Linaje Roto

Capítulo 29. (EDITADO)

La era de los dioses. Año desconocido. Nueve palacios celestiales, lugar de residencia de la Familia Imperial. 
 

El rumor de que el Príncipe Heredero había traído una salvaje en vez de conseguir una solución para evitar la decadencia de los nueve cielos, se había estado expandiendo y la popularidad que este tenía como deidad ejemplar habla disminuido considerablemente.

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El paisaje era hermoso, pero no era real.

Todos los seres vivos eran artificiales, meras ilusiones y todo gracias a la desaparición de los poderes de la creación y la destrucción.

Lo cotidiano era que los sucesores de estas deidades heredaran estos poderes de generación en generación.

Ambos descendientes de las primeras generaciones  endrían que ser educados en la más alta alcurnia, pues eran imprescindible pues de ellos dependía el futuro de todo.

El don de la creación permitía la vida, y el de la destrucción, la muerte y posteriormente reencarnación.

Ahora que ya no existían, los seres vivos que morían, no volvían a nacer, su esencia se perdía en la nada y eso causaba, principalmente, que cada vez que una deidad falleciera, sus poderes se perdieran para siempre.

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Ella nunca había experimentado algo así.

En su hogar, en el paraíso todo era real.

Todo nacía, moría y reencarnaba de manera automática asique pensó que solo debía darse esa situación especial en aquellos terrenos celestiales.

La joven se sentía tan engañada...¡Qué ríos ni que campos de estrellas!

Eso era una vil mentira pues al final solo había podido ver algo falso, lujoso y apagado, marchito.

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Rezó de nuevo, esperando que uno de sus hermanos pudiese llegar hasta ella y llevarla de regreso a su hogar, aunque sabía que ahora que era una Concubina Imperial, eso no sería posible, pues el Harén en palacio estaba cerrado y las mujeres no podían salir ya que pasaban sus vidas sirviendo al emperador y a los príncipes.

La joven siguió caminando con pequeños pasos lentos y divisó aquel lago artificial que tanto le había llamado la atención cuando lo vio por primera vez, lleno de nenúfares que reflejaban el tono blanquecino de la luna.

Y ahí, decidió sentarse, en la orilla, contemplando el resto del falso paisaje cubierto de muros por todas partes.

Era una enorme jaula.

Y ella estaba indefensa.

La pobre tenía que estar subordinada a las órdenes de todos, no podía dejar que se generaran más rumores porque era la reputación del Principe Heredero lo que estaba en juego.

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Unas notas musicales sonaron a lo lejos.

Era una canción triste, melancólica y nostálgica que la hipnotizó.

Sus pies se movieron solos hasta donde estaba la persona que tocaba el instrumento.

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Una melodía hermosa tocada por una mujer bellísima.

Una imagen impactante.

La mujer, poseía un cabello rubio platino, ojos dorados y una marca cobriza en la frente con forma de luna.

Altiva, orgullosa, con manos finas y ropajes oscuros bordados con hilos de oro, debía ser una gran deidad.

Ella tenía escapar rápidamente, no quería meterse en líos de nuevo.

La joven trató de correr en la dirección opuesta , pero sus pequeños pies no respondían y su mirada verde, felina, se cruzó con la mirada pacífica y fría de la mujer que sonrió con elegancia haciendo desaparecer el instrumento en el aire y caminando hacia ella.

Tomándola de la mano y arrastrándola hacia la orilla, la obligó a sentarse junto a ella. 

-Selena, soy Selena, la Deidad Nocturna, la Diosa de la Luna.- Se presentó.

A pesar de su aspecto distante, aquella persona era innegablemente cálida, amable y no le transmitía esa sensación de peligro como el resto de las mujeres del harén.

-¿Eres una Diosa Primordial?- Se oyó preguntar con tímidez.

Las Deidades Primordiales, estaban las segundas en la jerarquía tras la familia Imperial y los Dioses de la Creación y la Destrucción.

Selena asintió.

La Diosa de la Luna era poderosa, primordial, importante y bella, todo lo que a ella le faltaba, pero por alguna razón, no fue capaz de envidiarla.

-¿Sabes? Me recuerdas mucho a un viejo amigo mío. Él tenía el mismo tono de cabello que tú, cobrizo, brillante y salvaje.-

La mirada perdida de Selena era nostálgica nostalgia, melancolía.

-¿Y dónde está tu amigo?-

Ella, aún seguía siendo curiosa e inocente y no supo notar el tono de pérdida que Selena transmitía.

-El falleció. Fue culpa de la familia Imperial y de todas aquellas deidades egoístas que apoyaron esa estúpida decisión.-

Selena hablaba y a cada palabra, la tristeza iba transformando en ira.

-Él era uno de los dioses más venerados de Los Nueve Cielos.- Continuó hablando.

Selena miró a la joven inmortal que tenía a su lado escuchándola atentamente y se dio cuenta de que había pasado un tiempo desde que había tenido una compañera de conversación.

-¿Conoces la leyenda de los Dioses de la Creación y la Destrucción?- Preguntó ella, tocando su cabello rubio platino.

La joven asintió levemente, no había dejado de oír sobre ese tema desde que había pisado aquellos terrenos tan turbulentos.

-Se merecen lo que está pasando, la decadencia está bien justificada, al fin y al cabo, todos nos lo hemos buscado.- Suspiró Selena.

-La deidad que falleció era el Dios de la Creación, el dios más amable y bondadoso que puedas imaginarte.-

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Selena comenzó a narrar una historia.

Creación no se había suicidado como todos pensaban, lo habían asesinado.

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En Los Nueve Cielos, había dos dioses que debían ser respetados y venerados como Deidades Supremas, y eso había sido una tradición, pero al parecer en la generación de la Diosa de la Luna, no se respetó.

Creación, era tratado con amor, y poseía la confianza de todos. Era un hombre benévolo, por lo que todo el mundo lo adoraba, incluyendo al Emperador Celestial, que lo trataba como si de su hijo se tratara. Él, era el mejor amigo del Príncipe Heredero. Se le conocía como un dios pacífico y amable, que no tenía enemistades con nadie y que gozaba de gran popularidad entre los suyos.




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