Leave Me Lonely

CAPÍTULO 41

Alejandro arrastró a Gibran hasta la cafetería. Lo sentó y le pidió que no se moviera hasta que el regresara. Rápidamente se acercó a la tienda y compró una botella de agua y unas galletas.

Cuando regresó Gibran había recostado la cabeza en la mesa, usando sus brazos como almohada. Tenía los ojos cerrados, pero estaba despierto.

— Toma el agua y come las galletas, por favor —. Lo enderezó en el asiento y casi se va de espaldas, pero lo alcanzó a sujetar a tiempo. Destapó la botella y se la acercó a Gibran.

Dio unos pequeños tragos y sintió el agua refrescante y hasta que no dio el primer sorbo no notó lo sediento que estaba. Dio un trago más grande, pero cuando dio el tercero su estómago se revolvió. Se apartó para no empujar la botella y se hizo a un lado.

— Tengo nauseas — aunque estaba ebrio, la dicción de Gibran era buena y si no fuera porque Alejandro sabía que estaba tomado cualquier persona que lo viera sin prestarle atención pensaría que se encontraba en buen estado.

— Es normal. Come las galletas.

— No tengo hambre, tengo nauseas —. Sonó un poco a berrinche, pero no se iba a obligar a comer arriesgándose a vomitar. Lo que menos quería era humillarse y menos en la cafetería en donde había bastante gente.

— Pero tienes que hacerlo, es importante para que se te pase la borrachera. Y si no lo haces nos vamos a perder todas las clases, incluidas matemáticas y no podemos darnos ese lujo. Que terminemos el bachillerato en tres años depende de que entendamos todo y pasemos los exámenes para no irnos a final.

— ¿Qué es un final? — Preguntó Gibran, mientras lo miraba confundido y con los ojos entrecerrados por el sueño.

Alejandro se dio un manotazo en la frente y le pidió nuevamente que se comiera las galletas. Terminó accediendo, pero solo pudo comer la mitad antes de que las nauseas regresaran. Cuando se iban aprovechaba para darle otra mordida y lo repitió hasta que se la acabó.

— Muy bien. Ahora toma más agua y cómete las demás.

— Cómetelas tú.

— ¡Gibran, por favor!

— ¡Hola, Alejandro! ¿Qué no tienes clase? — una desconocida se acercó hasta la mesa. Gibran la juzgó con la mirada antes de volver a acostarse en la mesa.

— Sí, pero tengo un problema — señaló a Gibran y la amiga captó la indirecta —. No sé qué hacer, no quiere comer y ya intenté que lo hiciera voluntariamente y no quiero acudir a la fuerza.

— Atrévete a alimentarme sin mi consentimiento y dejo de darte tutorías.

— Si no quiere comer entonces te toca esperar a que se le pasen los efectos. Mientras sigue cuidándolo, no se te vaya a caer o a perder.

Se despidió y se fue, dejando a Alejandro solo con Gibran.

A pesar de la neblina en su mente provocada por el alcohol, estaba consciente, pero no podía tomar control completo de ella y sus acciones. Recordó que estaba ahí por un plan que no había comenzado porque se emborrachó más de la cuenta y todo estaba saliendo medianamente mal.

Estaba solo con Alejandro, pero no servía de nada si perdía el tiempo, pero tampoco podía hacer mucho.

Víctima de sus impulsos, hizo acopio del poco control que tenía de sí para retomar el camino y fue así como le propuso que fueran a caminar.

— Tal vez eso me ayude más que estar aquí sentado viendo como gente llega y se va, llega y se va…

— De acuerdo, ¿A dónde quieres ir?

Se levantaron. Milagrosamente Gibran no tropezó y logró llegar sano y salvo a los edificios de artes, en donde comenzaron la caminata por los edificios de la preparatoria.

— Pero no hay que estar callados, ¿qué te parece si hablamos? — Le pareció una buena idea para preparar el terreno y soltarle la verdad. Alejandro tenía la vista hacia el frente pero por ratos lo veía para asegurarse de que estaba bien.

— De acuerdo, ¿de qué quieres hablar? — una profesora pasó cerca de ellos y Gibran tuvo que poner su mejor cara. Cuando se perdió a sus espaldas, prosiguió con su charla.

— De la verdadera razón por la que te dejé de hablar — ¿¡Qué estás haciendo!? Se reprendió, pero no tuvo el control sobre lo que dijo. Aquellas palabras acudieron a él como un pensamiento, pero inconscientemente las había exteriorizado y ahora tenía a Alejandro en ascuas, sin saber qué estaba pasando, pero curioso y confundido.

— Te escucho.

— Te dejé de hablar porque sentía que tu amistad era interesada y que solo estabas conmigo para sacarme provecho. En parte me distancié con eso, pero hay otro motivo — las palabras salían con mucha facilidad, pero era imposible detenerse. No sabía qué estaba pasando, pero eso no era lo que tenía en mente —. Un mes después de que dejamos de hablar me di cuenta de que me gustas.

Soltó la verdad sin más. Su parte consciente quería morirse ante todo lo que estaba diciendo, pero quien estaba hablando era su lado ebrio que era demasiado honesto y quería decir toda la verdad. El semblante de Alejandro era inexpresivo y no supo si tomarlo como algo bueno o malo. Le dio una ojeada a Gibran y le indicó con el dedo que subieran las escaleras.

— ¿Cómo te diste cuenta de eso?




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