Linaje Roto

Capítulo 34. (EDITADO)


La era de los dioses. Año desconocido. Nueve palacios celestiales, lugar de residencia de la Familia Imperial.

 

Una puerta.
Solo había una puerta entre ambos, pero aún así parecía que la distancia que los separaba era abismal.

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Ella estaba cambiando. Ya no era la misma diosa que él conoció.

Sus preciosos rizos cobrizos se habían transformado en una hermosa cabellera plateada que formando un contraste con las túnicas carmesí que vestía, le hacían parecer demasiado intimidante.

Aunque su conciencia aún seguía ahí, poco a poco iba desapareciendo, siendo sustituida por un enorme deseo de venganza.

La maldad se apoderaba de su mente y solamente el sufrimiento ajeno podía hacer que se sintiera satisfecha.

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El Palacio de la Luna de Invierno era un bello edificio decorado a base de tonos azules y colores pastel que ella ya no podía diferenciar.

Y aún así, no se atrevió a decírselo.

No pudo confesarle que su mundo se había transformado en una monotonía de colores monocromos perdiendo el brillo y el colorido que tenía todo aquello que la rodeaba.

Desde que la envenenaron no quiso volver a enfrentarlo y se encerró.

Nadie podía acceder a su hogar sin su permiso y lo mismo se aplicaba a la hora de las salidas.

Aunque a pesar de eso, él siempre iba a visitarla, quedándose sentado en uno de los escalones de la entrada mientras narraba una de aquellas bonitas historias que ya la habían engatusado una vez.

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Ese día no fue diferente, solo que en vez de un relato, él formuló una única pregunta.

-¿Aún me amas?-

Y ella no fue capaz de responder dejando que un incómodo silencio se instalara en el ambiente.

Espalda contra espalda, solamente separados por aquel fino portón de madera, supo que la había perdido cuando escuchó su risa sarcástica.

No esperaba una respuesta ya que ella nunca decía nada y solamente se limitaba a escucharlo.

Aún así, él sabía que estaba allí, pues podia sentir su suave respiración y los leves movimientos que ella hacía de vez en cuando.

-¿Sabes? Dentro de poco iré a la guerra...-

Comenzó a contar él y las carcajadas se detuvieron de golpe.

-...Los Nueve Cielos están en peligro porque los habitantes del Infierno quieren acabar con la raza de las Deidades y yo, como el futuro gobernante de esta tierra tengo que protegerla...-

Hizo una pausa.

-...El Infierno tiene una nueva reina que al parecer posee el poder de la Destrucción y es muy poderosa...-

Ella ya lo sabía.

Era consciente de la presencia malvada de aquella entidad, pero eso era culpa de las Deidades que no le hicieron sentir el regocijo de sus actos benévolos cómo Creación.

Su parte destructiva no hubiera salido si todos aquellos hipócritas la hubiesen tratado mejor, pero ahora, La Diosa de la Guerra estaba dispuesta a devolver cada uno de los agravios cometidos hacia su persona y era imparable.

La etapa de esplendor de Los Nueve Cielos estaba a punto de llegar a su fin.

-...Se dice que nunca ha perdido una batalla y por eso, tengo que ir a liderar las tropas celestiales...-

El Príncipe Heredero recordó a su primer amor, esa Diosa de carácter fuerte que eligió a su mejor amigo en vez de escogerlo a él mientras suspiraba a sabiendas de los numerosos pecados que la raza celestial había cometido contra la pareja.

-...No voy a visitarte durante un tiempo e incluso puede que pierda la vida en combate, pero aún así, no quería irme sin decirte que te amo preciosa...-

Algo punzó en su corazón y ella sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.

-...También quería disculparme por todo, porque siempre has sido tú la mujer que ha estado día y noche en mi mente y en mi corazón, la única de la que me he enamorado de verdad...-

Una gota de agua, tras otra, y otra.

Había comenzado a llover.

-...Solo me gustaría que supieras que esto no es una despedida definitiva. No es un adiós, es únicamente un "hasta luego"...-

Él se levantó apoyando la palma de su mano en aquel portón y ella hizo lo mismo.

Sorprendentemente, ambas palmas estaban perfectamente encajadas y separadas solo por aquel delgado trozo de madera.

-...Prometo compensarte por todo cuando regrese.-

Y tras oírla susurrar un:

-Solo...regresa a salvo.-

Su corazón volvió a latir con fuerza.

Aquella era la primera vez que escuchaba su voz desde el incidente y eso bastó para hacer que sus ganas de salir victorioso rápidamente incrementaran para poder volver a su lado cuanto antes.

La lluvia caía torrencialmente y mientras él se alejaba por el sendero sin mirar atrás, ella gritó con fuerza llorando.

Los ruidosos truenos cubrían el sonido desgarrado de sus lamentos y la lluvia se fundía con las lágrimas saladas que brotaban de sus ojos.

El espíritu destructivo que habitaba en su conciencia lo permitió sin molestar.

Aquella sería la última vez que dejaría que ella, la ingenua Creación, saliese.

Mañana, sería un nuevo día en el que La Diosa de la Guerra habría podido eliminar con éxito todo aquel doloroso pasado.

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La era de los Dioses. Año desconocido. Un lugar recóndito de los territorios del Infierno, llamado posteriormente Promisedland.

Leviatán entró en la habitación con una expresión turbulenta, algo fallaba.

Las deidades habían comenzado el contraataque y aunque no había sido demasiado letal para el ejército infernal, las bajas habían sido mayores de las esperadas.

Los Generales Demoníacos no tenían nada que hacer contra el Príncipe heredero quién era un gran estratega, pero aún así, La Diosa de la Guerra estaba satisfecha.

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Todo estaba llendo según sus planes. 

Sus Lores habían cumplido con la misión que ella les había dado.

Sembrando la discordia entre los propios humanos, La Diosa esperaba crear auténticas guerras entre ellos, problemas irremediables que los condujeran a matarse los unos a los otros.




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