GALAXY RANGER
Aquellas horas se convirtieron en un tormento para Lázaro. En ese momento, no era más que una sombra tenue de un temerario piloto y del joven que no dudaba en medirse con quien fuera necesario si las circunstancias lo obligaban.
Deambulaba callado por los pasillos de la Institución Educativa Abraham Medina evitando el contacto con cualquiera de sus amigos, a los que consideraba como futuras víctimas de un hombre sin compasión. «Está tan seguro de que ganará que incluso me habló directamente —pensó—. No puedo ir a la policía porque no me creerían, ¡Ja! Seguro que al que meterían preso sería a mí. No hay nada peor que preocuparse por una pelea en la que tenía todo en mi contra».
Ante los ojos de Circe Durán, el muchacho se volvía cada vez más apartado. Ni sus miradas o sus caricias disimuladas parecían hacerlo regresar a la realidad.
Después de salir de clases fue a “Donde Miguel”. En el camino, encontró carteles y más carteles del actual Alcalde Mayor por doquier, como un vívido recordatorio de lo insignificante que era en comparación con el que se jactaba del poder que tenía.
Pidió un vaso de jugo. El dueño del lugar se sorprendió al ver que lo tomaba despacio, como si luchara contra el desasosiego. Ya no importaba por qué hubo tomado la decisión de buscar el disco, si era para tener un desafío, si era para probar a su difunto padre que no era un incapaz y para poder terminar con su trabajo, o si era para hacer lo correcto en una causa que ni siquiera él conocía. «¿Qué puede justificar poner en riesgo la vida de los que te rodean?»
Por la puerta del local entró una bella joven con uniforme escolar y de ojos verdes. Lázaro le dio una mirada cansada, por las tres noches de mal sueño.
—Por fin te encuentro, corazón. Ya te extrañaba, ju, ju, ju.
—Débora.
—No fuiste al recital de canto, qué malo eres —le reprochó en tono burlón mientras se sentaba a su lado—. Fue muy alucinante. ¡Rompí los corazones de todos los chicos!
—Ja, cómo no. Para mí, lo que rompiste fueron los tímpanos de muchos.
—¡Idiota! ¿Cómo puedes decirme eso? —Lo tomó del cuello en juego, pero Lázaro le pidió que no lo hiciera. Débora se dio cuenta del abatimiento de Lázaro.
—¿Qué pasa, cariño?, ¿por qué esa cara?
—¿Por qué querías estar conmigo luego de la fiesta?
—¿Fiesta?, ¿cuál fiesta?
—Tú sabes cuál, aquella en donde nos conocimos.
—¿Tenía que haber una razón?
—He pensado en los motivos por los que nos separamos, pero no me puse a pensar en los motivos que nos unieron en primer lugar.
—¿La verdad? Está bien. Cuando me mirabas sentía que me dabas esperanza, me hacías creer que tenía potencial para ser mejor de lo que soy o de lo que me hacían creer los demás. Usaste tus sentimientos con tal destreza que siempre me quedaba una cosa maravillosa por descubrir. Me llenaste de paz: el día en Playa Tun-Tun, contigo en la carpa, fue mejor que cualquier lujo que hubiera tenido pero ahora que lo veo, fue por eso que volví con Marcos, porque tenía miedo a ser feliz contigo y que me rechazaras por lo que era, pero creo que eso ya lo sabes. ¿Por qué me preguntas eso, amor?, ¿hay algo que quieras decirme? —Se acercó a él y agarró su mano con ternura esperando alguna declaración de amor.
—Mi papá, él me enseñó a pelear y a ganar. ¡Qué cosa! Siempre fui el mejor en las cosas que a él no le interesaban.
—Lázaro, no comprendo lo que dices.
Lázaro le contó lo que ocurrió luego del incidente en la casa de Marcos, el disco, las listas negras, el enfrentamiento verbal con un enemigo en el Auditorio Metropolitano y el «accidente» que había dejado a Christian en el hospital. Para no preocuparla, no reveló nombres y omitió ciertos detalles de la historia.
—¡Pero eso es terrible! ¡Con razón trató a Nayive tan mal! ¿Cómo está?
—Sigue inconsciente.
—Pobrecito.
—Esto me vuelve loco, Débora. Creo que mi mente explotará en cualquier momento.
—Tranquilo, mi amor, que aún tienes a tus amigos, y a mí. Tuviste tus días felices antes. Será cuestión de tiempo antes de que los vuelvas a tener.
—Posiblemente tengas razón.
Aproximó inconscientemente su rostro al de ella, como si los recuerdos dominaran sus actos. De pronto, su G-com sonó. Contestó y vio a la madre de Christian en pantalla, con una buena noticia: su hijo había recobrado la conciencia. Como si hubiera recibido una inyección de vitalidad, el joven se levantó de la mesa y no contuvo su alegría. Débora le aseguró que iría a contarle personalmente a Nayive todo lo ocurrido.
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Las penumbras se disipaban en la mente de Christian. Con lentitud, volvió a abrir los ojos y fue dándose cuenta que estaba en la habitación de un hospital. Observó los instrumentos y las cortinas del lugar, sintió el olor de los medicamentos y cómo una intravenosa introducía suero en su cuerpo. El panorama le resultó desagradable, más le reconfortó notar que tenía visita.