Leche y Miel

13. La Hija

Milk

 

—Señor, ¿está seguro de que está bien que usted esté acá?—le pregunto, con la tensión a flor de piel.

Por un lado, una parte de mí, me indica que no está bien que haya aceptado que el marido de mi jefa venga a mi cuarto mientras ella está descansando, pero otra parte de mí que estoy segura cuál es, yace con la lengua fuera y serpenteante, lista para recibirlo.

Él avanza en mi dirección y me señala la cama.

—Te enseñaré a hacer dormir a mi hijo.

—¿Pero…cómo haría eso?

—Te mostraré. Tienes que confiar en mí, asegura, con una ligera media sonrisa articulada en su rostro.

Me siento muerta de miedo, esto no debería estar sucediendo, tanto tiempo invertido en tratar de ser una mejor persona para que el hombre se quiera meter en la cama conmigo. El hombre de la única mujer que ha confiado alguna vez en mí.

Pero él no confía en mí en absoluto, por qué debería yo hacerlo con él. Claro está que la situación de asimetría me deja totalmente por fuera de las oportunidades de pensarlo de otro modo, él tiene todas las de mandar aquí, quien está a prueba soy yo.

Me siento en la cama tal cual me señala y su magnífico cuerpo escultural se posiciona a mi lado, también sentado.

No puedo evitar echarle un vistazo a la tienda de campaña que hay montada debajo de su ombligo, con un elevado vórtice.

—Recuéstate en mi regazo—dice con la voz ronca. Lúgubre, gutural.

Trago grueso y siento que me sudan las manos. Intento apartar cualquier pensamiento cargado de horror que me pueda atraer esta situación e intento hacer de cuenta que es absolutamente normal que me quiera hacer noni noni este señor.

Afirmo mi lateral de la cabeza y del hombro cercano a sus rodillas, bien alejada de lo que su carne diabólica sentencia con brutalidad.

—Eso es, muy bien. Ahora te voy a mecer y a cantarte una canción. ¿Entendido?—despliega cada una de sus palabras en la oscuridad tenue de la habitación. La ventana está abierta e ingresa una brisa fresca. La habitación sabe a mar.

—Bien—declaro con la voz temblorosa.

Tararea una canción por lo bajito mientras mueve sus piernas. Sus manos me acarician el cabello mientras intento dejarme llevar por el sonido de su canción, listo para hacerme dormir como esperaba desde el primer instante con su propio hijo.

Nada de eso sucede, nunca estuve más despierta.

Y sus piernas meciéndome hacia atrás hasta incorporarme contra su berenjena de carne enardecida, se afirma en mi nuca y me da cuenta de que él tampoco está muy por quedarse dormido que digamos.

Sigue cantando su canción.

Mi estómago está a punto de estallar de la emoción.

El bacalao de mi cuerpo está arrojando baba a montones y ya me siento super suavecita mientras presiono con fuerza mis piernas.

Trago grueso e intento dormirme.

Si algo va a suceder aquí, espero no haber estado conciente para al menos tener una excusa que valga ante mi jefa, pero válgame Señor, que esto vale la pena vivirlo completamente despierta y con los ojos bien abiertos.

Me pongo a intentar rezar el rosario con cuentas mentales mientras lo siento presionándose contra mí, con el efecto que es de esperar.

Cuando escucho otra voz.

Es ella.

¡OH, CIELOS, ES MI JEFA!

—¿Cariño? ¿Dónde estás?

—Yo…creo que…—empiezo tratando de erguirme de su regazo, pero no lo hago. Él me sostiene contra sus piernas.

—Tranquila, no es necesario.

—Pero…

—Duérmete.

—Aura…

—Que te duermas—. Esta vez endurece su tono de voz, con furia. Casi tan rudo como el plátano capturado.

Alguien empuja la puerta de mi cuarto y cierro los ojos. Aura abre la puerta y pregunta en dirección al interior de mi cuarto.

—¿Amor? Oh, Pietro. Aquí estaban.

—Chissst. Despacio. Se ha dormido.

—Vi las cámaras. Estiré la mano creyendo que ya te habías acostado conmigo y no te vi. Retrocedí la cámara y vi que tú hiciste dormir a Luz.

—Así es. Y ahora le estoy enseñando a esta chica cómo se hace porque evidentemente no sabe cómo tratar con un bebé.

—Tranquilo, ya aprenderá.

—Por eso mismo le debo enseñar.

Ella sigue a mi lado mientras sostengo los ojos cerrados. ¿Hasta cuándo debo fingir que estoy durmiendo? ¿Ella no se ha dado cuenta aún? Siguen discutiendo y cuchicheando en la oscuridad de la habitación.

—Mírala, de verdad que parece una criatura.

Siento una nueva mano acariciándome el cabello.

Es de Aura.

Mi nuca permanece empujada contra el señor Kozak, ojalá en su gesto de acariciarme no note que su marido está un tanto entusiasmado con mi contacto.

—Me pregunto si así habrá sido Gemma.

—Hoy tendría su edad.

—Sí. Fue un golpe duro en mi vida, pero agradezco luego el haberte conocido a ti, cariño—dice Aura.

Están hablando de algo secreto.

Gemma.

Alguien a quien solo ellos conocen.

¿Es que mi jefa perdió a una hija antes de que llegase a su vida el marido que tiene actualmente? No estoy segura de saber hace cuánto es que realmente se conocen, pero me temo que hay mucho de lo que no estoy enterada y no tengo por qué saberlo, es algo de la vida privada de ellos.

—Tenías razón. Podría aprender a llevarme bien con ella—declara él.

—Desde el momento que la vi, encontré algo que me hizo sentir muy maternal. Quizá porque la veía tan buena, tan menuda e inocente en un contexto tan deplorable en su vida. Ojalá hubiera podido adoptarla tiempo atrás, pero ya es mayor y no creo que eso se pueda.

—Todo llega cuando tiene que llegar y de la forma que tiene que llegar. No es necesario hacer algo así. Déjala descansar.

—Es cierto. La dejemos y vamos a la cama, cariño.

En cuanto me aparta, me deja sobre la cama y arrastra mis piernas sobre el colchón. Me siento sudando la gota gorda mientras piensan que estoy dormida de verdad. Bueno, al menos ella, porque creo que él no.



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En el texto hay: millonario, lujuria, luis avila

Editado: 26.10.2022

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