• DESEO •
Cuando volví a abrir los ojos pude sentir que algo había cambiado. Me sentía diferente, elevé un poco mis manos y las miré; era increíble ver como el color de mi piel casi se traslucía, tanto, que casi podía ver como la sangre corría a través de mis venas.
No lo entendía y no creía entenderlo, sin embargo, aquella extraña sensación de poder y temor había sido tan placentera.
Dejé de mirarlas y respiré hondo.
Antes, los olores que me rodeaban nunca habían tomado tanta importancia, sobre todo el propio aroma de mi cuerpo y el cual sin duda era exquisito.
Por unos momentos me deleité, era fascinante sentir todo aquello que estaba sintiendo.
Presté atención a todo, incluso a todo lo que estaba escuchando. Al principio fue difícil separar los sonidos, pero luego supe que si me concentraba solo en aquello que quería oír podía hacerlo sin ningún problema.
Mi interior comenzaba a acostumbrarse, a cada segundo sentía que me fortalecía, pero había algo que me hacía falta, bajo mi piel helada y mis ojos ardientes algo me estaba quemando.
Hice mis manos puños, luego las llevé a mi cabeza y presioné con fuerza, aunque eso de nada sirvió porque aquella sensación cada vez se hacía más fuerte.
Mis ojos inmediatamente miraron la puerta, era como si supieran lo que yo estaba buscando. Me levanté a prisa y caminé hacia ella.
Con cada paso que daba sentía como la sutileza se acentuaba bajo mis pies. Me movía sin ningún tipo de razón, no tenía idea de a dónde iba, aunque todos mis sentidos parecían tener una extraña conexión con algo que yo estaba necesitando.
Al llegar al pasillo lo primero que hice fue asomarme por las escaleras, la mayoría de la casa estaba en silencio, aunque en la parte de abajo podía escucharse un incesante titileo.
La curiosidad me invadió así que sin pensarlo baje, no obstante, mi reflejo sobre un cuadro que estaba pegado a la pared me hizo detenerme. Mi cabeza se fue hacia uno de mis costados mientras me analizaba, era yo, mi aspecto seguía siendo el mismo, aunque muy en el fondo sabía que algo había cambiado.
Estaba recorriendo cada parte de mí cuando de pronto aquel sonido se hizo más fuerte.
Ni siquiera esperé a volver a escucharlo.
El sonido me había llevado directo hasta la sala en donde me encontré con dos seres extraños, creía conocerlos.
Cerré los ojos con fuerza y me obligué a recordarlos.
Eran mis abuelos.
Lentamente me acerqué a ellos, pero a medida que lo hacía un extraño y conocido olor penetró mi nariz.
El hierro mezclado junto al cobre me hizo recordar el dulce sabor de la sangre.
Fue inevitable no poder morder la base de mi muñeca y succionar. Estaba ansiosa, excitada, más que hace un momento. Sentía como mi sangre era drenada, sin embargo, algo no me dejo continuar.
«¿Instinto tal vez?» Pensé.
Era probable.
Una parte de mí me decía que si seguía bebiendo de esa manera moriría así que, sin muchos ánimos me obligue a resistir.
Era despreciable, pero al final tuve que hacerlo.
Con los labios aún ensangrentados miré mi herida, en ella había dos orificios que comenzaban a cerrarse. Era increíble admirar como mi propio cuerpo se estaba curando.
Sonreí para mis adentros hasta que en algún momento me paré frente a mis abuelos, ni siquiera noté la velocidad o el tiempo que me había tomado llegar hasta ellos, simplemente en menos de un segundo ya los estaba mirando.
Literalmente se me hizo agua la boca.
Ellos olían demasiado bien. Podía casi degustarlos. Cerré los ojos ansiosa y bajé inmediatamente hacia a ellos, siendo guiada solo por mis instintos, sin embargo, un extraño presentimiento me envolvió.
Abrí los ojos con fuerza y los miré a profundidad, algo no estaba bien. La sangre que descendía por sus gargantas comenzaba a enfermarme.
—¡Maldición!
Me quejé furiosa y con asco.
Sabía que había perdido la única oportunidad de alimentarme, aunque no todo estaba perdido. Frente a mí y bajo el marco de la entrada un niño pequeño había pronunciado mi nombre, su cabello claro como la ceniza me recordaba el sutil color de la misma y el peculiar tono de sus ojos llamó mi atención.
Por unos momentos lo miré con cautela mientras intentaba recordar quién era, sin embargo, en menos de un segundo ya había perforado su corazón.
Él me miró entre asustado y confundido.
Podía ver como sus ojos se iban opacando. Me gustaba disfrutar de su dolor. Era como un juego, uno muy divertido hasta mi reflejo en sus pupilas me hizo ver a quién le había arrebatado la vida.
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—¡Itan! —grité llena de desesperación al sentir como su corazón continuaba latiendo entre mis dedos.
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Editado: 10.08.2020