Leche y Miel

11. La Banana

Milk

 

“¡Bruta! ¡Estúpida! ¡Boba! ¡¿Hasta cuándo te voy a tener que soportar en mi casa?! ¡¿Por qué llegaste a mi vida?! ¡¿No puedes siquiera desaparecer del mismo modo en que apareciste un día y arreglar todo el caos que hiciste conmigo?!”

Miro el océano tranquilo, pero tengo miedo porque en mi cabeza hay de todo, excepto silencio y tranquilidad, los cuales son imposibles dadas mis condiciones de estar en un proceso de superar un traumático pasado.

Llevamos horas viajando, hemos almorzado y tomado una colación para que en medio del atardecer, finalmente llegue la oportunidad de ver el puerto de la isla en cuestión. No es que tenga prisa por llegar, todas mis obligaciones solo fueron mecerlo al bebé y observar de qué manera Aura se encargó de cambiarle los pañales cuando esto fue necesario, darle el biberón también, pero nada por fuera de lo que mi tía no me haya enseñado en sus clases express de maternidad contratada que me dio ayer.

Algo completamente diferente a la clase de maternidad que mi madre tuvo conmigo. Ahora que comparo lo que son las buenas crianzas y las madres adecuadas con lo que fue mi propia infancia, soy capaz de ver que si no me pasó algo grave o tuve algún problema complejo fue de puro milagro, porque mi madre conmigo…

—¿En qué piensas, cielo?

Aura se acerca a mí mientras su marido se encarga de aparcar el yate al puerto. No sé si se le llame “aparcar” de hecho.

Me espabilo y me vuelvo prontamente a ella. El bebé duerme plácidamente luego de haberle dado su biberón en el cochecito.

Lo recoje y advierte:

—¿Me ayudas?

—Sí, claro.

—¿Pensabas en mi marido?

—¿Qué?

Se ríe, divertida.

—Es broma, es la costumbre. Cuando mi marido pasa frente a mis amigas o en las oficinas, todas se quedan con el hilo de saliva pendiendo de una comisura.

—No, señora…

—Descuida, no te juzgo. Sé que es un poco imponente, y más cuando está con poca ropa.

¿Poca ropa? Solo lleva un bañador diminuto que le marca un durazno gigantesco y una berenjena bien gruesa.

Con la diferencia de que ahora se puso una camisa para salir del yate y va camino a un hombre que nos recibe y el de seguridad lo secunda.

Ayudo a mi jefa con el carrito mientras ella lleva encima al bebé.

—¿Y bien?—insiste—. ¿Puedes contarme respecto de qué te mantuvo pensando tanto? Me gusta que la gente que trabaja conmigo tenga plena confianza en mí. Como yo la tengo en mi gente. Tengo mi voto de confianza puesto en ti, cariño.

Me pregunto hasta qué punto tiene ella el derecho para entrometerse en mi vida, pero deduzco que lo hace de buen corazón y solo por un pacto de confianza con quien tiene a cargo la vida de la personita más importante para su existencia.

Así que decido compartirle mis preocupaciones:

—A veces pienso en mi pasado y temo…temo no perdonar algunas situaciones que me hicieron daño. Pero intento no darle vueltas.

—Mmm, parece ser que no está dando efecto.

—Lo siento, no está bien.

—Descuida, es lo normal. La definición de “Justicia”. A cada uno lo que le corresponde. ¿Acaso hay alguien en tu pasado que merezca alguna condena?

Mi madre.

Mi madre fue una persona horrible, de terror, que me desamparó, me dañó, me insultó, me hizo mal, pero la que terminó pagando una condena a final de cuentas fui yo.

Esas palabras pasan como un eco en mi mente, pero soy yo quien las dice en mi interior, porque tuve que pasar por mucho para finalmente perdonarla.

Sin embargo, ¿fue así? ¿La perdoné?

—Quieres venganza—ella arroja la posibilidad—. Quieres vengar lo que te hicieron, ¿es así? Dime quién fue el patán.

—¿El…patán?

—Así es.

Sí, la vida me cruzó con muchos varones patanes, pero fui mucho más fuerte que todos ellos y ninguno tuvo oportunidad de marcarme. No más de lo que sí lo hizo mi propia madre.

—No tiene sentido—le digo—. He aprendido a superarlo, en verdad. No vale la pena vivir con resentimientos—. Intento forzar una sonrisa en su dirección.

Debo ser serena, debo mantener la paz, debo ser santa, sumisa, callada, por siempre, como una chica de la iglesia que es un ejemplo ante los demás feligreses.

—Está bien—admite por fin—. Es hora de dejarlo ir. Disfruta el momento y transmite todo tu amor a mi pequeño Luz, es muy probable que así lo consigas—afirma—. Veo en ti a una persona con potencial.

—Muchas gracias, señora. Daré lo mejor de mí.

—¡Cariño! ¡Ven a ver esto!—llama su marido.

¿Está…dentro de una inmensa mansión? ¿Que parece ser lo único en toda esta isla?

—Un momento…—murmuro—. ¿No hay nadie más aquí?

—Por supuesto que sí. La gente que está a cargo del cuidado de la casa.

—¿Es una isla privada?

—De mi familia. ¿Te gusta? ¡Ven, disfruta!

Voy tras ella hasta que entramos en la enorme casa, sin embargo, me ordena armar el carro y poner al bebé ahí.

—Ahora, vayan a dar un paseo—me ordena—. Que me toca darle mi bendición a esta isla.

—Uuuy. Comprendo. Está bien—sonrío con timidez y hago lo que me ordena.

Ella se pierde en el interior de la casa.

Yo me alejo con el bebé, pero no mucho.

Donde observo que es la habitación con un amplio ventanal con balcón hacia el exterior, noto que sigue él de pie, observando el exterior.

Intento observar como quien no quiere la cosa, pero se está fumando un puro afuera y sus ojos se fijan en los míos, sosteniéndome la mirada.

Aterrada, contemplo la situación.

Mi temperatura corporal sigue.

Distingo además que su mano se dirige hasta su masculinidad, por debajo de la tela del bañador y hace rebotar ese mástil con una firmeza que me deja atolondrada.

Acto seguido aparece su esposa. Él se vuelve a ella, apaga el puro e ingresa a la casa, cerrando las cortinas tras de sí un segundo luego de que la camisa de playa caiga al suelo.



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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