Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 21 — Y la partida continuó.

La estaca de madera, a un par de dedos del corazón de Assdan, avanzaba lentamente, impulsada por la furia desesperada de Aidan. Quería acabar con todo, poner fin a ese combate de una vez por todas, terminar con la vida de aquel hombre que alguna vez fue su amigo. Pero su mano se detuvo en seco. Los dedos de Assdan se cerraron sobre su muñeca como un torno de acero, rompiendo el ímpetu asesino. Aidan empujó con más fuerza, los músculos tensos, cada impulso era un paso más hacia el final. El hilo que sostenía a Assdan a la vida se tensaba — listo para romperse, para cortarse en un dolor insoportable.

Assdan luchaba, negándose a morir. En un arranque de energía, saltó hacia atrás, tomó impulso y embistió a Aidan con todo su peso. El impacto fue brutal. Aidan tambaleó, soltó la estaca y retrocedió unos pasos para recuperar el equilibrio. El mayordomo arrancó calmadamente la estaca de su pecho y la dejó caer a los pies del joven Sano, como un desafío arrojado al suelo.

—Estuviste a punto de matarme, Aidan Sano —dijo con tono burlón, respirando con dificultad.

Los dos adversarios, cubiertos de sangre, permanecían de pie. Firmes. Inquebrantables. Ninguno cedía. Ninguno huía. El único desenlace posible era la muerte — la de uno o del otro. Assdan sabía que no podría vencer a un sangre pura por medios ordinarios. Cortarle la cabeza, arrancarle el corazón, incluso atravesarlo con estacas, no sería suficiente. Y aun así, mantenía la fe en su victoria, convencido de que su triunfo era inevitable. Una vez que Aidan cayera, nada ni nadie le impediría volverse contra ellas — Sylldia, Dieltha, e incluso esa mujer insignificante: Ima.

Aidan giró brevemente la cabeza. Su mirada encontró a Sylldia, acurrucada, herida, aterrorizada. Pero sus ojos, en medio del caos, se encontraron con los suyos. Y en ese destello, ella comprendió que él seguía protegiéndola — por ahora. Una tristeza profunda la invadió, un abismo interno dispuesto a devorarla.

Fue entonces cuando Dieltha e Ima aparecieron. Se detuvieron en seco ante la escena de destrucción. La habitación de Sylldia no era más que un campo de ruinas, destrozada por la violencia del combate. La joven estaba acurrucada en un rincón, el rostro cubierto de lágrimas y sangre, temblando bajo la opresión de las dos auras vampíricas enfrentadas. Sin pensarlo, Dieltha alzó los brazos. Con un gesto seco, erigió un muro de llamas para separar a Sylldia de los combatientes.

—¿Fue Aidan quien te hizo esto? —preguntó, la voz rugiente de ira.

—No... fue Assdan. Aidan lucha para protegerme —respondió Sylldia con voz temblorosa—. No te preocupes por mí. Ayúdalo, te lo ruego.

—Primero me ocuparé de ti. Él puede arreglárselas sin mí.

—No entiendes... Assdan es más fuerte de lo que crees, incluso para él. Te lo suplico... ayúdalo.

En sus ojos, a pesar del dolor, ardía una determinación feroz. Dieltha la observó un momento, luego suspiró.

—De verdad... estás loca.

Desenvainó su espada, cuya hoja ya brillaba con runas de fuego y hielo. Sin dudarlo, se unió a Aidan en la arena del caos, lista para desatar el poder de la magia contra el mayordomo.

Ima, por su parte, permanecía junto a Sylldia, temblando, paralizada por el miedo. Era la primera vez que presenciaba un enfrentamiento de tal intensidad — un choque entre dos entidades de poder inhumano. El aire a su alrededor parecía espesarse, saturado de una tensión sofocante.

Una lanza de hielo surcó el aire, rozando la mejilla de Assdan. Dieltha encadenaba ataques mágicos a distancia, mientras Aidan lo enfrentaba cuerpo a cuerpo. Sus movimientos estaban perfectamente sincronizados. El mayordomo, ahora solo frente a dos adversarios decididos, tenía dificultades para seguir el ritmo infernal del combate. Cada segundo lo agotaba más, cada golpe lo acercaba a la caída. Por separado, habría podido vencerlos. Pero juntos, eran una fuerza implacable. Solo le quedaban dos opciones: huir… o morir.

—Forman un buen equipo —lanzó Assdan con una sonrisa ladeada.

Pero ya una idea germinaba en su mente — una artimaña para romper su coordinación.

—No creas que Aidan es tu aliado, Dieltha. Tú también eres solo una pieza en su juego, una marioneta destinada a halagar su ego.

Esas palabras se infiltraron como veneno en la mente de la elfa. La duda, sutil, se arrastró entre sus pensamientos. Vaciló — apenas una fracción de segundo, pero fue suficiente. Assdan atacó. De un golpe brutal, lanzó a Aidan hacia atrás. El vampiro chocó contra Dieltha, y ambos cayeron al suelo. El impacto fue duro, pero se incorporaron enseguida, listos para continuar... solo que el enemigo ya había desaparecido.

—¡Maldita sea! —rugió Aidan, con los puños apretados.

Giró sobre sí mismo, los ojos ardiendo de rabia, el corazón atravesado por la amargura. Jamás habría imaginado que Assdan se atreviera a traicionarlo. Le había dado todo: su confianza, su respeto, su lealtad.

—No va a salirse con la suya. Lo voy a encontrar... y lo voy a matar.

—Lo siento... —murmuró Dieltha—. Es culpa mía que haya logrado escapar. Dudé... y él lo aprovechó.

—No tienes por qué culparte. Supo exactamente qué decir para alcanzarte. Nos manipuló. Esta vez, ganó.

Aidan recorrió la escena con la mirada. La habitación de Sylldia no era más que un campo de ruinas. El mobiliario hecho trizas, las paredes destrozadas, las residentes en estado de shock. Pero antes de pensar en perseguir a Assdan, hizo lo que debía: se arrodilló junto a Sylldia para atenderla. Estaba herida, exhausta, aún atrapada en el impacto del trauma. ¿Por qué Assdan se había ensañado con ella? La pregunta giraba en bucle en la mente de Aidan.

No muy lejos, Ima temblaba. Cada fibra de su cuerpo vibraba por el miedo. Su corazón latía con furia. Por primera vez desde su llegada a ese mundo, tuvo miedo de Aidan — miedo de su poder, miedo de lo que realmente era. ¿Estaba segura junto a alguien como él? Y sin embargo, cuando cruzó su mirada con la suya, lo supo. Jamás le haría daño. Siempre la protegería... como acababa de hacerlo con Sylldia. Pero a pesar de esa certeza, el miedo seguía allí, anclado en lo más profundo de su vientre. ¿Y si...? No. No era momento para dudar.




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