semanas tal vez? No entiendo qué fue lo que le vio a ese tipo. Es obeso, no está guapo. Puede que sea medio inteligente, pero dudo mucho que Laila se vaya a comer su cerebro.
— Tu novio tampoco es una belleza… — Hasta que Xanath no desvió sus ojos a Gibran no captó que lo había dicho en voz alta en lugar de pensarlo.
Mentiras no dijo.
— ¿Quieres que te enseñe una foto de Alejandro o prefieres recordar su físico tu solo? —Con una nueva posición defensiva que jamás había visto en ella, procedió a levantarse del asiento mientras se colgaba su mochila al hombro.
Sin decir nada más, se dio la vuelta y se adentró al edificio A.
No entendía cuál había sido su intención. Fuera del grupo de Aidée, solo ella tenía conocimiento sobre su gusto hacia Alejandro y era un tema que de vez en cuando mencionaba.
La corta conversación con Xanath le dejó un mal sabor de boca e intentó quitárselo dándole una mordida a una manzana. El dulzor del fruto le ayudó mucho, y la devoró antes de que sus amigas arribaran.
Había pasado una semana desde que Alejandro y Mairim habían formalizado su relación. Siempre estaban juntos, tomados de la mano, yendo de un lado para el otro, diciéndose cosas tan empalagosas que cualquiera que las escuchara corría peligro de padecer diabetes.
Desde que Alejandro había dejado de ser soltero, le había restado atención a Gibran. No lo buscaba y tampoco le hablaba tanto como antes. Gibran existía solo en la clase de estudiantina. Y era una cuestión a medias, porque solía pasar más tiempo con el grupo de amigos que había hecho en la clase que con él.
También le actualizó la historia a Tulipana. Cuando le llegó un mensaje de su mejor amiga preguntando qué tal iba la operación “Conquistando al guapo de 1.80” le tuvo que contar todo.
Pasó una buena cantidad de tiempo desde que Tuli vio el mensaje hasta que contestó, seguramente por la conmoción que le generó la noticia. Pero lo único que respondió fue:
“Perdón.”
Era la segunda vez que su sentido le fallaba. Le había jurado que Iván sentía lo mismo por él y había fallado.
Le había jurado que tenía una posibilidad con Alejandro porque notaba un interés más allá de una amistad y había fallado.
Pero el que tenía la culpa de su sufrimiento había sido él por creerle, por ser tan ingenuo al pensar que con una ida al karaoke y con la atención que le había prestado cuando habían bailado era señal suficiente para interpretar que la posibilidad que tanto había esperado estaba por suceder.
Seguía lo más difícil: eliminar sus sentimientos por Alejandro, convencerse de que jamás tendría una oportunidad con él porque era heterosexual.
Existe un mito que menciona que todas las personas ya tienen a su alma gemela asignada, y que en algún punto de la vida ambas personas se encontrarán para escribir su historia de amor.
Alejandro no era el alma gemela de Gibran, así que no había ninguna historia que escribir.