Leche y Miel

3. El Esposo

Milk

 

Mi nombre es Leche. Quise decir, ¡Milk! ¡Mi nombre es Milk!. Mi madre me dio ese nombre al nacer porque decía que mi tono de piel era lechoso como el yogurt o la crema, además que le gustaba el acento en inglés, pero claro que no supo ver que en la escuela los chicos tendríamos inglés y me comenzarían a llamar de manera despectiva y a hacer todo tipo de bromas con mi nombre como el centro de atención.

“¡Oye, tú, Leche!” Y todos en la escuela rompían a carcajadas.

“Hola, ¿qué desayunaste? Leche ¿y tú? ¿Te desayunaste a nuestra compañera de curso? ¡JA, JA, JA!”. Y ahí debía soportar todas esas bromas.

De más grande se puso aún peor, chicos de otros cursos a quienes ni siquiera conocía me decían cosas horribles.

“¿Tu eres la experta en leche? Porque me vine recargado.”

“Tu nombre te hace justicia y de solo escucharlo, me calienta.”

“Oye, ¿eres tolerante a la lactosa? Imagino que sí, así que me podrías ordeñar.”

Aaagggg, esos recuerdos son una tortura y el tal Aleksey me los ha despertado. Al principio creí haberle escuchado mal, pero se hizo evidente que no fue error mío y cambió prontamente lo que me dijo ese sujeto.

Ese…amable sujeto.

Que lo único que hizo fue darme consejos para que mi estadía en este trabajo sea de lo mejor y no quede como una pasantía para terminar de ganarme mi libertad.

Suspiro.

Ver mi imagen de cara en el espejo del baño de las oficinas es suficiente para ser consciente de que mi pasado me condena y no quiero esto, no quiero ser reconocida como la chica que salió de un reformatorio por haber tenido una vida dura. Lo estoy intentando…no, no lo intento, ya no me cuesta, hoy soy una persona completamente diferente de esa que conocieron alguna vez, mi vida es diferente, mi persona lo es.

Inspiro profundamente, largo el agua, me enjuago las manos, el rostro, me seco con una toalla y considero que el día que comience a usar maquillaje, no me podré limpiar de este modo. Repaso en mi cabeza las tareas que me queda continuar para hacer mi trabajo como corresponde y no hacerme mucho desorden como me sucedió antes y decido que sí, que estoy en condiciones de seguir.

Me armo de valor y salgo del baño, hasta que al llegar a la oficina de fotocopias (que en realidad no es una oficina y hacemos más bien tareas de escaneo o archivamos documentos que se van generando sin un criterio técnico sino más bien acorde al alfabeto), me encuentro con que mi compañera y las chicas de limpieza están alrededor de una sola.

Sigo avanzando y distinto mejor de qué se trata: mi jefa, Aura, ha venido por primera vez desde su licencia por haber parido y tras haberse casado. Todas están alrededor mirando a su criatura que apenas lleva unos días de haber nacido.

—¡Qué dulce esa carita!

—¡Sí, mira!

—¡Qué bonito es!

—¡Se está riendo!

—¡No es una sonrisa, boba, es un reflejo, está dormido!

—¡Se ríe mientras duerme!

—¡Me ha tomado de la mano!

—¡Ooooouuuu, qué hermoso es!

Y así siguen. Me acerco y Aura me observa. Es hermosa, mi jefa podría posar tranquilamente para una portada de revista porque su atractivo es digno de admirar. Creo con toda certeza que su edad jamás sería un acierto en alguien que no la conoce.

Es su primer hijo, se trata de una madre de las que vulgarmente se las llaman “añejas” porque con cuarenta y dos años ha tenido a su primogénito. Según supe, se casó con un hombre que tiene uno o dos años menos y es un tipo poderoso y millonario del mercado de valores que apuestas en bolsa, saben de negocios, algoritmos o que buscan ir contra las criptos, buscando hacerse de los números en monedas europeas y norteamericanas. O algo así. Yo no tengo mucha idea, solo la escuché.

A Aura sí la conozco, cuando estaba de ocho meses me recibió en persona durante la reunión que significó nuestro primer contacto. Desde el inicio fue una mujer muy amable y condescendiente conmigo, no me juzgó en absoluto, me hizo sentir alguien importante, con talento, pudo ver bondad en mí y aceptó conocerme como a la nueva persona que soy sin importarle las cosas horribles que sucedieron en mi pasado, provocando que decante una condena de unos años en reformatorios hasta que cumplí la mayoría de edad y me habilitaron la oportunidad de entrar en un programa de empleos para personas que buscamos reinsertarnos y volver a ser vistos como seres especiales, luminosos, que me vuelva a ver como un alma de luz, como nos decía la hermana Rika. Esa mujer a quien odié con todo mi ser cuando entré en el reformatorio de orientación estrictamente religiosa, se convirtió en mi salida en un modelo a seguir de la rectitud y la buena oración para el autocastigo cuando me abordan los pensamientos malos que me hacen ser una persona horrible. El máximo padre me absolvió de mis pecados todo este tiempo y me hizo ser mejor, dándome de su bendición y su penitencia en partes iguales. Aún recuerdo cuando se bebía mi agua bendita. Realmente soy alguien de bien y he cambiado profundamente.

Cuando Aura llegó y me encontró, supo comprender que había cambiado para mejor y me aceptó en cuanto tal.

—¡Milk! ¡Ven, acércate!

—S-señora…Kozak…—opto por emplear su nuevo apellido de casada.

—Qué gusto verte.

Mi compañera de oficina decreta:

—Nos vino a presentar a Luz. Míralo, es una preciosura.

Me acerco al bebé y a ellas. Observo al pequeño y quedo atolondrada. Se me llenan los ojos de lágrimas al verlo.

—¡Es…hermoso! ¡Tan pequeño!

—Lo es, ¿no?

—Sí, tan frágil se lo ve.

—Inspira a querer cuidarlo, ¿verdad?

—¿Quisieras sostenerlo?—me ofrece la madre.

La miro con sorpresa. Vaya. Confía en mí como para llegar a sostener a su bebé, ¡a su hijo! ¡A su propio hijo!

—No, no—le digo—. Es muy chiquito.

—¡Yo me ofrezco candidata!—propone una de las mujeres de limpieza. Aura le sonríe y se lo pasa con absoluta confianza. Sabe cómo sostenerlo y lo recibe con brazos amplios, lo abraza y declara—. Dios, es como mi nietito cuando nació.



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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