Lemniscata

San Valentín

Al día siguiente amanecimos todos a la hora acordada. Teníamos planeado subir hasta el faro de la isla para contemplar desde allí la magnitud de este mundo.

La caminata que nos esperó fue larga; pero valió la pena hacerla para contemplar el tan bello paisaje que se abrió ante nuestros ojos. Desde allí arriba todo parecía insignificante y pequeño, incluso los problemas o los acontecimientos ocurridos días atrás. Aquel día creí que mis problemas se habían terminado para siempre; pero solamente acaban de empezar. Una mecha se había encendido en algún lugar no muy lejano dispuesta a arder y arrasar con todo.

Los días fueron sucediendo, dando paso al día de San Valentín, el de los enamorados. Fue un día frío de invierno; pero al mismo tiempo bonito, pues la nieve lo tiñó todo de blanco, el color de la pureza.

Había quedado con Jake en el lago que quedaba cerca de su casa. Este reflejaba, en su agua cristalina, las luces que Jake había colgado en las ramas más bajas de los árboles. Parecían pequeñas luciérnagas en su máximo esplendor, dando a aquel lugar un aspecto de ensueño, una imagen de cuento de hadas. En el medio había una pequeña manta estirada y una gran cesta de mimbre.

Jake me cogió de la mano y juntos nos dirigimos a la manta en donde nos sentamos uno frente al otro. Jake abrió la cesta, y de ella empezó a sacar bocadillos de todo tipo, tortilla, zumo de naranja (mi favorito). Comimos tranquilamente, al tiempo que intercambiamos palabras. Palabras que se convirtieron en historias que regresaban nosotros como fruto del eco. Al terminar, Jake abrió de nuevo la cesta y sacó fresas con nata. Agarró una y me la ofreció, deslizándola con cuidado en mi boca. Todo era perfecto. En aquel instante deseé que el tiempo se detuviera, para poder revivir aquel momento una y otra vez; pero el tiempo al igual que el destino es caprichoso y sigue su curso a pesar de tus deseos. En ocasiones deseamos que este se detenga, que no siga; pero si este se detuviera siempre estaríamos enfocados en un solo momento feliz para nosotros, perdiendo otros que vendrían con posteridad, como el que vino después.

Sentí su mano cálida sobre mi labio quitando un resto producido por la suave nata, creando en mi corazón un latir desbocado. Un latir que aumentó cuando sus dulces y suaves labios se posaron sobre los míos. Al separarnos nos miramos a los ojos. No apartamos la mirada durante un largo tiempo en el cual, juro que el tiempo si se paró.

La nieve empezó a caer, tiñendo todo de blanco. El frío a cada instante se hacía más intenso; pero Jake lo había preparado todo con sumo cuidado. Terminamos acurrucados en un saco de dormir, bajo un sauce llorón cullas ramas se tiñeron de blanco, en completo silencio. Las palabras no hacían falta; pues nuestras miradas, caricias y besos lo decían todo.

-Te quiero mi pequeña-me dijo Jake bajo el cielo estrellado, al tiempo que besaba mi frente- Jamás creería que volvería a ser capaz de amar a alguien; pero luego apareciste tu, como un rayo de luz y esperanza. Un rayo que hizo que volviera a darle una oportunidad al amor, a este sentimiento que cada día que pasa me hace más y más feliz. Aria te has convertido en mi vida.

-Y yo a ti también te quiero-le respondí-Te has convertido en mi todo, y durante estos últimos meses has hecho que no viera todo de color negro sino que viera el mundo de miles de colores. 



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En el texto hay: romance juvenil, secretos, drama

Editado: 07.09.2019

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