— ¿A dónde crees que vas?
—A buscarlo, es nuestra última esperanza.
— ¿Eres idiota o qué? Viejo, ni siquiera sabes donde se encuentra Derek o si está vivo.
—No me subestimes, todavía le queda un poco de energía a este lobo.
Conversación entre Marcus Anderson (60) y su hijo Jasper (28)
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Jeanine despertó. Sentía una sed sofocante y el pecho apretado, le costó identificar el sitio en el que se encontraba, la cama individual sobre la que había dormido.
Un movimiento. Se incorporó, sus sentidos aturdidos le confundían, no podía expandirlos, estaba vulnerable. Sintió miedo, miró a ambos lados, restregó sus párpados varias veces para forzar su vista a aclararse. Tragó la amargura que le subió por la garganta al notar que estaba encerrada, era una prisionera oculta en las celda de la base subterránea.
Otro movimiento. Jeanine miró más allá, encontró la silueta oscurecida de Seth durmiendo en una de las sillas en la esquina. Esto no era nada bueno, pero su mente estaba lenta y le costaba comprender qué hacían allí, quién los había encerrado, ¿Elliot?
Su cuello fue atravesado por un dolor punzante al moverlo hacia la izquierda, llevó una mano, palpó la piel, encontró una herida diminuta, un punto casi imperceptible. Le habían drogado para dormirla. Su corazón latió con fuerza, volvió a respirar para calmarse, sin embargo, el olor metálico de la sangre estaba impregnado en su olfato, le impedía tranquilizarse y entonces, como si una puerta dejara de salir todos los recuerdos de golpe, su mente se inundó de crudas imágenes que parecían irreales, producto de la peor pesadilla.
Elliot había sido asesinado, a sangre fría y sin contemplaciones. Marcell Renan acabó con su vida sin siquiera darle el derecho a una pelea justa, recordó el rostro del extraño, unas facciones afiladas y ojos fríos, calculadores y perversos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, sintió algo caliente derramarse en sus mejillas.
Lágrimas.
Recordó haberse unido a una hilera de quince, ver a sus compañeros de clan reducidos, atados de manos por fuertes esposas de metal, sus miradas bajas, el orgullo destrozado, rehenes en su propio hogar. Dolió formar parte de esa larga caminata, escudados por lobos armados, enemigos que se burlaban de ellos hablando en su lengua nativa. Al llegar a la base, todo fue usurpado, todo tenía el rastro de los desconocidos que planeaban adueñarse de todo, borrar el clan de la tierra. No entendía la razón, Jeanine no comprendía por qué empecinarse tanto con ellos. El clan Blue Storm estaba lejos, muy lejos, en Francia, jamás se confrontaron ni tuvieron disputas con ningún alfa Moon Fighter, ¿por qué invadir a un clan que nunca buscó pelea?
Jeanine sintió los ojos pesados, mientras su corazón se rompía en pedazos mirando al rastreador dormir incómodo en la silla de madera. Debería haber regresado sola —pensó—, de haber seguido el camino por su cuenta Seth estaría en Highside con su familia, y no encerrado con ella.
Los iban a matar... Seth no merecía eso... Jeanine quería que cada uno de sus lobos fuera feliz, pero ese inocente deseo estaba lejos de poder cumplirse, porque ahora todo quedó sumergido en tinieblas y estaban a un solo paso de desaparecer. Esto era todo, el clan más poderoso de América vería su fin, doscientos años después el sueño de Abraham Miller estaba al borde de ser destrozado de una manera irreversible.
Nada era eterno, todo tenía un final, pero esto..., esto no era correcto, así no se hacían las cosas.
Su raza no era tan buena y noble como pensaba, también poseía despiadados seres ávidos de poder y destrucción, supuso que era el don del lado humano, heredar la capacidad de crear y destruir.
Soñó. La luz tibia del sol se reflejaba en las hojas de los árboles, hermosas tonalidades arrojaban un bello paisaje a sus ojos, rojo, amarillo, naranja, su estación favorita estaba en el apogeo de actividad. Jeanine avanzaba entre la espesa capa de hojarasca que cubría el suelo del bosque, admirando los altos gigantes que albergaban tanta vida latiendo alrededor de ella. Oyó el dulce sonido del río Everside, se detuvo al borde de la gran piedra plana que había sido espectadora de tantas ceremonias de vínculos. El paisaje era deslumbrante, tanto como el brillo del sol que calentaba su piel, el cielo azul, nítido, limpio de nubes.
Un vestido de seda plateado le cubría el cuerpo, tan suave..., en sus muñecas tenía cadenas de plata con pequeñas garras de metal. Se llevó las manos al cabello, lo encontró trenzado, una corona de flores de madreselva decoraba su cabeza. Esto era hermoso.
Sonrió, giró buscando a alguien que le acompañara, pues su atuendo correspondía al que usaría la pareja del alfa. Poco a poco fue perdiendo su alegría al encontrarse sola en ese lugar. Pronto ya no pudo moverse, su cuerpo se debilitó y cayó al suelo, la oscuridad le consumió, devorándola en un frío y solitario abismo.
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Editado: 18.08.2019