Libro 2 : Sangre Maldita (version nueva completa)

Capítulo 23 — Era una ilusión.

La luz rojiza de la luna llena devoraba Thenbel, como si el cielo mismo sangrara. Una brisa helada, casi sobrenatural, barría las calles desiertas, portadora de un mensaje funesto: la muerte estaba en marcha. La ciudad temblaba. No por el frío, sino por la presión asfixiante que la aplastaba. Algo se aproximaba. Algo irremediable.

Estallaron aullidos. Salvajes. Primitivos. Gritos de guerra y venganza resonaron por toda la ciudad. Depredadores, hambrientos de justicia y de sangre. Los hombres lobo alzaban el rostro hacia el astro sangriento, ofreciendo sus gritos a la luna como a una diosa. La energía los atravesaba, los transformaba. La luna llena les confería un poder inhumano, incandescente.

Y entre esos aullidos, se alzó una voz —clara, feroz, unificadora.

—Fuimos cazados, masacrados, reducidos a cenizas por seres corruptos. Pisotearon nuestros hogares, mataron a nuestros seres queridos, destruyeron nuestro honor. Pero esta noche, hermanos míos, esta noche nos toca cazar a nosotros. Bajo la mirada de nuestra madre celestial, haremos justicia. Por nuestros muertos. Por nuestras familias. Por nuestros ancestros. Esta noche, sus tierras se teñirán con su sangre —declaró Sabo, con un tono que hizo estremecer incluso a la sombra.

Su declaración fue como un incendio. La rabia de los hombres lobo se intensificó, avivada por el fuego sagrado de la venganza. La sed de sangre los impulsaba hacia adelante —sin piedad, sin contención.

Entonces se dividieron. Cuatro grupos, patrullando las calles, olfateando el aire, vigilando los callejones. Buscaban a Nix, a los trolls del caos, a vampiros… pero la ciudad estaba demasiado silenciosa. Ningún movimiento, ningún ataque, ningún rastro. Ese silencio no era natural. Ese silencio era una traición del destino.

Todas las fuerzas convergían. Todas… hacia el dominio de los Sano.

Allí, las piezas del juego se reunían. Liaa y sus vampiros, las tropas de la bruja, los trolls del caos —y Aidan mismo. Todos reunidos. Todos en un solo lugar. El final iba a decidirse allí.

Sabo apretó los puños. El sudor le perlaba las sienes, frío. Los sentía. A todos. Como latidos en el suelo. Su corazón se aceleró.

—Padre… hoy serás vengado —susurró.

Llamó mentalmente a Sarron, el alfa, y a su manada. Su voz resonó en sus mentes.

—No busquen más. Están allí. Todos. En la residencia de Aidan. Es allí donde esto termina. Tal vez sea la batalla más difícil que enfrentaremos… pero venceremos.

—Por supuesto que venceremos —respondió Sarron con gravedad—. Porque luchamos juntos.

Y marcharon. Sin miedo. Hacia el corazón de la tormenta.

La bruja lo había anticipado todo.

Sabía que Sabo vendría. Sabía que buscaría venganza por su padre y que, si llegaba al caserón demasiado pronto, podría comprometer su plan. Por eso había colocado en su camino hordas de trolls del caos, esparcidas como emboscadas vivientes. Esas criaturas de montaña no podían aspirar a derrotar a los hombres lobo… pero podían retrasarlos. Y eso bastaba.

Solo necesitaba un poco de tiempo. El suficiente para quebrar a Aidan.

También había contado con la ayuda de su aliada —o casi. Había enviado un mensaje a Liaa, anunciando que todo estaba listo, que el momento había llegado. Pero la Emperatriz de la Muerte aún no aparecía. ¿Había renunciado? ¿Ya no necesitaba a Sylldia? El silencio de Liaa inquietaba a la bruja… pero no tenía tiempo para dudar. No ahora. La noche apenas comenzaba, y el acto final ya estaba en marcha.

La imagen de la bruja desenmascarada petrificó a Aidan, así como a Sylldia e Ima.

Un instante suspendido, asfixiante, irreal.

El impacto fue brutal. Total. Indescriptible.

No era un dolor físico. Era peor. Un sufrimiento que devoraba el alma, que quebraba el espíritu. Las defensas de Aidan se resquebrajaban. El horror crecía como una ola negra. Buscaba una lógica, una explicación, algo a lo que aferrarse… pero nada. Nada tenía sentido. Se asfixiaba.

Y de pronto… la evidencia. La revelación.

La bruja era… Ima.

O mejor dicho, su doble. Una copia perfecta. Ese rostro, esa voz, esa sonrisa —todo era ella. Entonces giró lentamente la cabeza. En un rincón de la sala, Ima, su Ima, seguía de rodillas, retenida por dos trolls del caos. No era un sueño. No era una ilusión. Había dos Imas en la habitación.

Una avalancha de confusión lo inundó.

—¿Por qué…? —balbuceó internamente—. ¿Una hermana gemela? ¿Una bruja cambiaformas? ¿Una simple coincidencia? No… No era una coincidencia.

El instante se estiró. Luego, los trolls soltaron a Ima.

Y entonces, ella se levantó.

Con calma. Como si jamás hubiese estado prisionera. Caminó hacia la bruja, sin temor. Su mirada era firme, decidida, encendida de certeza.

Aidan tambaleó. Sylldia abrió los ojos con asombro. La verdad, cruda y cortante, los fulminó.

Ima… era una de ellas.

Era una bruja. Un miembro de Versias. Y ahora… una traidora.

El impacto se transformó en dolor. La aflicción le atravesó el corazón como una daga. Sintió que la perdía por segunda vez.

—¿Qué significa esto… Ima? ¿Cómo? ¿Por qué? —susurró, cada palabra temblando con una desesperación contenida.

Su mirada, cargada de tristeza, se rompía en mil pedazos. La veía… morir en sus ojos.

E Ima sonrió.

Una sonrisa victoriosa. Una sonrisa fría. Una sonrisa de triunfo.

Lo había logrado. Había hecho caer a Aidan. Estaba vacío, roto, incapaz de luchar. El encantamiento lo envolvía, su mente vacilaba. El ritual estaba a punto de encadenarlo para siempre a Versias. Y ese momento… ese momento la embriagaba.

—Mi pobre Aidan… No has cambiado nada. Incluso aquí, con nuevos poderes, con una fuerza inmensa, sigues siendo lo que siempre fuiste: débil, encerrado en tu pequeña coraza, temblando detrás de tu rabia. Pero no te preocupes… te ayudaré. Te ayudaré a revelar todo tu potencial —declaró con un tono altivo, casi tierno.




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