Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXXII: Decisión

• DECISIÓN

La alarma de mi reloj de muñeca sonó justamente a las seis de la tarde. Sabía que tenía un límite para su petición y, aunque Amelia me había dicho que no iba a darme ningún ultimátum yo sabía que eso era mentira, aquel maldito vampiro no se andaba con juegos y si lo que ella quería era separarme de Edward y del resto de su familia así lo haría, me alejaría de ellos con tal de recuperar a Itan.

Apreté ligeramente los puños y miré al frente, ya había tomado una decisión.

Lentamente me puse de pie pensando en la mejor manera de herirlo, aunque sabía que con eso él iba odiarme, sin embargo, hacer eso era la mejor de todas mis opciones.

Decida a hacerlo salí de aquella casa no sin antes haber revisado a Victtoria a la cual encontré tirada en el suelo inconsciente, afortunadamente ella aún seguía viva o eso era lo que yo creía por qué: ¿Cómo estar segura cuando su corazón no latía? Para ser sinceros esa era una pregunta con una respuesta demasiado abierta.

Negué por unos instantes mientras la observaba, para ser lo que ella era en estos momentos se veía como yo, como una simple humana.

Chasqueé los dientes, en verdad comenzaba a creer que Amelia merecía morir.

Instintivamente sonreí ante la idea de ser yo quien la asesinara y tal vez era cierto, mis pensamientos se estaban volviendo igual de oscuros que los de ella.

Sacudí la cabeza y con cuidado deje a Victtoria recostada en un sillón. Me costó un poco de trabajo hacerlo, aunque al final pude conseguirlo, luego salí de aquel lugar a toda prisa. Entre en mi casa que estaba acordonada y tomé las llaves del auto para después marcharme a toda velocidad hacia mi nuevo destino.

Unos minutos más tarde y al estar parada frente su puerta inhalé más de una vez nerviosa. Ahora que estaba en ese lugar, ¿qué era lo que pretendía hacer? Lo había estado pensando durante todo el camino, sin embargo, una vez que llegué me paralicé. No estaba segura o más bien, no estaba lista para enfrentarlo de nuevo.

Había llegado a la boca del lobo y yo misma me estaba entregando en charola de plata.

Demonios.

¿Qué era lo que estaba haciendo?

Estaba a nada de tocar su puerta. En realidad, no sabía cómo era que había llegado hasta aquí, mis pies simplemente se habían movido por sí solos y ya ni siquiera sabía por qué diablos había venido a este lugar.

¿Qué se suponía que quería demostrar o de qué forma quería herir a Edward? ¿De verdad era tan maldita como para utilizar al idiota de Arlus? ¿En verdad iba a hacerlo?

Reí ante la ironía de mi patética existencia. No estaba haciendo nada más que repetir un estúpido cliché. No valía la pena hacer esto. Estaba cometiendo de nuevo un error. Uno fatal. Solo debía decirle a Edward lo que estaba pasando y ya. Estaba segura de que él encontraría una solución, él no iba a dejar que perdiera a Itan.

Lo tenía a él y a su familia.

Por breves segundos cerré los ojos intentando calmarme y dar a mi vida un poco de cordura, necesitaba regresar a dónde estaban los Easley y planear algo junto con ellos, pero mis planes se vieron abajo cuando Arlus apareció de repente frente a mi cuerpo.

Sentí su suave presencia frente a mi rostro, lo que me hizo ir en un instante a lo que cualquier llamaría el paraíso. Demonios. Aquella sensación era de lo más excitante.

—Si eso es lo que tú quieres... Yo podía llevarte ahí una y otra vez —susurró él frente a mis labios humedecidos.

Maldición, era tan torpe.

Lo escuché sonreír.

Abrí los ojos y lentamente mi visión se fue aclarando hasta verlo perfectamente. Su rostro estaba libre de aquella tela que siempre lo cubría, es tan hermoso, incluso con aquella cicatriz atravesándole el rostro.

—Puedo saber a qué debo tu visita —murmuró dibujando una tenue sonrisa.

Me le quedé mirando, su nariz y sus labios casi rozaron contra los míos.

Aspiré su aliento. Arlus me encantaba, me fascinaba.

Él era un maldito vampiro que sabía muy bien como seducirme.

—¿Y cómo sabes que soy eso? —inquirió de pronto sin ser cuidadoso de ocultarlo.

Al oírlo me retiré, era obvio lo que él era. Su pálida y helada piel, su aroma, sus ojos ardientes, la lectura de mi mente.

—Tardaste demasiado en darte cuenta —bisbiseó mientras se alejaba y me observaba, luego guardó una especie de silencio. Parecía analizarme—. Lea, no sé qué es lo que estás planeando, pero sea lo que sea debe ser muy estúpido para que hayas venido tú sola.

Sonreí para mis adentros.

La barrera que recién había creado dentro de mi mente había funcionado.

Una parte de mí sabía que Arlus me quería y que también quería de mi sangre así que, iba a dársela, aunque con eso sabía que estaba renunciando completamente a Edward.

Dejé de pensar en él y me concentré en lo que había venido.



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En el texto hay: muerte, dolor, vampiros y romance

Editado: 10.08.2020

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