• APARIENCIAS •
El camino completo hacia el centro comercial fue en un total silencio, lo único que se escuchaba era el sonido del aire cortarse y algunos cuantos ruidos extraños que de vez en cuando Itan hacia mientras jugaba con aquel carrito de madera que Arlus le había regalado el otro día.
Hmp.
Torcí los labios y volteé una vez más hacia la ventana, aunque de vez en cuando, por el espejo retrovisor miraba a Arlus. Esa había sido una de las formas discretas que había encontrado para seguir mirándolo, aunque la mayor parte del tiempo me mantuve recargada sobre el cristal de la ventana, observando todo el camino hasta llegar al centro. Lo vi dar un par de vueltas en algunas esquinas, frenarse en otras tantas más y avanzar un largo tramo hasta que finalmente nos detuvimos.
—Y... ¿A dónde quieren ir primero? —preguntó él observándonos a ambos.
Yo lo miré llena de dudas, su voz sonaba diferente, era como si la actitud soberbia de minutos atrás se hubiera desvanecido, sin embargo, yo sabía que en cualquier momento su actitud frívola y arrogante volvería o al menos lo haría conmigo.
No pasó mucho tiempo para darme cuenta de que Arlus sonreía, siempre lo hacía. A veces sus gestos iban de ser simples muecas a enormes sonrisas.
Suspiré, ya no sabía en qué más pensar y, aunque tratará de hacer preguntas sabía que él no me respondería, así es como era y así es como siempre sería, no obstante, estaba decidida a encontrar en algún momento esas respuestas.
—Te quedarás ahí o... ¿vendrás con nosotros? —dijo de pronto Arlus a uno de mis costados, sacándome del hilo de mis pensamientos.
Ni siquiera había notado el instante en el que él había bajado del auto y llegado hasta mi lado.
No le contesté, tan solo torcí una mueca en mi rostro mientras bajaba.
Me molestaba que él fuera alguien tan volátil, detestaba su maldita manía de señales confusas. A veces, él expresaba una incomodidad grácil hacia mí y otras tantas más me demostraba una evidente necesidad de atracción, tanto física como sexual, algo que sin duda no soportaba.
Odiaba todo de él, incluida su maldita perfección y misterio, así como sus malditas apariencias.
—Sí, claro. Cómo si esta fuera una.
Alcancé a escucharlo de fondo y de inmediato volteé a mirarlo sin entender a lo que se refería. Él simplemente me sonrió. Maldición. Chasqueé los dientes y sin volver a dirigirle la vista continué caminando, pero al sentir que no nos estaba siguiendo me giré para verlo de nuevo, él estaba a unos dos metros de distancia, tenía las manos dentro de sus bolsillos y el mentón ligeramente elevado.
—¡Oye! —Le grité—. Te quedarás ahí o... ¿Vendrás con nosotros?
Regresarle cada una de sus palabras no le hizo ninguna gracia porque cuando me di cuenta ya estaba entre la pared y sus brazos, él se inclinó y bajó hacia mí quedando a pocos centímetros de mi rostro.
—¿No crees que estás siendo demasiado grosera? —preguntó en un leve susurro que literalmente me hizo caer en sus brazos.
Sin dejar de mirarlo, aspiré su aliento, el cual era algo fresco y dulce, incluso más de lo que recordaba. Cerré los ojos y de pronto, las puertas del establecimiento en el que nos encontrábamos se abrieron a uno de nuestros costados, fue entonces que reaccioné.
—Andando —dije nerviosa una vez me repuse—. Entre más rápido acabemos con esto mejor.
Ni siquiera me limite a volver a mirarlo, pero claramente pude imaginar su gesto.
Odiaba cuando él usaba esa pérfida sonrisa y ese tono de voz conmigo con en el que muy en el fondo me seducía. Detestaba recordar nuestro pasado. Para mí, él lo había sido todo desde pequeña, había sido mi primer amor, mi secreto, mi príncipe azul hasta que dos veranos atrás el maldito me decepciono. Él siempre me había gustado, pero un día, no supe cuándo, algo cambió. Arlus se alejó y se hizo más frío, se había convertido en una persona a la que no le importaban las relaciones ni los sentimientos, mucho menos algo como el amor.
Mi mirada se entristeció.
—Lea, algo como el amor siempre será irrelevante.
Me dijo en un tono serio, me miró unos momentos más y eso fue todo.
Yo solo lo miré alejarse.
Horas después cuando ya habíamos terminado de comprar todo lo que necesitábamos ya estábamos de regreso en casa. Itan bajo a toda prisa dejándonos a él y a mí solos. Ninguno de los dos teníamos la intención de hablar, tan solo estábamos ahí, sentados, mirando a través del parabrisas.
—Es tarde —dije sin siquiera mirarlo.
Tomé un par de bolsas y bajé.
Él me siguió.
Sentía su fría presencia a mis espaldas, pero solo era la sensación porque cuando me giré él apenas estaba bajando del auto así que, traté de ignorarlo y continué, deseando que pronto se fuera, sin embargo, cuando me di cuenta mi abuelo se acercó a él para invitarlo a cenar.
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Editado: 10.08.2020