Con mis débiles ojos, a través de la densa oscuridad, atisbé a un apuesto y joven hombre de cabellos largos y rubios parado frente a mí. Era alto, elegante, de piel fina y nacarada, y me observaba en silencio a profundidad.
Petrificada, vi que era dueño de una belleza inmisericorde, sublime, casi fantasiosa; cual si hubiese sido tallado en mármol por un serafín. Sus ojos eran grandes, tan azules y tan claros que parecían de hielo y cristal.
Su mirada se me antojó fiera e insondable, por lo que presentí que casi podía atravesar mis pensamientos.
Con el corazón desbocado, en medio de una inquieta ola de miedo y sorpresa, di un paso hacia atrás.
—¿Quién eres? —exigí saber con el terror desbordándose en mis entrañas—, ¿y qué haces en mi habitación?
El apuesto caballero trazó una seductora sonrisa bajo el haz de luz que evocaba desde sus ojos.
—Soy tuyo —respondió en una frívola entonación—. Soy un ángel de la muerte. Tú me llamaste en un conjuro involuntario…Y ahora, atendiendo a tu súplica, he venido para llevarte conmigo hasta lo más hondo de los infiernos.
—¡No! —grité azorada… y a la vez deseando entregarme a sus brazos.
Y entonces, sin tener tiempo para obrar de alguna forma, vi que el hermoso ángel se abalanzaba sobre mí.